Desde Porto Alegre
A las 7 de la tarde la televisión mostró el habitual videograph de Urgente. A esa hora, Jair Bolsonaro ya sepultaba los sueños de garantías democráticas para las minorías brasileñas con un triunfo arrollador. El nuevo presidente del gigante de América Latina encarna desde hoy la nueva mayoría que explica con creces el 55,1 por ciento que sacó en la segunda vuelta. Fernando Haddad, el candidato del PT, llegó al 44,90 % escrutado el 100 por ciento de las urnas electrónicas. La ola ultraderechista cabalgada desde su cresta por un militar racista y reivindicador de la última dictadura invadió las costas de Río de Janeiro convirtiendo a la ciudad en una postal difícil de creer, ahí donde reina el carnaval. El mandatario electo le habló al país desde su casa, acompañado por su esposa Michelle y una traductora para sordomudos. Dijo: “Lo que ocurrió en las urnas no fue la victoria de un partido más, es la celebración de un país por la libertad”. Abajo, junto al mar, la glamorosa Barra da Tijuca se vestía de fiesta para celebrar la victoria de “Mito”, el hombre que asumirá su cargo el 1º de enero de 2019 en un país de 208 millones de habitantes. El presidente electo cosechó el apoyo de 57.795.271 de electores contra los 47.035.345 que votaron al profesor universitario que llegó al ballotage corriendo siempre desde atrás.
Dos horas después del cierre de los comicios en las principales ciudades del país, ya estaba el resultado puesto. Brasil tiene cuatro husos horarios distintos y en el nordeste los resultados de la votación se conocieron más tarde. No hubo suspenso, ni siquiera la posibilidad de un desenlace reñido que habían disparado como posibilidad algunas encuestas de los días previos con Haddad acercándose al militar. Conocida su derrota, el candidato del PT dijo palabras de contención para la militancia de su partido: “Vamos a seguir continuando con la caminata y reconectándonos con los pobres de este país. Cuenten con nosotros, la vida está hecha de coraje”.
Brasil, más allá de sus fronteras, se identifica ahora con la cara de un dirigente político misógino y xenófobo, que no parece creíble en su moderación impostada de estas horas. Pero se legitimó en los comicios, y si cumple con la mitad de sus frases de campaña, llevará al país más grande de América Latina por un camino oscurantista, de imprevisibles consecuencias. Desde 1945 que un militar no llegaba al gobierno por la vía democrática. El último fue Eurico Dutra. El candidato del PSL (Partido Social Liberal) será el presidente 42º y el octavo desde el fin de la larga dictadura militar (1964-1985). Bolsonaro consiguió superar en el ballottage sus números de la primera vuelta, como era previsible. Mejoró de manera ostensible su performance con nueve puntos porcentuales más y pasó del 46 % del primer turno al 55,1. Haddad también elevó sus guarismos del 29 por ciento al 44,90. Pero esos números ni siquiera le permitieron discutirle la elección al candidato vencedor.
En su discurso como flamante presidente electo, Bolsonaro dejó frases que resumen su ideario, entre ultramontano y provocador. El nuevo hombre fuerte de Brasil declaró: “Nunca estuve solo, siempre sentí la presencia de Dios y la fuerza del pueblo brasileño” y siguió con sus frases litúrgicas, como si estuviera en un templo: “Este gobierno será un defensor de la constitución, de la democracia y de la libertad. Esta es una promesa no de un partido, no es la palabra de un hombre, es un juramento a Dios”.
Por varios pasajes, en ésas, sus primeras frases como ganador de la elección más importante de la historia reciente del país, Bolsonaro pareció mutar del candidato en campaña que restringiría los derechos de las minorías al presidente electo de la concordia y la tolerancia como bien supremo. “La libertad es un principio fundamental, libertad de ir y venir, andar por las calles en todos los lugares de este país. La libertad de emprender, la libertad política y religiosa, de formar y tener opinión, de hacer elecciones y ser respetado por ellas”.
Tampoco parecieron creíbles sus palabras que procuran concordia: “No hay brasileños del sur o del norte, somos todos un solo país, somos todos una sola nación, una nación democrática”. Después de mostrarse acompañado por su esposa en las palabras iniciales desde su casa, apareció en público con el frustrado candidato a senador Magno Malta que lo tomó de las manos y lo invitó a compartir una oración. El personaje, poseído como si fuera un pastor evangélico de las iglesias electrónicas, dejó algunas frases de antología que hicieron emocionar al nuevo mandatario. “Los tentáculos de la izquierda no serán arrancados sin la mano de Dios, comencemos orando”, invitó. La escena la completaban otros colaboradores y seguidores de Bolsonaro como el actor porno Alexandre Frota y el probable ministro Ónix Lorenzoni, un político derechista de Río Grande do Sul.
El capitán retirado del ejército y hasta hoy diputado federal no fue el único ganador de su partido. Los dos militares y un empresario candidatos a gobernadores del PSL que alcanzaron la segunda vuelta, también triunfaron en los estados donde se presentaron. El llamado comandante Moisés se impuso en Santa Catarina con un contundente 71 por ciento de los votos. Otro uniformado, el coronel Marcos Rocha, venció en Rondonia con el 66,3 % y en Roraima la victoria fue para Antonio Denarium, un hacendado ganadero con el 53,8 %.
Había en juego trece gobernaciones más el distrito federal de Brasilia. En los tres más importantes del país, San Pablo, Minas Gerais y Río de Janeiro, se impusieron candidatos de derecha que acompañaron la postulación presidencial de Bolsonaro. En el distrito más poblado del país, el empresario paulista Joao Doria ganó con el 51,7 de los votos y retuvo un bastión histórico del PSDB. En Río el éxito fue para Wilson Witzel (por el 59,9 %) del Partido Social Cristiano (PSC), un ex infante de marina y ex juez que surfeó sobre la ola militarizada que guió a Bolsonaro hacia el Planalto. Una joven fuerza de derecha, el Partido Novo, se impuso en Minas Gerais con el empresario Romeu Zema por el astronómico porcentaje del 71 %, en el mismo distrito donde la ex presidenta Dilma Rousseff salió cuarta y no pudo lograr la senaduría a la que aspiraba.
El mapa político de Brasil tuvo un fuerte corrimiento hacia la derecha más rancia, en su formulación militar, empresaria y evangélica. Una combinación que se expresó durante toda la campaña con altos picos de fundamentalismo. Como si hubiera regresado al país más poderoso de América Latina, la vieja alianza entre la cruz y la espada. Bajo la bendición del capital financiero y el Departamento de Estado de EE.UU, con su arsenal tecnológico volcado a las redes sociales y las iglesias de pastores grandilocuentes dispuestos a realizar una nueva cruzada de la fe.