¿Cuántos Gustavo Sala hay? Ese que viene caminando por la avenida Rivadavia pude que sea el humorista gráfico; ese que levanta una mano tímida para anunciar su pronta llegada al encuentro con PáginaI12 quizá sea el columnista de radio. Ese que al llegar a la esquina de Callao elude el vallado y cruza sin respirar la nube de polvo de la obra El Molino, tal vez sea el monologuista delirante de espectáculos underground de Buenos Aires. Sea quien sea, Sala entra al bar sin nombre, pide un cortado y pone sobre la mesa su nuevo libro Desgracias totales. Una guía ilustrada de la cultura del rock (Gourmet Musical). ¿Será el dibujante, el actor o el historietista? La duda podría quedar saldada con las palabras que Andrés Calamaro le dedica en el prólogo: “Nadie más que este artista llegó tan lejos con el rock y el humor”, para luego sentenciar: “Sala se ríe de todo como Frank Zappa se reía de todo”.
Ante el elogio, el artista apenas se acomoda los anteojos. Después de anunciar que está a punto de viajar a Mar del Plata, ciudad donde nació en 1973, se detiene a mirar a los obreros que gritan entre los andamios de El Molino, acaso como si el emblemático edificio fuera una metáfora del humor: siempre en reparación, habitado por fantasmas de épocas gloriosas y con futuro incierto. “Igual que el país”, dice.
–¿Es difícil reírse del universo del rock?
–Digamos que reírse sigue siendo fácil y gratis por ahora, aunque ya se está hablando en el gobierno de implementar un impuesto a la risa. Por suerte para los que trabajamos con el humor, el mundo del rock ofrece un universo de estereotipos entre simpáticos y lamentables que son un material ideal para hacer entre 4 y 2.700 chistes.
La cifra de viñetas, tiras, historietas e ilustraciones que contiene el libro no llega a tanto, pero al terminar las 160 páginas el lector sospecha que no falta nadie: los ídolos, los fans, los coleccionistas, los periodistas, los productores, los melómanos, los amargados, los impostores y un largo etcétera. Todos están retratados bajo palabra y tinta. Así son los universos creados/recreados por Sala: completos, abarrotados, no hay espacio para términos medios, todo o nada, a sala llena. El libro no sólo recopila su trabajo humorístico de 2014 en Los Inrockuptibles (“El Popó del pop”), suma publicaciones de Barcelona y la uruguaya Lento. Pero la historia no termina ahí: hay inéditos como las secciones “Mil y un discos que no sabías que produjo Melero”, e ilustraciones inolvidables de los rockers “más pijas”.
–¿Es tentador parodiar a los ídolos?
–El carácter de ídolo pareciera tener más que ver con la religión o con adorar dioses sobrenaturales que con personas que tocan la guitarra y hacen buenas canciones. La figura de “estrella de rock” ya queda un poco vieja y obsoleta. Hace mucho tiempo, cuando el rock era una música popular, tenía más sentido. Hoy parece un chiste.
Sin embargo, no todo es chiste. Entre tantas desgracias dibujadas, Sala pone el acento en un tema tabú: el machismo. Las ilustraciones sobre ídolos del género, donde cada uno esgrime su miembro que termina con el elemento que los identifica: Bowie y el rayo, Cerati y el sifón, Robert Smith y un pintalabios marcan la crítica, y corre al humor hacia otra de sus aristas: el cuestionamiento. “El rock está atravesado por el machismo, muchas veces desde su propio imaginario estético; muchos videos y letras naturalizaron a la mujer como mero complemento del macho rockero, como figuras decorativas y para engrandecer al ídolo. De eso hay que reírse y ridiculizarlo. Es una de las maneras de desactivar y poner en evidencia esos comportamientos que son tomados por muchos como parte del ‘folklore’ o la cultura del ‘aguante’.”
–¿El rock carece de humor?
–A veces se transforma en algo demasiado serio y enorme, y eso no es una buena noticia. Se supone que el rock como cultura y como concepto tiene que ver, más allá de usar pedal de distorsión y decir muchas veces la palabra “nena”, con estar en contra del poder, de la iglesia, de lo institucional. O por lo menos discutirlo, cuestionarlo. Con esto no quiero decir que todas las letras de rock tengan que putear a Macri, aunque un tema de Metallica bardeando a nuestro presidente no estaría mal. A veces el rock se pone muy institucional y ahí se pierde la posibilidad del humor. Cuando una banda o artista se pone muy serio y egocéntrico, hay que hacer los chistes. Ellos, en el fondo, lo van a agradecer.
Y razón tiene, tanta que Calamaro arriesga una verdad por todos los músicos aceptada: “Quizá resulte un poco cruel reconocer que si no sufriste el privilegiado flagelo del pincel de Gustavo, es que no existís”. Desgracias totales es el libro número 17 de Sala (“No hacemos un chiste con eso, ¿no?”), y aunque a lo largo de su trabajo –iniciado en fanzines de los 90– haya ciertas formulas que se repiten, ningún libro de Sala se parece a otro: incluso la repetición le sirve como fórmula para cuestionar el propósito del humor. El único elemento común entre los libros de Sala es que están hechos de trabajos que antes fueron publicados en revistas, y este dato no es menor, porque la obra de Sala respira la sana urgencia del tiempo que se agota. Es en ese instante donde el humor se presenta como una fulguración irrepetible. Esa inspiración a contrarreloj está en, por ejemplo, sus cuatro tomos de Bife Angosto (tiras del Suplemento NO de este diario), en El Baño Violeta (páginas de historieta publicadas en Fierro); en Hijitos de Puta (de Barcelona); Enfermito (para El Jueves de España), incluso en sus libros anteriores Viva la Caca y el glorioso Tumor gráfico.
Aunque todo su trabajo esté recopilado, Sala tiende al desborde, y su humor va más allá de tablero. Hoy es columnista de radio en A los botes (Futurock) que conducen Werner Pertot y Estefanía Pozo, y es creador del podcast semanal por Internet Sonido bragueta, realizado junto al novelista uruguayo Ignacio Alcuri. De su paso por las tablas queda el inolvidable espectáculo Levadura Bailable, donde Sala demostró sus dotes de actor y cantante junto al músico Pelu Romero.
–¿Por qué “desgracias” del rock?
–Hablar de desgracias suena un poco exagerado, pero me venía bien para el título del libro (gracias a Julián, periodista de Barcelona, que lo sugirió ante mi opción Grasas totales). Desgracia es cagarse de hambre, no un cantante que se cree el Indio Solari. Sí podemos hablar de cosas del rock que ya aburren, que se convirtieron en tópicos insufribles y seguimos padeciendo cuando muchas ya perdieron la gracia hace décadas; desde la banda saludando y despidiéndose de la gente asegurando que ése fue el último tema cuando sabemos que volverán al escenario (en ese sentido siempre me pareció muy loable el gesto de los Redondos de cerrar los shows siempre con “Jijiji” y no andar con boludeces), decir en cada país que el público es “el mejor del mundo” (muchas veces agravado con el tribunero y demagógico acto de ponerse la camiseta de la selección de fútbol), los solos interminables de guitarra o de lo que sea, el rock instrumental (¡por dios, alguien que cante!), los músicos sacándose fotos y cagándose de risa con presidentes...
–¿Y qué te aburre?
–Me aburren cosas de las bandas como la clonación descarada de ideas ajenas, los egocentrismos y pretensiones de muchos músicos, y cosas que tienen que ver con los fanatismos estúpidos (“No seas fanática” cantaba Spinetta), esto de cantar en un show de determinado artista cantitos idiotas donde se le desea la muerte a otro artista y se dice que el que no salta es un inglés, un policía, un ministro de Relaciones Exteriores o un torturador de conejos.
–¿Quién de todos es Gustavo Sala?
–Esa es difícil. Trato de ser lo más yo que pueda, cosa que por otra parte, es casi imposible de evitar. La vida es injusta y solo podemos ser una persona por vida. La verdad es que Dios podría ponerse las pilas y dejarnos ser varias personas a la vez. Debe poder, es Dios, que se deje de joder.