• Un productor de aquellos, a la vieja usanza, había comparado la fama con ser un corredor de Fórmula 1: todos te alaban, te ayudan a ponerte el traje, te estimulan, vitorean y se preocupan por vos. En realidad te están vigilando para que no te mates: no quieren asesinar a la gallina de los huevos de oro. Pero el que está en la pista corriendo a 300 kilómetros por hora sos vos, solo o sola. Con tu alma y tu instrumento, yendo a mil.
     
  • Eran las primeras cámaras de tres tubos y estaban ansiosos por probarla. Inventaron una secuencia en el departamento del músico que consistía en la imposibilidad de estar solo para masturbarse. En cuanto lo iniciaba –el efecto del cuadro era una simulación con la mano dentro del pantalón– alguien o algo lo interrumpía: un llamado telefónico, un vecino pidiendo algo, o los amigos tocando portero, trayendo bebidas. Conclusión: la pequeña y liviana filmación se cerraba con el músico moviendo la cabeza como diciendo que era imposible estar solo. Dentro de ese VHS estaba también la incursión por Badía & Cía. Pasó el tiempo y aquella escena fue olvidada. Un amigo le pidió el material. Lo llevó a la casa de su madre en domingo, donde había una comida familiar.

    -- Mirá, acá va a aparecer mi amigo cantando en un programa -anunció con énfasis. Pero en la pantalla emergió el músico, no tocando la guitarra precisamente.

    Hubo un silencio abismal en la mesa y el pibe que apagaba el televisor apresuradamente. Ante el estupor de la audiencia, nadie dijo cosa alguna y prosiguieron comiendo en silencio, pensando vaya a saber en qué cosas vinculadas a la mala vida, la noche y la pornografía que atrapan al rock nacional y a sus triunfadores.

     
  • El primer recuerdo que le viene a la memoria en estado vívido y legítimo es despertarse en la noche para ir hacia la caja de juguetes, pues pretendía averiguar si ellos también dormían, intuyendo que habrían de moverse mientras él se entregaba al sueño. Con el tiempo, esta imagen se hizo tan recurrente que supo que lo estaba llamando para que entendiese el porqué de su oficio de contar historias: siempre sospechó que había vida dentro de la vida misma, otra vida que merecía ser espiada.

     
  • Se sabe que la marihuana produce efectos disociativos, y si el fumador es novicio puede acrecentarse un sopor mezclado con una pizca de paranoia. El músico local, experimentado en esta lides, entró a su departamento compartido para encontrarse con un cuadro exótico: sus dos amigos jovencitos estaban siendo hipnotizados, amedrentados por un pelotudo que se creía vidente, quien les estaba hablando de mundos oscuros y demoníacos, de presencias y posesiones diabólicas. Vestía de oscuro, tenía trenzas, uñas pintadas de negro y ostentaba un capote.

    -- ¿Quién sos vos? -preguntó.

    El tipo, sacando pecho y alzando sobre él una mirada exagerada de dios poderoso de las Sombras, murmuró:

    -- Soy el Mal, el Príncipe de las Tinieblas.

    -- Ah ¿sí? Ahora vas a ver todo oscuro de golpe.

    Y le pegó un cachetazo que lo derribó. Los dos amigos sorprendidos salieron del estado de idiotez con los ojos agrandados. Y aún recuerdan entre risas cómo esa noche de delirio fue sacado de ese departamento, el mismísimo Diablo, pero a patadas en el culo.

     
  • Se da por lo general en ciertos ambientes de cantantes vanidosos que encuentran a la coreuta atractiva y que ella desiste de sus aprontes amorosos. Entonces ocurre algo previsible: la terminan echando a la calle, no solo porque ella no ha concedido entregarse al líder, sino porque se ha dado cuenta de que ella canta mucho mejor que él. La estupidez reina detrás de una voz, pues el que la emite es apenas un ser miserable.

     
  • El músico de la Trova tenía una abuela italiana. Ese día estaba ella de visita y esto lo alegró. Comieron entre murmullos y risas y luego se tiró a dormir la siesta. Al acostarse en la cama notó un bulto pesado a sus pies: una olla de acero con una prenda encima. Entró la nona y le explicó: para levantar la masa de harina de la torta ella siempre le ponía encima un pantalón de hombre. El se reventó de risa y la abuela, sonrió levemente y se llevó el objeto.

    -- E’ buono, da resultato, nene. Vo’ no sabé’ nada de nada -dijo por lo bajo. Por la noche, luego de un recital en que conoció a una dama, la noche triunfal fue coronada por una potencia sexual que ignoraba que viviera en su cuerpo. Pensó en su abuela y agradeció por las supersticiones tan reales como extraordinarias provenientes de Sicilia.

     
  • Durante las primeras giras con el estado llameante y alelado del mundo nuevo de los escenarios, y la gente atontada en la euforia que concede la fama, él comprendió que la cocaína era una aliada para combatir el siroco, el mal de las alturas, generado por la veneración y la fama. Por ello, todos la consumían. Mas, como un instinto superior, detectó que se la facilitaban tanto a él como al resto de la banda, para mantenerlos atados y sumisos: “... Una escopeta escupe balas de cocaína y hay un titiritero que es el que la reparte”, escribió Fito con certeza poética.

     
  • Salieron en caravana, subidos a la combi en un sábado de lluvia, a cumplir el sagrado rol que era tocar para almas anhelantes de sus canciones. Era una cena con casamiento. La novia expresamente los había solicitado porque era fana de sus músicas. Un showcito corto y luego la banda que seguía se encargaría de la fiesta en el baile y esas cosas. Al llegar, vieron que el lugar no tenía rampa de acceso, por lo que tuvieron que entrar las cosas previa caminata de media cuadra. Luego, no pudieron probar sonido ya que los equipos contratados por los casamenteros llegó sobre la hora. Hacía calor en el ambiente y los aires acondicionados eran magros. La comida servida entre bambalinas resultó horrible, los novios eran pésimos y la paga no se cumplió como habían acordado. Para finalizar, se cortó la luz en medio del show y hasta se agarraron a trompadas algunos comensales pasados de copas. Cuando se fueron, el chofer les señaló con el dedo el cartel del local. “Salón de Recepciones”, rezaba. Pero la patita de la R estaba rota, por lo que se observaba que a simple vista era “Salón de Decepciones”. Ahí entendieron absolutamente todo.

     
  • Cuentan que de chico adoraba cantar, pero adolecía de timidez: cuando le pedían que lo hiciera aceptaba colorado, pero solicitaba que apagasen la luz una vez que estaba subido a una silla o a la mesa. No faltaba algún entrometido que encendía la lamparita para festejar el chiste. Él sentía que lo sorprendían desnudo como en un sueño. Y dejaba de entonar como lo hacía: maravillosamente. Luego, con el tiempo, recrudeció esa fotofobia y todos sus recitales transcurrían con luces bajas que, como máximo, le pegaban en el pecho. Encima usaba sombrero para actuar. Pocos le conocieron la cara íntegramente. Murió en la Curva de la Muerte, llegando a Pérez, y sin dejar ni un disco grabado. Su voz se convirtió en leyenda. La Sombra le apodaban y muchos aseguran que cantaba mejor que cualquiera.

    -- Era el lado oscuro de Gardel -rememora un tipo mayor sentado en el bar El Catorce mientras bebe y levanta el vaso, lleno de un vino tan oscuro como la leyenda que narra ante el que la pida.

     
  • El músico de la Trova había ido a tocar a una ciudad de Córdoba. La noche previa lo invitaron a un picadito. Jugó media hora y luego por precaución pidió atajar. Del otro lado, un 10 gigantón y mal llevado estaba picando el partido. Pedía las faltas, se enojaba con propios y ajenos, trababa fuerte, desvirtuando que aquello era un amistoso. El arquero rosarino lo increpó y a punto estuvieron de irse a las manos. A la noche siguiente tocó en un bar muy lindo y al fondo, tomando como loco malo, estaba el tipo aquel del partido. Entonces las musas de la Fatiga y la Molestia hicieron de las suyas: le pegaron al oído una vieja canción de amoríos contrariados donde el varón es urgido a irse porque otro varón ha ocupado su lugar. Una historia simple que el artista cantó con emoción. Al terminar se le acercó el grandulón aquel y le dio un abrazo interminable.

    -- Perdoná lo de la otra noche –dijo y se fue. Luego, sus amigos del lugar le contaron que el tipo aquel vivía pegado a su esposa, que lo engañaba con el intendente y era vox populi, pero el Conan Bárbaro de la historia nada hacía, atontado de amor hacia la dama.

    -- Por eso está así alterado y por eso fue que te abrazó.

    Las letras de las canciones suelen a veces convertirse en crónica testigo, bálsamo o tormenta cósmica. Dicen lo que la lengua a veces calla por pudor o por no saber cómo contar el cuento verdadero. Para eso están los que escriben las buenas canciones.

 

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