El hombre, cara de fauno travieso, debía ser Barrymore, detrás del mostrador.

En verdad, era él. Su manita me transmitió cosquilleo imperceptible, sonrisa almibarada acentuó sus patas de gallo.

Apuesto, casi diría varonil, resultaba dable observar en Barrymore modales de refinamiento naturalmente femeninos. Agregábanse tics y gestos que, aunque creí disimular, revelaban su naturaleza íntima.

Tal lo imaginado por Ricardo, Barrymore me empléo sin más trámites, escuchando indiferente méritos y conocimientos, reales o supuestos.

“¿Cuántos años tiene?”

Un cliente, en mitad del salón, libro en alto, lo llamó. Se alejó, meneo de cola.

“¿Marica?”

“Inofensivo. Ataca si lo provocan.”

“Esperemos.”

El fauno regresó. Envolvió, cobró el importe del libro. Mirándome a través de pupilas humosas, dijo:

“¿Tomamos un cafecito enfrente?, estaremos cómodos.”

(…)

En el café, Barrymore adquirió su personalidad verdadera. Locuacidad extraordinaria. Las cosas más disparatadas e increíbles se transformaban, dichas por él, en historias sencillas e inocentes. Todas versaban sobre el mismo tema y, naturalmente, tendían a su vida íntima. (…). En verdad, salvo el amor unisexual -lo llamaba así- nada de importante había en esta vida.

(…)

“¿Qué te pareció Barrymore?”

“Muy interesante”

“Es un tipo feliz. Nada de buscar culpa central a su homosexualidad. Es así y basta. Sería capaz de acostarse, en toda una noche, con toda la ciudad.”

“En la variedad está el placer, dicen.”

“Sí, aunque Barrymore exagera algo.”

Sobre la calle, caían reflejos verdes de letreros luminosos. La cruzamos, adelantándonos a automóviles veloces, de andar elástico. La cruz de asfalto se fundía, al fondo, en la noche azul.l

* Fragmento de Asfalto, de Renato Pellegrini, Tirso, 1964. Prefacio (sin firma) de Manuel Mujica Lainez. La novela universal. Colección “Los contornos del hombre”