Los maestros y las maestras de las villas de la ciudad de Buenos Aires coinciden en que día a día dentro de las aulas son un poco psicólogos, un poco enfermeros, un poco asistentes sociales y también un poco madres y padres. Ellos saben que son la única presencia del Estado en estos barrios castigados por la pobreza, el desempleo, la marginalidad, la violencia institucional, la represión, la discriminación, el hambre y la desnutrición. Sin embargo, no bajan los brazos y buscan motivar a sus alumnos y darles herramientas para que puedan en un futuro llevar adelante su propia lucha.
“Ser maestro villero tiene que ver con un posicionamiento político y pedagógico”, definió Eugenia Nogueira, maestra de la primaria Nº10 de la Villa 21-24, Zavaleta, de Barracas, el rol que cumplen en las escuelas de las villas.
La docente, en diálogo con PáginaI12, explicó que el posicionamiento político y el pedagógico “van de la mano” porque por un lado ellos tienen que “acompañar las trayectorias escolares de estos niños y niñas”, y por otro lado, ellos quieren “políticas públicas” y entienden que en estos lugares “el maestro tiene que estar en el territorio”.
“No porque trabajes en un barrio marginal o en una villa significa que seas un maestro o una maestra villera. Tiene que ver con cómo pedagógicamente logramos motivar a los chicos y mostrarles que tienen un futuro”, insiste Nogueira.
Según esta docente, ellos están para que los chicos conozcan sus derechos, sus deberes y los puedan pelear y así el día de mañana cuenten con las herramientas para poder llevar adelante su propia lucha. “Tiene que ver con el posicionamiento político, con el acercamiento a la comunidad, con entender determinados valores que el Padre Mugica nos dejó como legado. Por algo el 7 de octubre se logró la Ley de Identidad Villera. Los maestros fomentamos y acompañamos un montón ese proyecto, por eso también decidimos quedarnos con ese nombre”, explicó.
Luis Freitas, docente de Comunicación y bibliotecario de la Escuela de Educación Media Nº 3 “Carlos Geniso”, del Bajo Flores, en la Villa 1-11-14, señaló que los maestros villeros trabajan con chicos que “vienen de familias con padres que no han terminado a veces ni la primaria” y en ese sentido, destacó que el rol de ellos es precisamente “atender esa realidad que se mete en la escuela”.
El colectivo de Maestros Villeros se formó en 2017 impulsado luego de un Congreso General de la Unión de Trabajadores del Estado (UTE). Está integrado por docentes que ejercen en escuelas públicas en las distintas villas de la Ciudad de Buenos Aires. El lema sobre el que trabajan es “derrumbar barreras y construir esperanza” y el objetivo que tienen en común es buscar respuestas desde el afecto y el compromiso frente al desamparo y la desigualdad.
Por su parte, Leonor Gallardo, quien desde hace 17 años está en la Villa 21-24, y que desde hace cinco años coordina el Plan Fines que funciona en la Escuela de Educación Media Nº 6, subrayó que “la definición de Estado es más fácil reconocerla en su ausencia, en lo que no brinda, en la falta de urbanización por ejemplo. Ahí está la definición de Estado”. “A nosotros nos toca ser de lo poco del Estado que sí está en el barrio. Porque somos la educación pública”, agregó la docente, quien además hizo hincapié en que “los estudiantes y las familias que componen estas comunidades tienen los mismos problemas y las mismas situaciones que se dan en otros niveles sociales, pero tienen muchas menos herramientas para resolverlos de manera individual, privada o autogestionada”. Para Gallardo, la escuela en el barrio genera “un adicional”, porque ellos, como trabajadores, generan “plusvalía”. En ese sentido, explicó: “Nuestra plusvalía es para el pueblo, porque ese de más que damos se lo damos a los vecinos”. Los maestros y las maestras intervienen cuando sus alumnos son violentados y abusados por las fuerzas de seguridad y hasta cuando una niña cumple 15 y son los encargados de que tenga su festejo.
“Los chicos a esta escuela vienen a ser chicos, me dijo una vez un psicólogo. Porque en su casa por ahí tienen que cuidar a sus cinco hermanos, tienen que ayudar a los padres o trabajar y no es un ámbito para el estudio”, señaló Freitas. “Cuando ves que un chico empieza a faltar uno o dos días, enseguida vemos qué pasa, por qué no está viniendo, averiguamos, nos contactamos. No como en otras escuelas, donde si falta mucho queda libre. Son chicos que son víctimas muchas veces de violencia y eso hace que a veces explote en la escuela, pero estamos todos preparados para eso”, detalló. Para Freitas, las escuelas están atravesadas por la realidad social del barrio. “Hay chicos que llegan con hambre, están los que faltan porque tienen que trabajar, los que no tienen zapatillas. Todo eso está y todo eso entra en las aulas”, aseguró.
De la necesidad de encontrarse, de compartir historias desgarradoras con pares que puedan entender el sufrimiento, el dolor, y de la urgencia de buscar respuestas para sus alumnos, surge este colectivo que se aferra al trabajo y al esfuerzo entre compañeros ávidos de solidarizarse con sus desprotegidos.
“Cuando nos mataron a un pibe o a una piba, cuando pedagógicamente nos encontramos con el otro para hacer una jornada con distintos alumnos, cuando empezamos a articular la Ley de Educación Sexual Integral (ESI), en todos esos encuentros aparecieron los primeros contactos y las primeras reuniones. Uno siempre buscó primero la afinidad política y la pedagógica para después construir”, aseguró Eugenia Nogueira.
En la Villa 1-11-14, en Lugano, en la Villa 21, en la 21-24 Villa Zavaleta, en Retiro, en todos los barrios vulnerables de la Ciudad de Buenos Aires hay integrantes de este colectivo que es reciente pero que todos los días suma nuevos miembro.
“Muchos estamos en la misma y somos un montón. Ver a otros compañeros en la misma situación, en estos contextos en los que no somos la mayoría, nos ayuda. Como lo elegimos, nos involucramos y nos comprometemos desde otro lado. He visto pasar muchos docentes. Los que quedamos somos los que queremos estar ahí”, aseguró Mariana Salinas, quien desde hace cinco años es maestra de la Escuela Infantil Nº 6 de la 1-11-14 y ya lleva otros cinco años en la Villa 31.
“A nuestros estudiantes no les tenemos ni lástima ni miedo. No son pobrecitos, son personas que tienen incluso más recursos que nosotros para sortear un montón de dificultades. Porque tal vez en tu casa se rompe un caño y no vas a trabajar. Y ellos, que tienen el barrio inundado, saben que tienen que ir a trabajar y logran sortear un barrio en el que no quedaron ni siquiera los colchones”, concluyó Gallardo.
Reciben el dolor de madres y padres que han perdido a sus hijos por la violencia institucional, la desprotección de las madres adolescentes, el hambre que entra por la ventana y la desnutrición que se oculta tras la burocracia y conveniencia del Estado. Un Estado ausente, cruel y despótico que derrama sobre ellos la responsabilidad de todo lo que abandona y del prejuicio que propaga sobre una sociedad que discrimina. Pero por suerte están ellos, los Maestros Villeros.