Fue en el exilio, en 1939, que el dramaturgo alemán Bertolt Brecht escribió una de sus piezas teatrales más emblemáticas: Madre Coraje y sus hijos. Escapado de Alemania desde que Hitler asumiera el poder, e instalado en Suecia, el escritor creó al personaje de Anna Fierling, una vendedora ambulante que se gana la vida junto a sus tres hijos vendiendo mercadería en contextos de miseria y escasez.
Situada durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), la obra trascendió como una denuncia que alertaba contra la expansión del fascismo y los resultados devastadores de los conflictos bélicos. Con una primera puesta en Suiza, en 1941, fue estrenada en numerosos países e incluso en la Argentina tuvo dos representaciones legendarias: en 1954, protagonizada por Alejandra Boero, y en 1989, por Cipe Lincovsky.
Hacedor imparable, José María Muscari tomó la posta y aceptó ponerse al frente de la tercera versión local sin pensarlo. Interesado en volver a dirigir un clásico, luego de imprimir su singular mirada a recordados trabajos como Electra Shock –adaptación de Electra, de Sófocles– y La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, el director se acercó al teatro oficial para proponer una obra de Shakespeare, pero la programación del Complejo Teatral de Buenos Aires ya contaba con dos títulos del dramaturgo inglés y apareció sobre la mesa el nombre de Brecht.
“Es una gran oportunidad para mí como creador hacer una obra tan enorme e importante de la literatura universal, y además poder darme el lujo de que el Complejo Teatral me haya cumplido el sueño de armar este proyecto con el elenco, el grupo de baile, la escenografía, el vestuario y la luz que deseaba”, asegura.
Su versión, que sube a escena en el Teatro Regio (ver recuadro), ofrece un relato atemporal con nueve personajes, mientras el texto original pide un elenco de 22 actores. Pero la búsqueda de la protagonista, que da sustancia a la historia, era sin dudas el principal desafío. Con 60 años de oficio, Claudia Lapacó parecía ser la indicada. En 2013, la reconocida actriz ya se había puesto en la piel del mismo personaje en el ciclo de teatro semimontado Teatrísimo, dirigida por Marcelo Moncarz, pero soñaba con la idea de hacer la obra en temporada.
“Es una obra maravillosa y me llegó de la mano de un director excepcional como Muscari, que ya me había llamado varias veces, pero nunca podíamos concretar porque yo estaba con otros proyectos. Es una de las grandes alegrías que he tenido en mi vida conocerlo porque es generoso y está en cada detalle. Y eso es lo que siempre espero de un director”, cuenta.
La madre coraje de Claudia es arrasadora. Entra en escena arrastrando su carro de vendedora junto con su hijo mayor, su hijo menor y su hija muda, y a través de su gestualidad y su decir ya se vislumbra su esencia de mujer voraz, calculadora y mezquina. “No hay nada como la guerra. Cuentan que acaba con los más débiles, pero estos también revientan cuando hay paz. Y, en cambio, la guerra nos da de comer a los que resistimos”, es una de las frases más terribles que pronuncia con total convicción esa mujer que aun cuando acribillan a sus tres hijos sigue pensando en sacar ventaja con sus negocios.
“Lo superlativo del trabajo de Claudia en el escenario no radica en su talento, en su tesón o su dedicación, sino en algo que es un poco intangible porque ella está arriba del escenario con su existencia, sus hijos, sus amores y desamores, con su vida vivida y eso aparece en el material. Además de un protagónico muy rotundo, es un trabajo muy consagratorio para ella”, sostiene el director que no tiene más que halagos para la actriz. “Cuando ella está actuando, no actúa, sino que es, y eso lleva un desgaste y una entrega poco habitual. Me siento muy privilegiado de haber tenido este encuentro con ella y del nivel de entrega y calidad que manejó”, agrega.
A su lado, Claudia luce como una niña frente a un juguete nuevo. Se le iluminan los ojos, pasa del llanto a la risa pícara y en ella se revela la misma pasión que transmite desde el escenario. “Esta obra me ha costado mucha emoción. Me costó muchísimo la parte en que ella no es una madre buena. Mi personaje tiene todos los condimentos de la madre amante y protectora de sus hijos, pero también tiene esa otra parte terrible de la comerciante”.
–Es un personaje complejo, lleno de matices. No se la puede pensar como heroína, pero tampoco como villana…
José María Muscari: –Madre coraje da todo por sus hijos, pero también da a sus hijos. Tiene una resonancia muy fuerte lo que significa una madre que pierde a sus hijos, y en este caso es indescriptible la forma en que eso se produce. Hay algo extraño en ese vínculo de esa madre tan fascinante que inventó Brecht, y que creo que habla de lo mejor y lo peor de todas las madres del mundo.
Claudia Lapacó: –Está llena de contradicciones. Es tan terrible cuando ella dice que hay llevar el carro al centro de las trincheras a vender todo a precios altos a los soldados desesperados… Es un horror.
–Simboliza la esencia de quienes siempre especulan en tiempos de miseria…
J.M.M.: –Sí. Por eso creo que la obra es tan conmovedora para el público. La gente sale muy conmovida porque esta historia es una enorme caja de resonancia de cosas que nos pasan. Todo el tiempo libramos luchas y guerras. La guerra, al menos en mi versión, está tomada como algo concreto, pero también como algo metafórico, como todo lo que uno hace para tratar de salir adelante a pesar de los embates y de lo que le va pasando. Cuando a madre coraje le va más o menos bien, y está contenta, y por otro lado cuando mendiga, no puedo dejar de pensar en este país. Pienso que madre coraje es la Argentina, con sus momentos buenos y los momentos donde no sabemos si a la gente le alcanza la plata para pagar el gas. En ese sentido, la obra tiene esa magia de ser universal.
–Este es el tercer clásico que dirige. ¿Qué desafío particular implica dirigir este tipo de obras?
J.M.M.: –Esta es la primera vez que dirijo un clásico dentro del Complejo Teatral de Buenos Aires. Había dirigido Electra Shock, dentro del Konex, y La casa de Bernarda Alba, en el teatro comercial, entonces el primer desafío era cómo ser auténtico a mí mismo, en un contexto como el del Complejo que tiene de alguna manera un sello bastante convencional y clasicista, y a la vez no corromper ni tergiversar nada de lo maravilloso que ya tenía el material. El otro desafío pasa por lograr que cualquier persona pueda ver esta obra. Cuando yo era chico, mi mamá limpiaba casas y terminó de adulta la primaria y la secundaria, pero siempre tuvo una inteligencia emocional porque cuando le dije que quería estudiar teatro, a los ocho años, me apoyó, cuando lo más normal hubiera sido que me dijera que no. Por todo eso, la noche del estreno fue fundamental para ver si esta obra y Brecht le quedaban lejos a esa madre simple que yo tengo. Y cuando le pregunté si la había entendido, fue tan genuina y sincera su comprensión sobre lo que había visto y lo que le pasó con la obra, que pensé: “Ojalá que esto le pase al público. Ojalá que mucha gente que no haya tenido la oportunidad de terminar la escuela, o que haya tenido que salir a trabajar, y que no sea intelectual o habitué del teatro, pueda venir a ver Madre Coraje y le pase lo que le pasó a mi mamá”. Para eso está el teatro y para eso lo escribía Brecht, que era rupturista y rompía la cuarta pared para hablarle al público.
–¿Y usted Claudia, después de tantos años de trayectoria, cómo transita la actuación de un clásico?
C.L.: –Los clásicos son importantes, pero también me gusta mucho hacer obras argentinas, y de actualidad. Brecht justamente decía: “El arte, si está bien hecho, nunca tiene que ser aburrido”. No quiero que los que vengan a ver una obra donde yo esté se vayan del teatro como entraron. Quiero que les pase algo, que se conmuevan hacia el lado de la risa o hacia el lado del llanto, y dejarlos pensando. Con los clásicos pasa eso.
–Brecht concebía al teatro como una herramienta política para concientizar. ¿Cómo lo conciben ustedes?
C.L.: –El teatro está para eso, para hacer pensar, para mostrar ideas, épocas y formas de ser distintas. Y los clásicos tienen eso, que no pierden su vigencia y cada uno en su estilo, con Molière, Shakespeare o Brecht, hablan de cosas que nos pasan todos los días. Brecht era de una familia burguesa y fue un hombre de izquierda aunque nunca militó, pero dijo lo que pensaba y lo mostraba. El quería poder pensar libremente y decir lo que quería, y estuvo 15 años exiliado fuera de Alemania porque con Hitler no podía vivir ahí.
–Justamente, esta obra la escribió en tiempos del nazismo, en 1939. Casi 80 años después hay en la región y en el mundo un resurgimiento de extremas derechas que parecían haber quedado atrás. ¿Advierten esa vigencia?
J.M.M.: –Lamentablemente creo que ni un autor tan genial como Brecht pudo abarcar lo siniestro y lo complejo de la mente humana. A mí me resulta impensado que esas ideologías sigan existiendo. Me parece que es algo de ficción, que no puede ser real. Si alguien me dice que en Brasil hay un presidente homofóbico, pienso que es algo que pudo haber ocurrido hace 40 años, y no algo que puede ocurrir ahora. Estos son retrocesos.
–El mundo femenino es algo que siempre está presente en sus obras. ¿Cómo explica esa recurrencia?
J.M.M.: –Ese mundo me habita. Vengo de una familia muy matriarcal, donde las mujeres siempre lideraron y fueron muy precursoras. En mi familia siempre se festejaba la Navidad, el Año Nuevo y el Día de la Madre, y en Navidad mi tía Pocha bajaba de la terraza a las doce de la noche con una bolsa gigante y disfrazada de Papá Noel. No confiaban en que un hombre pudiera disfrazarse y engañar correctamente a los niños (risas). Ese mundo de las mujeres está en mí desde un lado personal, y en el teatro tengo un romance más con las actrices que con los actores, porque creo que nosotros somos más cerebrales y menos impulsivos, y como mi teatro tiene mucho que ver con el impulso, la vehemencia y la carnalidad son las actrices las que entienden más rápidamente lo que necesito.