Con su larga y brillante bata de cola interminable, el Campeón Mundial de peso ligero Cassandro, el exótico, ingresa al ring con purpurina en los párpados, agitando su característico jopo color almendra, con la soberbia de quien sabe que su existencia cambió para siempre la historia de la Lucha Libre mexicana. Cuando en 1991 se enfrentó contra el célebre Hijo del Santo, consiguiendo que un luchador de los llamados “machos” acepte pelear contra un “exótico”, categoría poco respetada por los considerados rudos. Nacido en 1970 en Ciudad Juárez, Saúl Armendáriz es el primer luchador abiertamente gay de la Lucha Libre, un deporte que forma parte fundamental de la cultura mexicana, edificada sobre una base machista que jamás le hizo espacio a la diversidad. Hasta que irrumpió Cassandro, quien puede ser María Félix al aplicarse sus pestañas postizas y Kalimán al plantarse frente a su rival. “El nombre de Cassandro me lo puso uno de mis maestros, Rey Misterio Sr. Él me enseñó que mi vida no dependía de que la gente me aceptara, que mi vida dependía de que Saúl se aceptara a si mismo. Pero él me quería llamar Cassandra (en honor a una famosa madama de Tijuana que en su edad de oro como puta mantenía un hogar de madres solteras y chicos de la calle con el trabajo de su cuerpo), y yo no quería tener un nombre femenino. Casandro es un nombre que no representa ni dama ni hombre. Mi dualidad siempre va a ser mi fuerza. Cuando me anuncian del vestidor hacia el ring son tres minutos donde me siento un gran divo, seguro de que lo mejor que ha dado Ciudad Juárez han sido Juan Gabriel y Cassandro. En el momento que camino hacia el ring es mi momento de brillar y jugar con el público. Pero en cuanto me subo al cuadrilátero, al 6 x 6, tengo que mostrar al verdadero luchador, el por qué estoy arriba de un ring: no es por mi joteria (homosexualidad), es porque tengo cátedra de lucha libre”, me cuenta Cassandro, hoy convertido en un ícono pop de México mientras está celebrando 30 años de carrera en el pico máximo de su fama. A punto de presentar personalmente el documental sobre su vida, Cassandro, el exótico! (Marie Losier, 2018), en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata luego de haber desfilado por la alfombra roja de Cannes como una estrella de Hollywood, y viajando por todo el mundo junto a su compañía Mamalucha donde él, con una colección de huesos rotos y un cuerpo con cientos de clavos, les enseña a jóvenes luchadores a no romperse. A proteger sus vértebras al caer por un ataque del adversario. Nadie más que Cassandro sabe cómo amortiguar un golpe fatal: de ser Campeón Mundial pasó a perderlo todo mareado por el éxito repentino, cayendo en la pobreza, las drogas duras, una corta estadía en prisión y varios intentos de suicidio. Pero así como El Santo, la mayor leyenda de la Lucha Libre Mexicana se batió a duelo con Drácula y el Hombre Lobo en las películas blanco y negro de los 70, Cassandro se pone el traje metalizado para batallar con sus propios monstruos, aquellos que lo alejaban del lugar que merece: un héroe con pies de barro que se convirtió en la voz queer de quienes callan por miedo, impidiendo que otros repitan su dura historia personal. Arriba y abajo del ring.
A cara limpia
Criado por un padre que le prohibía jugar a la mamá, y atravesando una infancia sufrida donde tres personas de su círculo cercano abusaron sexualmente de él durante 10 años, Saúl encontró en estos combates la revancha para sanar un pasado cargado de sufrimiento. “La Lucha Libre me dio el coraje no solo para pelear en el cuadrilatero, también en la lucha de la vida”, me cuenta con una voz sabia de quien ha habitado el infierno. Cuando se abalanzó al ring, en 1988, lo hizo bajo una máscara. La tradición de la Lucha Libre mexicana consiste en construir un personaje que los acompañe de por vida, escondiendo su verdadera identidad. El Santo jamás exhibió su cara en público, hasta que ya retirado, en 1984 reveló su nombre de civil. Una semana después falleció. Saúl, en cambio, se sentía muerto ocultando su verdadera identidad tras una tela. A los seis meses de su debut, cansado de esconderse cada vez que los espectadores le gritaban “maricón”, decidió exhibir su rostro, y su predominante sonrisa de dientes blancos fabricados en porcelana. Queriendo representar al movimiento gay a través de su potente toma de lucha: “La Pipila”, su característica llave de rendición en la que sujeta al contrincante dando una maroma para atrás, tumbándolo sobre su ancha espalda. Saúl no necesitaba ser Verónica Castro o Leticia Calderón para vivir dentro de una telenovela. Su vida ya era un melodrama, así que su maestro, en 1989, lo apodó durante un tiempo Rosa salvaje, cuando se unió al gremio de los “exóticos”. La rama de luchadores que no buscaban la rudeza sino hacer reir a los espectadores. Destino que Cassandro cambió rotundamente a base de profesionalismo y glamour.
El glamour es una característica esencial de Cassadro. ¿En que están inspirados tus singulares trajes?
Muchas gracias. Mi deporte favorito es el patinaje sobre hielo, me gusta ver mucho eso y agarro un poquito de cada quien. Lady Di es un instrumento muy fuerte en mi vida, de allí el glamour de mis batas. Me llaman “el Liberace de la lucha libre” porque yo empecé a invertirle mucho a mi presencia. Antes los “exóticos” se subían al ring con cualquier cosa y eran muy limitados. No podían usar lo que yo uso, tampoco podían maquillarse. Se los consideraba vulgares y corrientes, nomás para hacer reír a la gente. Entonces con mi gran hermana luchadora Pimpinela Escarlata tuvimos una plática y dijimos, “¿Sabes qué? Vamos a ir contra del mundo y vamos a cambiar esto.” Empezamos a usar las medias, los trajes de baño, el maquillaje, las plumas, y fue muy aceptado en el mundo de la Lucha Libre.
¿Te acordás cómo era tu primer traje de Cassandro?
¡Sí! Una amiga, que era prostituta, me regaló sus trajes de baño, pero tenían tanga y yo decía “¡Madre mía, yo no puedo usar una tanga!” Entonces le cubrí el trasero, le agarré una blusa con mucha lentejuela a mi madre de su closet, un vestido de quinceañera a mi hermana, le corté la cola, le puse un cinturón, y ese fue el equipo de Cassandro al empezar. Salió de las mujeres de mi casa, de mi familia.
Bailando en el ring
Cassandro no necesita tener poderes para volar. Su fuerte como luchador es su capacidad aérea, salir disparado de un segundo piso con la velocidad de Quetzalcóatl. Pero también es un luchador clásico que pelea al ras de la lona, castigando al oponente con sus famosas patadas de canguro desde la tercera cuerda. Y como amor le sobra a Cassando, es común que sorprenda a su contrincante con un beso en la boca.
¿Cómo llegaste a la lucha libre?
Primero vi la Lucha Libre por televisión en las películas “El Santo contra las Momias” (1972) y “El Santo contra las Vampiras” (1962). Yo tenía la fortuna de que cada domingo había funciones en vivo en, y empecé a ir. Me encantaba todo aquello que veía, no nomás porque me encantan los hombres, aunque miraba unos cuerpos, unas máscaras, y luego a esos luchadores que luchaban en calzones... o sea fue un erotismo también. Pero fue cuando pude conocer a mis héroes de carne y hueso, personas vivas. No eran Superman o Wonder Woman. No, yo a mis héroes les podía tomar una foto, pedir un autógrafo, abrazarlos, y así empecé desde muy chico a ser aficionado. Me enamoré completamente de la diversidad porque había enanitos, mujeres luchadoras de las que aprendí mucho, y luego pues estaban los “machos”.
¿Cuándo te diste cuenta que ibas a ser un luchador que haría historia?
A través del tiempo, aunque no tardé mucho en hacerlo. A mí me decían que si quería saber si valía como luchador profesional me tenía que ir a lo más grande, la Ciudad de México. Yo me fui con la ayuda de Pimpinela Escarlata en 1989, y en menos de un año me dieron la oportunidad por el campeonato contra El Hijo del Santo, ¡vaya que era la leyenda y sigue siendo una leyenda muy grande en México! Hubo mucha gente que se puso en contra de que ocurriera esa pelea: empresarios, comisiones, porque no entendían cómo El Hijo del Santo aceptaba pelear contra un “éxotico”. Ahí me di cuenta que estaba cambiando la perspectiva del mundo de la lucha libre. Pero pasé por muchas situaciones negativas también: una semana antes de luchar contra El Hijo del Santo, superado por la presión que significaba tal evento, intenté suicidarme cortándome las venas en mi habitación de hotel. Fue Pimpinela quien me encontró y me salvó. Luego luché y aunque no me coroné campeón mundial en el 91, me abrió muchas puertas. Me dio un respeto y una fama internacional que cambió mi carrera.
Hasta esa pelea ningún “macho” había peleado con un “exótico”. Era impensado. ¿Le preguntaste a El Hijo del Santo alguna vez por qué aceptó luchar con vos?
¡Sí! Muchos años después luchamos juntos en el Museo del Louvre, muy pocos luchadores logran algo así. Allí le pregunté: “¿Cómo fue que Ud., señor, aprobó la lucha contra Cassandro, siendo un ´exótico´?” “Es que yo nunca quise luchar con los ´exóticos´, pero a mí me dijeron que había un luchador, un chaparrito de Ciudad Juárez, que era muy buen luchador, me dijeron que saliera a verte y me doy cuenta que eras tú y que eras un ´exótico´. Pero eras algo muy diferente, sabías luchar, tienes cátedra en lucha libre”, me respondió. Hoy tengo una amistad muy fuerte con él, vamos a estar siempre conectados con El Hijo del Santo porque hemos pasado muchas cosas similares. La gente no nos entiende pero entre nosotros pudimos entendernos, llorar y reir.
¿Es verdad que en su santuario de cincuenta máscaras ganadas, El Hijo del Santo atesora en una cajita de cristal tu cabellera?
¡Pues es cierto! En 2007 volvimos a luchar. Fue un desafío máscara vs. cabellera, porque la cabellera sería mi máscara. Perdí y me raparon la cabeza en el cuadrilatero. Yo lloraba sin parar. Mi cabellera, lo que más amo. Fue tan humillante.
Levantar la corona
Como Rocky, no ganó en la que parecía ser la pelea más importante de su vida, contra El Hijo del Santo, pero en 1992 tuvo una nueva posibilidad de marcar un hito en la Lucha Libre contra otro oponente. La noche mítica que ganó el título mundial de peso ligero en un contexto dramático donde los médicos no le permitían subirse al ring por correr el riesgo de quedar paralítico, debido a las heridas que presentaba su cuerpo por anteriores peleas. Pero Cassandro, caprichoso y aferrado a su fortaleza, sabía que las heridas se cicatrizan arriba del cuadrilátero. Y que era momento de cambiar no solo su historia, también el futuro de los “exóticos”.
¿Qué recuerdos tenés del momento en que te coronaste como Campeón Mundial en 1992?
Fue un momento muy difícil porque yo tenía 18 días paralítico de la cintura para abajo. Me había lastimado en la Ciudad de Querétaro. La comisión no me quería dejar luchar, los doctores tampoco, porque me había lastimado las vértebras, el coxis, tenía toda mi cadera desarmada. Me tomé 1 litro de tequila antes de subir al ring. Yo les decía a todos “¡No, es que yo tengo que luchar! ¡Es una oportunidad muy grande!”. Tuve que firmar que no hacía responsable a la comisión ni a la empresa si me hacía más daño.
¿Y cómo te las ingeniaste físicamente para luchar estando roto?
Fue la primera vez que yo luché con mallas de lycra, porque como yo traía una faja de la mitad de la espalda hasta la cadera, era una faja que tenía fierros y casi no me podía mover, pero solamente con esa faja yo iba a poder luchar. Me coroné Campeón Mundial porque o era ese día o no sé cuándo. Tal vez no hubiera existido otra oportunidad.
Pelear en pantalla grande
Al igual que El Santo, Cassandro también llegó al cine. El documental que retrata su vida, entre giras, peleas, y anécdotas desgarradoras contadas a cámara, lo expone al espectador en carne viva mostrando hasta las placas que delatan la cantidad de clavos que guardan sus huesos. Cassandro nos comparte sus dolores abrazando a un enorme oso de peluche marrón, el aliado que lo ayudó a poder hablar en terapia de los abusos padecidos. Pero también nos hace testigos de la felicidad que transita hoy al tener cerca a ese padre que rechazó su identidad sexual de chico. Quien eligió reparar los errores cometidos, cuidando a su hijo cada vez que salió del quirófano por alguna lesión de combate. “La Lucha Libre me hizo recuperar a mi padre”, expresa emocionado. En los primeros minutos de la película se revela el ritual donde Saúl muta en Cassandro. Antes de salir a pelear se echa spray en el pelo y reza frente al espejo como el fiel creyente que es. “Ser gay es un regalo de Dios para mí, una bendición” asegura.
Cassandro el exótico! es una película muy física, donde podemos ver y sentir el castigo que recibió tu cuerpo arriba del ring, sobre todo cuando muestran los videos sangrientos de tu paso por la lucha extrema (una versión ultra violenta de la Lucha Libre donde vale hasta usar cuchillos). ¿Cómo fue esa experiencia?
Solo fui dos veces y dije: “¡Jamás! ¡Qué locura!” Pero era algo nuevo, y yo yo soy tan caprichoso que no me pongo límites. Me dije “Yo me quiero aventar una lucha con los extremos, a ver como es esto”. Y se me prendió el cabello por tanto spray que uso, se me olvidó que no debía ponerme. Y las cuerdas tenían púas, había tachuelas, había fuego, fue una experiencia muy dura. Muy traumatizante para mí, para mi familia, y para la audiencia que no estaba acostumbrada a verme así.
El documental gira en torno a tu inminente retiro del ring. Pero, ¿un luchador deja de ser un luchador alguna vez? ¿Realmente vas a abandonar el cuadrilátero?
Fíjate que es muy dolorosa para mí esta pregunta porque bueno, en Cannes debutó el documental y encantado, estuve un mes fuera de mi casa en festivales, ganando varios premios. Cuando lo presenté en Chile lo vi por segunda vez completo y, créeme, reviví todo, volví a sentir, volví a llorar, me emocioné mucho al ver todas las cirugías, todo el dolor, y digo yo: Saúl me quiere salvar pero Cassandro me quiere matar. No sé si es la adrenalina de la Lucha Libre o el ego y la arrogancia de ser una persona pública, de tener a 10.000 gentes como a todos los fanáticos en mi poder por esos minutos que estoy luchando, que no me di cuenta de que ya mi cuerpo está pagando el precio, estoy muy lastimado, tengo mucho dolor físico con siete cirugías. Sigo entrenando a gente en México, Estados Unidos, Europa y por donde vaya, para nunca retirarme porque yo no puedo vivir sin la Lucha Libre. Es una guerra constante que un día te digo: “¡No, ya no quiero luchar, ya estoy cansado, quiero llorar!” y al día siguiente estoy: “¡N’ombre, falta mucho por hacer, ¿qué te pasa?! ¡Todavía hay que romperle la madre a todos esos hombres!”. Como siempre digo: “Bendita Lucha Libre, nunca te acabes”