¿Qué lleva a cometer un crimen? ¿De dónde surgen los estallidos de violencia? Esas inquietudes hicieron que Fernando Calvi produjera Lo blanco del ojo, publicado originalmente en la revista Fierro y recopilado recientemente por la editorial La Pinta. De producción frondosa, pero siempre interesante, Calvi es uno de los autores más respetados por sus colegas y la crítica especializada. Es de los que siempre tienen algo enriquecedor para comentar sobre su propia obra y la de otros. Y después de títulos premiados como Altavista, la serie de pequeños crímenes que narra en Lo blanco del ojo viene a reconfirmar (¡como si hiciera falta!) su ductilidad gráfica, su talento narrativo y su capacidad para proponer ideas interesantes en cada nuevo trabajo.
–¿Cómo nació Lo blanco del ojo?
–Como un conjunto de historias negras, muy violentas, horribles e incómodas que se me fueron juntando en la cabeza. En un momento empezaron a compartir cosas, elementos, ideas, climas, y se fueron transformando en una serie, en un bloque de obra. Tardé mucho tiempo en plantearme hacerlas. Cuanto terminé ¡México lindo! les propuse en Fierro arrancar con una serie de relatos cortos, de crónica roja casi, unitarios. Y ahí empecé.
–¿Por qué le interesaba hurgar ahí? Se sale mucho del tono narrativo que venía manejando, ¿no?
–Creo que cada serie, cada historieta que hice antes, es diferente a ésta. Todas son diferentes. Y el relato corto, condensado, casi fulminante, era algo que no había hecho, no de esta manera. Contar una historia cerrada (aunque dentro de un mundo más amplio) en cada capítulo y además casi concentrada en un solo momento. Me tentaba. Me tientan las cosas que no hice.
–Lo blanco del ojo es más una historieta “de crímenes” que un policial en sentido estricto. ¿Lo pensó así? ¿Por qué?
–Claro, son historias de crímenes, de violencia, cuando llegan a un extremo semejante que casi estamos en una historia de terror. No quería hacer un policial clásico. Quería centrarme en los crímenes, los estallidos de violencia, qué lleva a estos personajes a hacer esas cosas, qué sienten cuando las hacen. Acá no me interesaban el trabajo policial, ni la búsqueda o castigo de los criminales; me interesaba estar en sus cabezas, pensar con ellos, o simplemente ver qué hacen y punto, como si viera un ballet.
–Los cuentos de Piglia pueden leerse como momentos en los que un personaje se define. ¿Sucede algo parecido con sus relatos?
–Sí, creo que siempre, pero en estos particularmente. Definirse, o redefinirse, o transformarse; pero sí pasar de ser una cosa a otra.
–La figura de Monsi, un personaje ficticio para niños, es omnipresente y es posible pensarla como la “culpable” de los crímenes. ¿Es una reflexión sobre los medios de comunicación masivos?
–Monsi Mon es un personaje de ficción, una mascota pop de moda que arrasa, todos pegan su sticker en el auto y tararean su canción, como Picachu o Goma-Gom. El tema es lo que hace la gente en su cabeza con esos personajes, qué cosas, deseos y fantasías proyecta en ellos. Y a cada personaje Monsi le pega de una manera particular. Recuerdo que cuando yo era chico a muchos de mis compañeros no los dejaban ver los Pitufos porque “eran satánicos”, en las aulas se creaban las historias más oscuras (de niños suicidas y padres que queman casas) para sustentar ese disparate de los Pitufos satánicos. No es una crítica a los medios ni a la cultura de masas, es más trabajar la idea de cómo la gente proyecta su psicosis (y culpa) en cualquier cosa, siempre y cuando esté afuera de su persona y responsabilidades. Un libro es un libro hasta que algún demente lo vuelve biblia y sale a matar en su nombre.
–¿Y el tono gráfico? En su resolución gráfica se conjugan varias paradojas. Por momentos es más jugada, con pasajes que se alejan de lo figurativo, incluso, y en otros parece tener una narrativa mucho más clara que Altavista, por ejemplo, que exigía entrar en un código de lectura muy específico.
–Sí, es más claro narrativamente. Hay mucha secuencia, fondos, acciones encadenadas. Por otro lado, por el tono crudo y horrendo de las historias; necesitaba mucho tajo, corte, fluidos salpicando, movimientos, estallidos, y fui para ese lado con la gráfica. También, al ser una historia inquietante, con momentos de horror, buscaba un enfoque en que todo puede ser otra cosa cuando lo miramos de cerca. Medio que de eso se trata.
–Muchos de los crímenes que plantea son de “violencia inesperada”, quizás incluso hasta para quienes los perpetran. ¿Es así? ¿Fue adrede?
–Hay un poco de todo. Algunos son como decís, inesperados, repentinos, definitorios pero no planeados. Nunca inconscientes, pero sí sorpresivos. Otros, como la nena que descubre su vocación en los bisturíes, es más meditada la violencia, es parte de una elección. Por último, en algunos casos, es una cosa misteriosa, terrible y arrasadora, como en el capítulo de los payasos, donde lo metódico y ordenado de la situación lo hace más inexplicable y espantoso. Pero sí, siempre adrede. Tengo mis reservas con la representación gráfica de la violencia, fui muy cuidadoso en el libro. Cada cosa está porque sentía que tiene que estar, porque es la historia.
–¿Cuáles son esas reservas?
–Hay ciertos tipos de violencia que me resultan repugnantes, y no me interesa darles lugar gráficamente, visualmente, en mi obra. Por ejemplo, una violación. No me gusta, no me interesa mostrar eso, hacer dibujos sobre eso. Por otro lado, me resulta mucho más perturbadora y angustiante la violación en The Killing Joke, que no se ve, que la de Irreversible, que se ve por horas. Entonces, ni como efecto me interesa mostrar mucho eso. Hay ciertos tipos de violencia y castigos que no me gustan ni interesan dentro de mi obra. Por supuesto está la violencia código, la que es un ballet, como lo son la mayoría de las cosas en las historietas, la de Kirby o Darrow-Miller, no tengo problemas con eso. Pero me tomo en serio ese tema, como tantos otros, y quiero cuidar esos aspectos. En Lo Blanco... hay mucha violencia, y por un lado quería mostrarla horrenda, salvo cuando la subjetiva de un personaje fantasea otra cosa, sucia y densa. Cuidarme a mí sobre todo, que soy mi primer lector y mayor fan de mi obra.