Dos imágenes sintetizan la dimensión del conflicto que vive hoy la comunidad judía brasileña. El 3 de diciembre de 2015 Jair Bolsonaro posó para una foto con Marco Antonio Santos, un personaje ataviado a lo Hitler. Bigotito, corte de pelo semejante al führer y una cruz gamada sobre su saco. Los dos militaban en el Partido Social Cristiano (PSC). El 3 de abril de 2017 dio uno de sus habituales discursos racistas en la Sociedad Hebraica de Río de Janeiro. Fue aplaudido adentro y abucheado afuera por personas que lo repudiaron, incluidas muchas de la colectividad. Al ballottage de este domingo llegará con tanto apoyo como rechazo porque el candidato presidencial ultraderechista se ha mostrado siempre cerca de la derecha israelí, como lejos de sus enemigos. Esa es, aparentemente, su mayor contradicción. 

Los testimonios de referentes de la colectividad demuestran que Bolsonaro se filtró como una cuña para dividirla en dos. El presidente de la Maccabi World Union, Jack Terpins, aseguró que el militar retirado “va muy bien con la comunidad judía” y confía en que sucederá a Michel Temer en el gobierno. “Es un gran amigo de Israel”, agregó el ex presidente del Congreso Judío Latinoamericano (CJL). En la vereda opuesta, un grupo de organizaciones judías y musulmanas difundieron un comunicado donde sostienen que “entre todas las barbaridades proferidas por este candidato, la más emblemática fue que las minorías deben curvarse ante la mayoría”. También denunciaron que “nuestra bandera común es frenar toda forma de violencia, de prejuicio y de cualquier otro elemento que dé base al proyecto fascista de ese hombre y de sus seguidores”.

  Así como la Sociedad Hebraica de Río –el distrito por donde Bolsonaro siempre fue diputado– le abrió sus puertas para agraviar a mujeres, negros y pueblos originarios en su discurso de barricada, la que tiene sede en San Pablo le había cancelado antes un evento parecido. Fue el 27 de febrero del año pasado. El periodista brasileño Bajonas Teixeira escribió en un extenso artículo que el acto en Río acto pudo haber sido un desagravio para el candidato después de que “un manifiesto firmado por miles de personas, la mayoría ciertamente judíos indignados” generara que la dirección de la Hebraica paulista desistiera de llevar adelante el suyo.

Cuando el ganador de la primera vuelta todavía no sabía si competiría con Lula –el ex presidente estaba en libertad– o si entraría al ballotage, fue recibido en la sede carioca de Rua das Laranjeiras. Lo esperaban en un salón con capacidad para mil personas. Subió al escenario donde se mantuvo siempre de pie y con tres banderas a su espalda: las de Hebraica, Brasil e Israel. Detrás tenía una pantalla con la que se asistió para explicar sobre un mapa de Brasil cómo detendría la inmigración que llega al país. Fue uno de los discursos más discriminatorios de Bolsonaro. Sobre todo, el tramo dirigido a los negros cuando usó aquella frase que se volvió viral: “el afrodescendiente más delgado pesaba siete arrobas. Ni para procrear servían”. Una medida de peso que se usaba en la época de la esclavitud para determinar el valor de mercado de un hombre engrillado. 

  Las imágenes de ese momento todavía pueden observarse en varios sitios web. En uno de ellos están prolijamente editadas. El video lo hicieron activistas de la iglesia protestante. Teixeira escribió que “la palabra ‘raza’, como se ve, con una carga abominable de preconcepto, fue lanzada contra los propios judíos, contra aquellos que protestaban dentro (‘una minoría que está rumiando aquí al lado’ según Bolsonaro) y contra los que protestaban del exterior (‘Esa raza que está ahí abajo’). El presidente de Hebraica, Luiz Mairovitch, le agradeció su presencia después de un discurso que se prolongó por poco más de una hora y que terminó con tibios aplausos y algunos gritos aislados de aliento al candidato.

La afinidad política con ciertos sectores de la comunidad judía se compadece con las posiciones a favor de Israel que Bolsonaro mantiene desde hace años. Anunció que de llegar a la presidencia, seguiría el camino de Donald Trump. Ordenará el traslado de la embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén. También anticipó que impedirá que siga funcionando la sede diplomática de Palestina en Brasilia y que su primer viaje internacional, si es elegido, lo realizará a Israel. “La ex presidenta Dilma Rousseff negoció con Palestina y no con el pueblo de allí. Uno no negocia con terroristas, entonces esa embajada al lado del Planalto no debería estar ahí”, declaró en agosto último en una entrevista con el medio brasileño Estadão. 

Bolsonaro y sus tres hijos mayores que también militan en política siempre se mostraron partidarios de Israel. El periodista Teixeira tiene una teoría para explicar el porqué: “los intereses de la industria de armas de Israel, van infinitamente más allá de fusiles y pistolas. Se trata de alta tecnología militar que, en el caso de un Bolsonaro en la presidencia, drenarán miles de millones para la industria de la muerte”. El candidato visitó el estado judío en 2016. Se presentó en el Parlamento (la Knesset) en el marco de una invitación que recibió junto a otros congresistas por el 68° aniversario de la independencia de Israel. Hasta se dio el gusto de que un pastor evangélico lo bautizara en el río Jordán, un hecho que robusteció su popularidad entre los creyentes de esa fe. El militar también publicó un blog en hebreo para evidenciar su respaldo al país cuyo gobierno lo considera un amigo. “Mi corazón es verde, amarillo, azul y blanco” dijo aquella noche de abril en la sede de Hebraica. Desde la platea lo interrumpieron con un puñado de vivas a “Mito”, como le gusta que lo llamen. Ese acto marcó un antes y un después en la colectividad judía.  

Fernando Lottenberg, presidente de la Confederación Israelita de Brasil (Conib), calificó la iniciativa de Hebraica con palabras de decepción: “Como estaba previsto, provocó división y confusión. Defendemos el debate pautado por la pluralidad”. 

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