Por Toia Bonino

Creo que elijo esta pintura porque en ella se enreda lo que soy y lo que fui. Recién ahora caigo en la cuenta. De acá en más, cuando me pregunten por qué me dediqué a hacer películas, mostraré esta imagen. Y cuando tenga que explicar por qué no seguí pintando, también. 

En el año 2000, estaba cursando mi último año en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Ya había estudiado otros cuatro en la Manuel Belgrano sin terminar de encontrar un modo de pintar que mínimamente me conformara. Todos a mi alrededor, en algún momento, habían logrado armar una carpeta con lo que llamaban sus “trabajos”, pero mi producción continuaba a la deriva. Para colmo, estudiaba en simultáneo psicología. Así que me bastaba empezar a pintar para sentir que tenía que estar estudiando, y viceversa. Creo que el psicoanálisis tuvo que ver con que pudiera salir del laberinto que yo misma armaba. 

El psicoanálisis ¡y mis compañeras! Por primera vez, junto a  cuatro amigas, Lina Boselli, Verónica Gómez, Karing Godnic y Albertina Villanueva, encontré un modo de producir. Con ellas empezamos a trabajar en la idea de realizar bocetos de manera conjunta. Estos bocetos terminaron siendo cuadros y muchos de ellos murales también. En un principio empezamos a pegar en un mismo soporte las producciones en papel que cada una traía. Primero respetábamos mucho cada fragmento, pero luego nos animamos a intervenirlos, intentando no perder el registro diferente que cada una proponía. La pregunta que surgía entonces era: ¿Cómo amalgamar cada fragmento? Un día nuestro profesor Horacio D’Alessandr, nos trajo un libro de Rauschemberg. Ninguna lo conocía. De inmediato nos fascinó. Ahí había una respuesta posible.

Mi camino fue alejándose de la pintura y acercándose a los medios audiovisuales, pero nunca perdí el interés en ese modo de concebir la producción. Siempre me fascinó la multiplicidad de lenguajes que Rauschemberg logra hacer convivir en sus cuadros. Creo que ese interés determinó profundamente el modo de concebir mis películas posteriores. Orione y su futura continuación La Sangre en el ojo, están concebidos desde esa premisa. También una especie de diario fílmico en el que me encuentro  trabajando. Creo que la no jerarquización de los materiales y la potencia que emerge de sus contrastes tiene que ver con esa búsqueda de un artificio adecuado a la complejidad de lo real en la que, finalmente, puedo reconocer un modo de hacer propio. Una búsqueda que me llevó, paradójicamente, lejos de la pintura.

Cuando me propusieron escribir esta sección, enseguida apareció Rauschemberg pero no la obra que tenía en mi cabeza. Inútil googlear. Asociadas al apellido de mi pintor favorito encontré muchas otras imágenes que aún me gustaban, pero no esa que justifica estas líneas. Intrigada, llamé a Lina. Ella me habló de sus preferidas, pero tampoco  parecía recordar la obra que con tanto esmero le describía. ¿Qué estaba pasando?  Lo supe recién unos días después. Esa obra, la favorita, no es de Rauschemberg  como creí durante años, sino de Wolf Vostell, un pintor alemán que supo mudar su obra del cuadro a la pantalla para convertirse en uno de los pioneros del videoarte. Contenta, entonces, de saber que semejante influencia sea de un integrante de Fluxus.


Toia Bonino nació en Buenos Aires en 1975. Es Licenciada en Artes Visuales (IUNA) y Licenciada en Psicología (UBA). Egresó de la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano y de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. En el 2015 su filmografía es expuesta en el ciclo de cine experimental “El cine es otra cosa” en el MAMBA. En el 2012 participa en la muesta “Hors Pistes” en el Centro Pompidou. Su filmografía completa fue exhibida en el Festival Internacional de Cine Independiente de Mar del Plata. En el 2011 gana el segundo premio en el Salón Nacional en Nuevos Soportes. El 2009 recibe el premio al mejor documental otorgado por PáginaI12 en el Festival de La Mujer y el Cine realizado en el Malba.