El mundo es un lugar peor desde ayer. Nuestra América es peor, la amenaza es abierta, desembozada. La concordancia entre las manifestaciones contra la ley de Educación Sexual Integral en nuestro país y el triunfo de Bolsonaro en Brasil nos quitan el aire alrededor, se parecen a la asfixia. No son comparables ambos hechos, Bolsonaro ya es presidente y su discurso inaugural extiende como un telón negro la promesa de una paz que proclama igual a la que habita en los cementerios: habla de libertad pero augura persecución, nombra a la Constitución pero su fidelidad es para el dios al que le reza antes de dar el discurso de la victoria. Y como telón de fondo, la violencia social que se ampara desde el poder, ahora máximo poder en Brasil: desde la primera vuelta electoral los crímenes de odio se sucedieron con el susurro en el oído de los perpetradores de las medidas ya anunciadas por el nuevo presidente. Más armas a la población civil, más poder a la policía, avanzar contra el fantasma de la “ideología de género” en las escuelas que no es más que una caza de brujas contra los feminismos y las disidencias sexuales, acabar con la devolución de tierras para los pueblos indígenas. La amenaza es más que eso, es miedo contante sin metáfora, es reconocer que millones de personas –sí, millones– tienen deseos de exterminio sobre nuestros cuerpos, nuestras subjetividades, nuestro deseo de libertad, de acabar con la opresión que implica lo mismo que ahora se festeja: una economía para nuestros cuerpos y sensibilidades que ordena silencio y puertas y ventanas cerradas, esfuerzo individual y desprecio por el otro, las otras, les otres.
No es lo mismo el dolor Brasil que pone a circular abrazos virtuales, refugios amorosos que cruzan fronteras, la constatación de que se puede volver a sentir miedo y no sólo al futuro o a no poder pagar la cuenta de luz, que ya es suficiente. No es lo mismo Bolsonaro presidente y el fascismo sin máscaras en la presidencia que los grupos antiderechos juntándose en plazas de diferentes ciudades del país. Pero ese deseo fascista que ponen en juego, esas mujeres rubias que son sus voceras, el reclamo de propiedad sobre sus hijes en contra de sus propios derechos también hablan de la corriente gélida de la derecha que avanza para reponer un orden que es exterminio de la libertad.
Los feminismos son la fuerza que viene reaccionando y creando movilización y trama común contra el fascismo. Disputamos un mundo otro, otra manera de habitarlo, nos enlazamos con la revuelta contra todas las opresiones: el racismo, la xenofobia, el odio a las disidencias sexuales. Contra el encierro doméstico donde la violencia pretende disciplinarnos abrimos nuestras casas, hacemos de las ollas populares lugar común; de los deseos diversos campos de experimentación de otros vínculos. No aceptamos la culpabilización que dice que la movilización feminista es responsable de la virulencia de la reacción. Pero es imposible no leer el pánico moral y hasta el desequilibrio económico que puede generar nuestra revuelta. Este resultado en Brasil también habla de esto, de cómo disciplinar una fuerza que se viene acumulando contra la acumulación capitalista que necesita a las mujeres en sus casas y a los deseos anestesiados para seguir consumando la extracción de la dignidad de la vida.
La última semana, en Brasil, la oposición al futuro gobierno se despabiló, salieron militantes a disputar votos cuerpo a cuerpo. Algo se ganó en estos últimos días, dicen, tal vez la certeza de que es necesario construir fuerza transversal para poner límites a la amenaza que empezó a cumplirse. Ojalá el tiempo esté a favor de los pequeños, como decía la canción. Aunque quiénes serán los pequeños en esta historia si las iglesias cosechan votos para el fascismo en los territorios más despojados. Los feminismos tienen la responsabilidad de disputar ahí, en esos terrenos, los vulnerados y también en el de la espiritualidad. Porque no podemos dejarnos expropiar ni la vida ni la libertad.
Brasil es advertencia para todes, para los feminismos es alerta y llamado a renovar la acción. Hoy nos abrazamos fuerte para que la tormenta no arrase con la casa feminista que queremos abrir. Y enseguida volveremos a tramar en torno a las ollas y los calderos, ahí donde lo común es espacio abierto y colectivo, resistencia contra toda opresión.