La situación femenina forma parte de una historia milenaria. También se puede observar desde la literatura. “La mujer que escribe se disfraza de hombre. Sí, siempre se empieza con esa imitación y yo no me libré de ello. A los veinte años, cuando me decían: ‘casi parece de un hombre’, me causaba satisfacción”. La confesión pertenece a Marguerite Duras. ¿Se trata de una concepción machista de la literatura? Definitivamente no. Se trata de la expresión de una artista consciente de la época en la que le tocaba escribir y capaz de posicionarse con gracia en la tradición que le importaba.Si la primera tarea de una mujer occidental con vocación literaria en el siglo XX –ni hablar de los anteriores– fue disfrazarse de hombre; la segunda fue reconocer en ello una impostura que, en el mejor de los casos (como enseña la admiración de Duras), no exigía dejar de amar el disfraz desvanecido. Después de todo, las primeras configuraciones de personajes femeninos memorables es una deuda contraída con Sófocles, Esquilo, Flaubert, entre tantos otros.
La literatura escrita por mujeres durante el siglo pasado (Virginia Woolf, Clarice Lispector, Silvina Ocampo, Griselda Gambaro) implicó tematizar lo femenino, nombrarlo, interrogarlo. Pero, sobre todo, diversas maneras de plasmar esa condición. Una riqueza tonal además de temática. Y acaso en ello radique su especificidad distintiva, su carga enigmática. Suele decirse que en un texto logrado no debe notarse la edad de un escritor pero ¿podríamos decir lo mismo acerca del sexo? Difícil responder negativamente con la experiencia musical de Woolf o Duras en el oído.
En su clásico “El segundo sexo”, Simone de Beauvoir contrapone la noción de construcción (histórica), a la de naturaleza femenina. Su famosa frase: “Mujer no se nace, se llega a ser” resultó emblema de su tiempo. Hoy, sin embargo, podemos advertir cierta radicalidad en su postura (que no opaca la importancia de su aporte) y recibir con gratitud estudios que retomaron aspectos considerados inmanentes reimplantando, por ejemplo, la sabiduría del mito en la reflexión sobre el tema de la condición femenina.
Igual que el vestido el calzado es otro tema a explorar. Yourcenar, inmortalizada por su novela Memorias de Adriano (que circula entre nosotros en traducción de Julio Cortázar), encontraba en aquel hombre un ideal de humanidad y en su época de reinado (siglo I, d. C.) un tiempo en el que “el calzado se adecuaba mejor al pie”. Yourcenar no miraba aquel pasado con idealización sino con sentido de excepción. Atributo femenino, si los hay. La crisis contemporánea nos anuncia un tiempo de mutación cultural. Al considerar el calzado no olvidemos releer a estas zapateras prodigiosas.
(*) Licenciada en Letras y crítica de arte. Va a dictar el seminario “Construcción literaria de lo femenino (Nueve escritoras del siglo XX)”, en la Fundación del Centro Psicoanalítico Argentino / Tel: 4823-4941/4822-4690 Correo: [email protected]