En la familia de Shirley Jackson, por el lado de su padre, hubo muchos arquitectos. Su abuelo, el padre de su abuelo, y el padre del padre de su abuelo, se dedicaron a levantar mansiones victorianas en San Francisco. Viviendas encargadas por millonarios que lograron hacer fortunas invirtiendo en el tendido eléctrico que unió el este con el oeste. Que la madre y el padre de la familia Crain, en la nueva versión del clásico de terror La maldición de Hill House dirigida por Mike Flanagan sea una pareja de remodeladores, arquitecta y maestro mayor de obras, no es una casualidad; es un guiño y una continuidad con el linaje familiar de Shirley Jackson, espíritu cuya vida y obra orbitan dentro de esta nueva versión de su clásico de terror.
El afán por las casas de Shirley Jackson se vio reflejado en cuatro novelas en donde los ámbitos familiares tienen un papel fundamental. No como un mero escenario por donde los personajes escapan de puertas que crujen, de fantasmas perdidos en la noche o de sombras amplificadas, sino que las casas, cada una con sus características, juegan un rol central en la construcción de los personajes hasta distanciarse de ellos. Jackson nunca llegó a ver las creaciones de sus abuelos, solamente en fotos. Fueron todas destruidas por un incendio resultado de un terremoto que movió los cimientos de California en abril de 1906. En un texto de Jackson que habla sobre la escritura de Hill House, señala que, para creación de la casa, se inspiró en viejas fotografías que tenían un “aire de enfermedad y decaimiento”, de casas construidas por su tataraabuelo para una familia del barrio de Nob Hill, en San Francisco.
Publicada en 1959, La Maldición de Hill House fue una vuelta y una reversión de uno de los tópicos esenciales del género; la casa encantada. En su novela, una chica de 32 años llamada Eleanor Vance acude a la invitación de un investigador que está tras los pasos de una mansión victoriana, observatorio incluido, bajo el icónico nombre de Hill House. La invitación es curiosa y muy simple: consiste en pasar unos días en las habitaciones y anotar las experiencias de aquello que le ocurre a los visitantes. La protagonista (arquetípico personaje de Jackson, primas lejanas y traumadas de los personajes de Virginia Woolf, sobre todo de la señora Dalloway) es una chica solitaria y soltera, angustiada por la reciente muerte de su madre. Acepta el trato con el investigador e inicia así uno de los pactos de lectura que tanto ha influenciado al género en los últimos setenta años: poner el cuerpo al servicio de la ciencia para explicar un hecho sobrenatural. Aunque, con el correr de las páginas (y bajo la sagaz arquitectura textual de Jackson), la experiencia de Eleanor en Hill House se construye como una puesta en escena de sus propios miedos. Mientras pasan los días, se conecta con Hill House de un modo simbiótico hasta vivenciar la hermosa frase que abre el libro: “Ningún organismo vivo puede prolongar su existencia durante mucho tiempo en condiciones de realidad absoluta sin perder el juicio”.
A diferencia de otras casas encantadas como La casa de los siete tejados de Nathaniel Hawthorne, en donde los fantasmas que la asolan son los fundadores de una Nación, o El castillo de Otranto de Horace Walpole, cuya herencia supernatural de la Edad Media era contrapuesta o iluminada por la luz de la razón moderna (como en las novelas góticas de Ann Radcliffe), en Hill House estamos en pleno siglo XX y fines de los años cincuenta: es la psiquis de los personajes que opera sobre la casa como si fuese un cuerpo humano. En la nueva versión de Flanagan para Netflix, Olivia, la madre de la familia Crain lo dice mientras diseña la casa de sus sueños (o pesadillas): “Una casa es como un cuerpo. Las paredes son los huesos, la tuberías son las venas. Y como todo cuerpo, una casa necesita de un corazón”.
La casa gana (y después pierde)
En 1961, Shirley Jackson recibió la exorbitante suma de 67 mil dólares por la adaptación de su tercera novela, The Haunting of Hill House. La plata le permitía por un lado ampliar su propia casa familiar, hacerle mejoras al estudio en el segundo piso, comprar una lavadora de ropa, pagar la hipoteca y saldar deudas. Pero también la permitía una módica libertad dentro de un matrimonio no del todo feliz. Ruth Franklin, en su biografía Shirley Jackson: A Rather Haunted Life, hace hincapié entre la infelicidad de su matrimonio y su obra. El proceso creativo de Hill House no estuvo, para la biógrafa, exento de esa teoría. Es para ella más que una metáfora de la locura, una metáfora de la soledad, producto de un matrimonio desdichado.
Metáforas aparte, la primera adaptación al cine (quizás la mejor hasta la fecha), fue realizada por Robert Wise, editor de Citizen Kane, multifacético director que venía de hacer el exitazo West Side Story, aclamado musical de Broadway que se convirtió en un clásico del género, y terminó dirigiendo clásicos como La Novicia Rebelde y Star Trek. Wise fue anunciado con bombos y platillos por la MGM. La película se llamó The Haunting y tenía en su protagónico a Julie Harris en el papel de Eleanor (Lance, no Vance) mientras que Theodora sería interpretada por Claire Boom. Jackson no participó de la escritura del guión ni del proceso del rodaje. Sí le pareció divertida e inteligente la maniobra publicitaria lanzada desde The New York Times, donde se invitaba a los lectores a contar sus experiencias paranormales. Acudió también a una entrevista con Wise y su guionista, Nelson Gidding, quien le manifestó abiertamente la idea de convertir Hill House en una especie de manicomio. A Jackson no le pareció que fuese una idea muy elocuente para la película, pero no la descartaba como posible, dijo en la reunión, para otra cosa. Aún así, la adaptación realzó el arco hacia la locura. El estreno de The Haunting recibió críticas mixtas. Se destacaba visualmente su estética. Con encuadres oblicuos (que tanto se utilizaron en el cine B) y trucos de maquillaje, de movimientos de cámara acelerados y de cortes sobre el eje temporal, que proporcionaban la idea de locura en Eleonor. La película se apoyó en un montaje acelerado, no muy frecuente en el cine de terror, para desestabilizar al espectador y dar la sensación de pérdida de la realidad. Muchos de los trucos empleados por Wise fueron retomados por directores como Roman Polanski, John Carpenter, Dario Argento y Martin Scorsese, quien, en sus clásicos listados camaleónicos, considera a The Haunting como una de las once (¿por qué once?) mejores películas de terror de la historia del cine norteamericano.
The Haunting tiene un personaje abiertamente homosexual: Theodora, la colega de Eleonor, quien también toma notas de su experiencia dentro de la casa. Un detalle que para la época fue un signo de irreverencia, aunque pasó un poco desapercibido por los efectos y trucos. El estreno no fue un éxito de taquilla (como si lo fue la posterior película de Wise, La novicia rebelde), aunque es un verdadero clásico del género y con los años, se convirtió en una película de culto. Esa adaptación fue la mejor de todas las que se hicieron en base a cuentos o novelas de Shirley Jackson, quien después, en vida, no tuvo mucha suerte con el cine. Con tan sólo tipear su nombre en YouTube aparecerá una larga lista de versiones, muchas de ellas fallidas, de sus cuentos a cortometrajes. Sobre todo el más famoso (y uno de los cuentos del género más importantes de la historia), “The Lottery”, que también tuvo una soporífera versión en un largometraje (puede padecerse online).
Fiel al gesto apocalíptico del fin del milenio, La Maldición de Hill House tuvo una remake en 1999 con un casting de lo más raro: Catherine Zeta-Jones en el papel de Theodora y Lili Taylor como Eleanor. Owen Wilson, Bruce Dern y Liam Neeson completaron los protagónicos masculinos en la fallida versión de Jan de Bont (acá se la conoció como La guarida). La película fue producida por Steven Spielberg (aunque no figuró en los créditos), fan de la versión de Wise. Originalmente, intentó escribir la remake junto con Stephen King, pero la dupla no duró mucho. King, fanático de Shirley Jackson a quien cita en Salem´s Lot en un extenso epígrafe, finalmente escribió un telefilm llamado Rose Red, que tiene muchos guiños, gestos y ecos a la novela de Jackson. The Haunting, la remake, fue un fracaso absoluto y no le hizo nada de honor a la versión de Wise ni a la novela. Tuvieron que pasar casi veinte años para que apareciera el monstruo del streaming para que pusiera la casa un poco en orden.
Casa de cartas
Como una enorme caja de resonancias, Hill House responde a los miedos de sus habitantes; la experiencia de habitar la casa es en verdad la de proyectar lo reprimido en imágenes vívidas, reales. En cierto modo, la versión de Flanagan es fiel a la esencia mixta y ambivalente del libro; la casa que supo canalizar el miedo de Eleanor Vance es el lugar en donde ahora se manifiesta el terror de la familia Crain.
“Soy una criatura tragada por un monstruo, y el monstruo siente mis pequeños movimientos en su interior”. Con esa frase, leída cuando era joven y estudiante, le bastó a Flanagan para querer adaptar la novela a una serie. Una frase que en cierto modo funcionó como mapa y hoja de ruta para llevar adelante una serie de doce horas que se respiran como una película en doce partes. Y que con una línea de diálogo resume la construcción del personaje principal: Olivia Crain, arquitecta, casada con Hugh Crain, que se muda junto con sus cinco hijos a Hill House, para remodelarla y venderla. Flanagan estaba más interesado en la vida posterior a la experiencia traumática que al hecho en sí; aquello que pasa después del contacto con lo supernatural. En ese sentido, Steve, el hijo mayor de Crain, es un escritor de novelas de misterios que se hizo famoso por llevar a papel la historia de su familia sin haber sido un testigo directo de ninguno de los hechos sobrenaturales que asolaron a sus cuatro hermanos. “Cuando hablás con gente que estuvo en contacto con fantasmas o demonios, siempre se habla de las consecuencias y no de los hechos. Eso me parecía un material interesante para usar” dijo Flanagan en una entrevista con Vulture.
La estructura de la serie es compleja. Opera sobre el tiempo en distintos flashbacks y flashfowards. Confunde al principio, pero después de unos capítulos se entiende que hubo un hecho significativo en la casa de la familia Crain; la muerte de la madre y la huida de los hijos con sus padre, interpretado por Henry Thomas (quien fuera el niño de ET, un pequeño acierto de casting, si hablamos de adultos con traumas latentes). La serie teje en tiempos alternos su trama viscosa, mientras ocurren dos enigmas en paralelo. Por un lado, qué ocurrió con Olivia, la madre de la familia (interpretada por la bella Carla Gugino). Si fue un suicidio, un asesinato, un femicidio o un caso paranormal. Y qué ocurrió con la hija menor de los Crain, Nell, quien de un día para el otro, acechada por la imagen de “la mujer del cuello” (cada vez que aparece eleva el nivel de miedo) decidió volver a Hill House para correr el mismo destino que su madre. Ese punto de ataque dispara la historia como una explosión.
Cada esquirla teje una historia distinta que está conectada. La del mencionado Steve, que tras el éxito de su novela y su carrera como escritor de género nunca presenció un hecho paranormal sino que se valió de declaraciones de gente común para construir sus relatos. La historia de Shirley (aunque lleve su nombre, no está tan inspirada en la vida de la autora), hermana mayor y santa protectora de la historia familia, que después de ver el cadáver de su madre se convirtió en forense, y desde una pequeña empresa familiar trabaja embalsamando muertos para sus velorios. La de Theodora, una doctora en psicología que tiene un talento sobrenatural para determinar casos infantiles que los chicos no pueden manifestar en palabras. Y la de Luke, el más chico de los gemelos, con un largo historial en centros de rehabilitación por drogas duras, perseguido por un gigante que se eleva unos centímetros del suelo y lleva un sombrero bombín.
El resultado es una serie que funciona como un casa de cartas. Cada historia (algunas más logradas que otras) se encuentra hilvanada con el misterio de la casa. ¿Qué pasó en Hill House la noche en la que Olivia se quitó la vida? En ese sentido, la versión de Flanagan mantiene intacto el espíritu del libro; son las presiones sociales sobre la psiquis de su personaje la que invierten el patrón de lo sobrenatural. Si, según su biógrafa, Shirley Jackson sufría por un matrimonio infeliz que soportaba a base de anfetaminas y alcohol, y padecía sola la crianza de sus cuatro hijos (proceso que retrató en una serie de bellos libros sobre maternidad); si Eleanor en la novela sufría por la muerte de su madre a tal punto de condicionar su vida en presente, Olivia Crain y su misterio se alzan sobre la misma desesperación, el mismo tipo de miedo básico: el miedo a quedarnos solos. Jackson hizo de esa ansiedad social en plena década del cincuenta (hoy moneda corriente) el motor y la combustión para escribir su obra. Y sus libros –su escritura– no fueron más que una excusa para mantenerse cuerda entre organismos condenados a permanecer vivos bajo regímenes de estricta realidad.