Desde Mar del Plata
Pit observaba pacientemente la situación desde un costado, sin llamar la atención. Primero, vio cómo los jugadores improvisaron los arcos con sus buzos, luego, cómo se sacaron las zapatillas y, finalmente, cómo la pelota empezaba rodar en la arena. En ese momento, Pit inició su carrera. Su innegociable destino era donde había quedado el calzado de los chicos. Allí, bien seguro de lo que quería, puso su pata sobre una media, miró a un costado, al otro, la agarró con la boca y la estiró hasta que hizo “crack”. Insatisfecho, fue por una zapatilla. Pero eso ya no paso desapercibido y uno de los miembros de la delegación santafesina que estaban jugando al fútbol tuvo que ir a buscarla. Pit es uno de los simpáticos perros que habitan las playas de Mar del Plata y fue uno de los muchos locales que atestiguaron la fiesta que vivió la ciudad durante los Juegos Nacionales Evita Juveniles y Adaptados, que finalizaron el sábado y que llevaron a aproximadamente veinte mil deportistas (de entre 10 y 18 años) de todo el país a competir en la ciudad balnearia.
“Es mi primera vez aquí en Mardel y no conocía el mar. Me encantó. Pudimos disfrutar mucho de la playa los días que tuvimos libre y disfrutar de esta linda ciudad. El primer día sólo metimos los pies, porque estaba frío. Pero el viernes disfrutamos todo el día de sol y mar”, cuenta Shaira Selemin, jugadora del equipo sub-14 de hockey femenino que presentó Catamarca, una de las tantas primerizas de entre los veinte mil visitantes de la Feliz. Con el pasar de los días, se hizo estampa la imagen de las chicas y chicos desafiando al frío y al viento, corriendo entre el agua, arrojándose arena mojada y practicando deportes playeros que no eran su metier. Esa fue, más allá de los podios y las medallas, una de las grandes recompensas de los participantes de los Juegos Evita.
Marca de época
Camperas van y vienen por la peatonal San Martín. Cada delegación con la suya. La multicolor de Mendoza, la degradé de violetas de San Luis o la celeste y naranja metálico de Tierra del Fuego se destacan entre las más requeridas por las chicas y chicos para hacer algún cambio –si es que los dejan, ya que algunos deberán devolver su indumentaria al finalizar los Juegos–. Sobre las camperas, casi siempre, va también el parlantito o equipo de música, ya sea colgado como morral o en la mano. No hay grupo que no lleve consigo su propia banda de sonido. Casi un viaje a los años ochenta, cuando los boombox (o radiocasetes) al hombro dominaban todo video de hip hop yanqui. El volumen sólo se detiene cuando algún cartel de “15 por ciento de descuento a participantes de los Evita” invita a los visitantes a entrar a los locales de ropa. Aunque no sólo a jóvenes. En alguno de ellos también podrá verse buscando zapatillas a deportistas consagrados, como el boxeador Omar “Huracán” Narváez, quien acompañó a la delegación de su Chubut natal durante la competencia –también estuvieron brindando charlas figuras como José Meolans, Rubén Wolkowyski o Marcela “Locomotora” Oliveras, entre otros–. Pero si los parlantes recordaban a viejos épocas, un lugar que se convirtió en testimonio de las nuevas eras fueron los clásicos “fichines”. A pesar de sus rimbombantes sonidos e hipnotizantes luces prendidas de la mañana hasta la noche, fue difícil encontrar a alguno de los competidores de 10 a 18 años allí dentro. “Vimos pocos deportistas acá. Vienen más que nada niños con padres, que se divirtien igual o más que los chicos”, contaba una trabajadora de los locales de la peatonal. Esa batalla, parece haber sido ganada por los celulares y las consolas.
Colas para pelearse
Por el altoparlante suenan los nombres de las provincias y la categoría. Los peleadores se acercan al tatami y hacen fila. De a cinco, máximo. Las disputas duran dos minutos o menos, dependiendo del desarrollo. Una vez finalizada, ambos se saludan entre ellos y a los árbitros, para luego abrazarse con sus entrenadores, ya sea para festejar o para recibir un consuelo. Allí no importan las zapatillas, pies descalzos dominan la escena y el aire que se respira es viva prueba de ello. Esa es la escena en el Palacio de Deportes marplatense, escenario de deportes como el judo descripto en las líneas anteriores, lucha, tenis de mesa, pelota paleta y bádminton. Este último fue un gran obstáculo para quien quisiera recorrer los diferentes escenarios. Es que, en los pasillos, los deportistas precalentaban antes de los encuentros. Claro que pasar por ahí para el improvisado peatón no es ningún riesgo ya que la pelota de bádminton (o volante) difícilmente pueda lastimarlo. No así en el pelota paleta ya que, quien quisiera presenciar los encuentros desde el segundo o tercer piso de la cancha podía ligarse un pelotazo. Claro que, tras aguantar el golpe, había que devolver la pelota para que los chicos pudieran seguir jugando.
Cosa de santos
Lejos del centro, el Polideportivo Islas Malvinas fue el escenario de uno de los duelos más apasionantes de los Juegos: la final del básquet 3x3 adaptado (en silla de ruedas). El evento decisivo reeditó la final del año pasado, donde San Juan había superado a Santa Cruz. Choques entre sillas, cambio de ruedas, tiros de larga distancia, quiebres de cintura y pases de faja y sin mirar hicieron de la final un partido de alto vuelo que se quedaron los patagónicos por 17-7. El vencedor contó con las notables labores de Luciano Andrade en defensa, Micaela Rosales en ataque y de Angel Christopher Hernández como generoso líder de equipo y poseedor de una visión superior dentro de la cancha para habilitar a sus compañeros con pases mágicos. En el básquet adaptado, la marca y desmarca cobran una dimensión muy diferente a la del convencional: cerrar el paso para impedir el avance del rival se torna literal cuando le ponen la silla por delante a su adversario y, en eso, se destacaron los campeones patagónicos.
Entre naranja y colorado
La jornada anterior en el Malvinas contó con la presencia de Rubén Wolkowyski, miembro de la Generación Dorada que ganó el oro olímpico en los Juegos de Atenas 2004, quien entre foto y foto se tomó el tiempo para tirar unos lanzamientos con Tiziano García, representante de Buenos Aires. Tras marrar su primer intento, el joven de 12 años acertó los dos siguientes y le tiró la presión al Colorado, que había embocado uno de dos. Rodilla en el piso y con una técnica impoluta, el ex NBA lanzó, pero su pelota bailó sobre el aro y salió. García era el ganador pero mucho no le importó. Mientras el chaqueño de 2,08 metros le daba la mano para felicitarlo, su mirada se iba para otro lado: a donde iba la naranja, tras bajar del aro. Y para allí fue también su silla de ruedas, a tomar la pelota mientras Wolkowyski seguía la ronda fotográfica. Esa, fue la tónica de estos Juegos Evita donde, más allá de las fotos, las medallas, los triunfos y las derrotas, y hasta aún después de recién terminada las competencias, los chicos y chicas se volcaban siempre que podían de nuevo sobre el campo de juego, para seguir haciendo lo que más les gusta, practicar deporte.