Culpar a los otros es fácil. Aceptar la culpa es de grandes. Y como el mundo necesita de gestos nobles, ahí va el mío: creo que parte de la culpa de lo que pasa en el mundo la tenemos los tipos como yo y afines, los escritores, los que la vamos de periodistas, de intelectuales, los que, pudiendo decirle a la gente lo que realmente les espera, dibujamos el presente con evaluaciones rimbombantes, análisis que marean y palabrerío vacío.
Llegó el momento de ser honesto. Y espero que usted, querido lector, sepa reconocerlo y llegado el caso me dé abrigo en su casa, o al menos en su corazón. Ahí va, sin anestesia: el mundo está hecho una porquería. Fin de la cita. ¿No lo soporta? Es problema suyo. Lo único que hice fue decirle la verdad y sacarlo de las tinieblas.
Yo podría haberle dicho eternamente que lo que estamos viviendo en Latinoamérica (y más allá) es una crisis cuando en realidad es el nuevo orden internacional. Podría decirle que es una ola pasajera. Pero sería seguir mintiendo. Este nuevo orden internacional es peor que los anteriores, es invisible, inasible, silencioso, y que además de las armas que matan ha puesto en funcionamiento o reformulado otras: tecnología, fe religiosa, marketing, publicidad, alcahueterío fashion.
Vea Brasil. La sensación que tengo luego del triunfo de Bolsonaro es que nosotros no sabemos nada. Y no sirve buscarle una explicación desde la indignación. Y menos exorcizar el problema con cantitos del estilo “no pasarán”. No solamente eso que pasa en Brasil está allí, sino que estaba allí antes. Bolsonaro solo lo puso en evidencia. ¿Cómo es que no lo vimos venir, cómo es que ningún intelectual se avivó? Ya sé que si Lula hubiera estado libre, bla, bla, bla… ¿De verdad habría sido diferente? Y, aun con Lula libre, eso seguiría estando allí.
Si yo siguiera con el plan de ser honesto y de spoilearle la realidad, tendría la obligación de decirle que ciertas cosas están definidas para siempre. Los hijos de puta han acumulado demasiado poder, demasiadas armas, demasiadas estrategias. Algunas de ellas ni siquiera las sospechábamos, como las iglesias evangelistas torciendo los designios ya no del cielo sino de las urnas.
Me animo a otro spoiler: las armas que hay de este lado son viejas, están oxidadas y ya no volverán a dar en el blanco nunca más. Dicen que la derecha gana con las redes y WhatsApp. ¿Los movimientos populares no saben manejar internet? ¿No tienen teléfonos? ¿No conocen el marketing? ¿Por qué combatir siempre con gomeras? ¿Porque en otra época, allá en la prehistoria, eran suficientes? ¿Sólo importa la política, mientras otros usan iglesias, redes, marketing, mentiras, publicidades y mirthas legranes?
Mire, soy capaz de spoilearle la realidad hasta el punto de saber lo que usted está pensando: no se puede hacer trampa como la hacen ellos. ¿No? ¿Entonces gomeras contras misiles? Sigo espoileando: es ahora o nunca. Hay que tener un Duran Barba para responder a un Duran Barba. Hay que aliarse con una parte del poder verdadero, venga disfrazado de fe, de banco o de influencer.
¿Usted me dice que hay que mentir, Chiabrando? No lo sé, pero con amor y paz no pudimos combatir lo del hijo falso de Evo, el comando iraní venezolano que mató a Nisman, las cuentas en Delaware que no existieron y las fotocopias de las fotocopias. ¿Entonces? Mirtha con la dentadura postiza floja influye más en la opinión pública que los eslóganes cantados en plazas y congresos partidarios.
¿Y qué sucedería si pudiéramos ver el futuro? Porque un spoiler de la vida es algo así como tratar de acertar sobre el mañana. ¿Dejaríamos de luchar? Probablemente. Y probablemente estemos muy cerca de eso. O de resignarnos a luchar siempre con las mismas herramientas, que es casi lo mismo, un placebo, vea. Cada mañana tomamos la gomera y salimos a la calle con la certeza de que podemos bajar un pajarito, pero sospechando que no podremos bajar el dron que nos espía y nos puede tirar un misil en la cabeza.
La mitología nos enseñó que la gomera puede cegar al gigante, vencer al monstruo. Es verdad. Una vez, o dos. Pero el monstruo aprende, cierra los ojos, usa protección. La década ganada de los movimientos latinoamericanos fue el gomerazo en el ojo del gigante. Un gigante que había engordado, a quien sus intelectuales le habían spoileado mal la realidad, que había perdido timing. Ahora despertó y está descargando toda su furia sobre nosotros con el único y definitivo plan de no volver a dejarnos ni siquiera la posibilidad de usar la gomera. El spoiler termina así: hay que entender ahora lo que sucede, o será tarde mañana.
Otro spoiler. Me parece que, a pesar de tantos vaticinios y libros, el capitalismo no va a explotar por sus contradicciones. No se va a autodestruir, como la grabación la Misión Imposible. Como mucho podemos esperar nuevas tendencias, nuevas reglas de juego, nuevas dinámicas, con resultados aún imposibles de prever, como el embate del feminismo, que quizá un día tenga en su agenda atacar al poder económico, al poder real, al FMI. ¿Y luego qué?, ¿atacarlo cómo?
O quizá sucedan imponderables como el aceleracionismo, una herejía política que dice que la única respuesta al capitalismo ya no es protestar, agitar, criticar, ni esperar su colapso en manos de sus contradicciones, sino acelerar sus tendencias a la alienación y al desarraigo. Todo para que nazca algo nuevo llamado postcapitalismo, seguramente otra mierda, pero donde quizá se nos permita reivindicar derechos perdidos o nunca logrados.
Es que esto de los pobres que votan ricos, mujeres a misóginos y negros a racistas empieza a ponerle punto final a un bastión que hasta ayer nomás (¡ayer!) parecía inexpugnable: la lucha de clases. Porque para que haya lucha de clases, la gente debería sentirse de la clase a la que pertenece y no de la de Susana Giménez o Xuxa.
Vayamos a un spoiler optimista, para compensar. No creo que el nuevo orden internacional haya trabajado para el regreso del fascismo. El fascismo es imprevisible, se puede salir de cauce en cualquier momento. Al poder le convienen los títeres como Macri, Temer, Peña Nieto, incapaces no sólo de salirse del libreto sino de entenderlo, y a los que les hacen creer que vienen a salvar a la humanidad blanca para que una vez que el mercado vacíe las arcas del país, les den la espalda sin siquiera aclararles que los usaron de forros.
Queda la política, me dirá usted, intentando ahora spoilearme a mí. Y yo le digo que sí, pero la política diluye su energía entre traiciones, internas y contradicciones. Y cada día perdido es una batalla perdida. Del otro lado, el poder no tiene internas y nadie saca los pies del plato. A lo sumo van por más, por todo, para que haya más para repartir y nadie quede descontento.
El asunto es que o nos avivamos ahora (sobre todo nuestros dirigentes) o la vamos a ir a buscar adentro del arco cada cinco minutos. Pero spoilear no es decirle que no se debe seguir luchando. Eso ya se lo está diciendo la televisión. Sería demasiado sencillo. Spoilear es decirle que vivir guiados por el optimismo, por consignas que se vacían a medida que uno las grita, no es el mejor de los planes. Dicho esto, que tenga un buen día.