Lo primero: a ver ahora quién niega que el fascismo ha llegado a nuestros barrios y está a la puerta de nuestras casas.
Lo segundo: en Brasil se consagró el retorno de las bestias por voto electrónico, lo que aquí, una vez más, replantea preguntas que la sociedad política argentina no se hace, aunque debería.
Ahora que el fascismo es otra vez un monstruo grande y pisa fuerte –el propio y el de aquí al lado– es imprescindible y urgente reflexionar acerca de la manipulación y falseamiento que todo cómputo electoral resultante de voto electrónico permite y facilita. A punto tal que debería ser ya considerado el mayor enemigo contemporáneo de la democracia.
Las manipulaciones tecnológicas son tan fácilmente comprobables como siempre negadas por el poder y por los medios, que desde la engañosa modernidad que cacarean a diario formatean mentalidades ciudadanas y oficializan el dibujo de los resultados.
Esta columna sostiene desde hace años –y ha insistido en innumerables ocasiones– que la única posibilidad de seguir en el poder que tienen los que hoy gobiernan la Argentina es mediante el fraude. Y que su arma infalible para ello fue y será el voto electrónico.
Por afirmarlo hemos sido criticados cada vez: que exageramos, que no es para tanto, que se abandonó esa idea o que no es “tan así”.
Pero el fantasma está vivo y colea, y acabamos de verlo en Brasil. El mundo entero asistió a una nueva demostración de que el fascismo es capaz de cualquier cosa. Y el voto electrónico le facilita la tarea.
En las decisiones parlamentarias la memoria popular siempre sabe quién y qué votó, como sabe identificar a genuflexos, carpeteados y traidores. Sucedió y sucederá con el presupuesto del FMI-Cambiemos. Pero cuando se trata de recambios periódicos de autoridades la cuestión es más compleja y más turbia, como ayer en el proceso brasileño.
Cuesta creer ese resultado –con voto electrónico para un padrón de 147 millones de electores– que dice que un milico represor y partidario de la tortura, racista confeso y autoritario de profesión, fue elegido presidente con el voto de millones de burgueses brasileños que se creen lo máximo, pero también con el de millones de negros y mulatos, campesinos sin tierra y habitantes de miles de favelas de todos los tamaños y miserias. Cuesta creer que ese nazifascista haya sido “elegido” en la república de Jorge Amado y Leonardo Boff, de Paulo Freire y Clarice Lispector, de Chico Buarque y Ellis Regina y Frei Betto. ¿Por qué creerles a miles de máquinas colocadas por el gobierno de Temer, aplaudidas por la Rede Globo y bendecidas por sectas e iglesias de fanáticos dizque religiosos?
Allá como aquí, a millones de jodidos y desencantados les han hecho la cabeza e inoculado y formateado un odio absurdo. Igual que aquí, en ciertos pobreríos y sobre todo entre los que ascendieron un escaloncito en el camino a la clase media, los negros les gritan con desprecio “negro de mierda” a los de su misma condición, como si no tuviesen espejos en los que mirarse y porque su delirio aspiracional se inicia con la renuncia a las propias biografías.
En Brasil y aquí los que desprecian a los negros de mierda son, en muchísimos casos, ellos mismos negros cuyas aspiraciones clasemedieras los desclasaron. Porque racistas no son solamente los oligarcas, para quienes los pobres son prescindibles y ni los miran. Los que insultan a los negros son muchísimas veces aquellos de sus pares que sacaron la nariz o un pie del barro de las villas y ya se creen parte del Mercado.
El escrutinio brasileño es una muestra de lo que nos espera a los argentinos en 2019 si no reaccionamos. Y el peligro mayor –que parecen negar las dirigencias opositoras– es el voto electrónico que astuta y silenciosamente prepara el bandidaje en el gobierno.
Hace menos de un año Marcos Peña Braun, que es algo así como la versión inteligente del Presidente, dijo que esperaba que la de 2017 fuese “la última elección sin voto electrónico”. Y para reforzar su discurso mintió que el voto en papel “ya no se usa en ninguna parte”, cuando la verdad es que los únicos países grandes (por cantidad de habitantes) que usan el voto electrónico son India, Brasil y Venezuela.
“Es una flagrante mentira”, le respondió Beatriz Busaniche, especialista de la cordobesa Fundación Vía Libre. “De los 20 países más desarrollados, sólo Estados Unidos utiliza voto electrónico, y sólo en el 35 por ciento de su padrón”. E incluso algunos estados de ese país “están volviendo al voto en papel por las sospechas de manipulación tras el triunfo de Donald Trump”.
Bueno, pues ahora en Tucumán y otras provincias ya se anuncia el voto electrónico y la Legislatura de la CABA ha aprobado el Código Electoral para la ciudad, incluyendo la implementación del sistema de voto electrónico, lo que la semana pasada motivó un fuerte hackeo en demostración de vulnerabilidad, con este aviso: “Todo sistema informático es vulnerable, y será vulnerado”. Pero eso no es todo: desoyendo las múltiples críticas de especialistas, universidades y técnicos la Legislatura porteña también aprobó que el voto electrónico sea mediante la llamada Boleta Única Electrónica (BUE), engendro ya probado en Salta, Santa Fe y otras provincias.
Lo que debe quedar claro es que cualquier tecnología electrónica que suplante al voto manual, recontable y controlable por cada partido, inexorablemente conlleva inseguridad, vulnerabilidad y por lo tanto posible distorsión de la voluntad popular.
El voto electrónico siempre es cuestionable, por inseguro. Porque elimina el recuento manual. Porque el control tecnológico queda en manos del poder de turno. Porque no hay manera de evitar que los sistemas sean hackeados. Porque fiscales de distrito y de mesas resultan monigotes con poder limitado y decisiones intrascendentes. Por todo eso Alemania y otros países renunciaron al voto electrónico y volvieron al clásico voto en papeleta.
De manera que si no detiene esta nueva patraña de quienes hoy gobiernan y sus mentimedios, la dirigencia política argentina estará practicando un suicidio anunciado. Como muy probablemente sucedió ayer en Brasil.