La obsesión de los argentinos con el dólar no es un dato nuevo. Acompaña desde hace más de medio siglo, cuando tras los acuerdos de Bretton Woods, en 1944, la moneda estadounidense comenzó a despuntar su hegemonía en el sistema financiero mundial, y se reactiva con crudeza cada vez que una crisis azota al país. En este presente en que el valor del dólar es casi tan consultado como el pronóstico, Caras y Caretas dedica su número de noviembre, que estará mañana en los kioscos opcional con PáginaI12, a desandar los caminos de esta verde locura.

En su editorial, María Seoane se refiere a la Argentina como “un país colonizado no por tropas sino por la divisa en manos de las elites que gobiernan con el visto bueno, por ejemplo, del comité de fondos de inversión buitre que conforman el staff de delegados del FMI en 2018. Porque el verde dólar es el color de la deuda externa nacional odiosa”.

Felipe Pigna, en tanto, revela un mecanismo que resulta muy familiar: “En la Argentina, la inflación tuvo que ver durante siglos con los intereses de los sectores dominantes, que cobraban sus exportaciones en libras y les pagaban a sus trabajadores y a sus proveedores locales en pesos devaluados. Es decir que la inflación y la devaluación permanente de la moneda distaban de ser una ‘desgracia’: eran un efecto deseado y logrado por el poder económico argentino”.

En la nota de tapa, Santiago Mancinelli da cuenta de las sucesivas crisis y devaluaciones de la moneda nacional, que generaron el hábito de ahorrar en dólares. Concluye que “la intensidad de endeudamiento y fuga ha sido tan destructiva que no se espera que el actual modelo pueda sostenerse mucho tiempo más”. 

Mariano Kestelboim escribe sobre los mecanismos que se han implementado para controlar el dólar: “Los distintos esquemas de administración del mercado cambiario, aplicados a lo largo de la historia reciente en nuestro país, como la ‘tablita’, los desdoblamientos cambiarios, la convertibilidad, el ‘cepo’ o la más reciente flotación, han sucumbido frente a las tensiones distributivas generadas por la falta de definición de un perfil productivo”. Y Pigna relata la historia de la moneda nacional, que entre 1935 y 1992, en sus diferentes variantes, perdió 13 ceros. 

Mónica Peralta Ramos reseña la convertibilidad y analiza las posibilidades reales de que la economía se dolarice: “Las políticas económicas adquieren significado a la luz de los conflictos sociales que las engendran. En la Argentina, la dolarización de la economía ha buscado imponer un chaleco de fuerza al fragor de una lucha derivada de relaciones de poder enraizadas en el modelo de desarrollo económico imperante y siempre ha contado con la activa participación del FMI”.

Nicolás Trotta señala que “la economía argentina baila al compás de sus cuentas externas; específicamente de los vaivenes de su balanza de pagos. El mejor equipo de los últimos 50 años erró el diagnóstico y su equivocada política económica nos somete a una profunda crisis”.

Fernando Amato indaga en las propuestas de la dirigencia política respecto del dólar, desde el oficialismo a la oposición. Ana Castellani escribe sobre la cultura del dólar: “El vínculo entre los argentinos y el dólar es absolutamente particular y distintivo: mercado inmobiliario dolarizado, preferencia por el dólar como moneda de reserva de valor, conocimiento de la cotización diaria de la divisa, listas de precios de insumos clave dolarizadas, deudas entre particulares en esa moneda son pruebas claras de este fenómeno social”. En esa línea, Pablo Reiter reconstruye el mundo de la city porteña, plagado de arbolitos, financieras, casas de cambio y mesas de dinero.

Carlos Boyadjian escribe sobre la posibilidad de establecer un tipo de cambio competitivo y a la vez favorable al desarrollo, frente a la que prima “la trampa de la restricción externa”.

Néstor Restivo analiza la incidencia del dólar en América latina, donde se destacan los casos de Ecuador, con su economía dolarizada, y Brasil, en donde la moneda estadounidense no es un dato relevante.

Mario Rapoport reconstruye la hegemonía del dólar en la historia, con sus altibajos, desde Bretton Woods hasta la actual guerra comercial con China.

Ricardo Ragendorfer aporta una historia que tiene entre sus protagonistas a Daniel Bellini, más conocido como El Artista, el mejor falsificador de dólares de todos los tiempos. 

El número se completa con entrevistas a Arnaldo Bocco (por Juan Funes) y Emmanuel Álvarez Agis (por Ana Vainman).

Un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.