Cada fotografía ocupa un lugar preciso entre las hojas que se van sucediendo. El recorrido no es azaroso ni accidental. No importa cuál sea la búsqueda detrás de esa cadencia particular: puede tratarse de un lenguaje intuitivo y poético, de un intento irrefrenable por comprender el mundo, de una necesidad por registrar el pulso de la propia biografía, de una incisiva crónica periodística. Pensar un libro de fotografías, un relato hecho de imágenes que encuentran una nueva potencia a través del orden en que son dispuestas, es uno de los desafíos más atrapantes para cualquier fotógrafo. Y esa exploración visual tiene en la Argentina un enclave específico: la Feria de Libros de Autor (Felifa), cuya decimosexta edición se realizará desde este jueves y hasta el próximo domingo en los tres pisos del espacio Arte X Arte (Lavalleja 1062).
Bajo la misma sigla con la que este encuentro viene convocando a fotógrafos, diseñadores, editores y amantes de la fotografía desde 2002, opera un cambio sutil pero significativo. Este año pasó a constituirse como Festival de Libros de Fotografía y Afines. Una decisión que, según sus organizadores, es la consecuencia de un profundo cambio de época. “Transformar la feria en festival tiene que ver con un nuevo espíritu, una nueva coreografía de voces”, dice Julieta Escardó, directora del proyecto desde sus inicios y fundadora de Turma, la plataforma de fotografía y libros desde donde se organizó el festival. “Antes éramos muchos autores y autoras distintas, individuales. Ahora lo que hay son muchos grupos participando, fotógrafos y fotógrafas que apuestan a una construcción colectiva del trabajo.”
En este nuevo entramado de miradas que se enfocan hacia un mismo objetivo, el festival incorporó, además de una agenda repleta de presentaciones de fotolibros, música en vivo, exposiciones, charlas y proyecciones, un espacio destinado a la fabricación in situ de una publicación: La Fotocopiadora. “La diseñamos como una oficina de producción de fanzines”, explica Escardó. En ese espacio, distintos colectivos de fotógrafos trabajarán armando pequeñas ediciones de fotolibros con el material que lleven los participantes. A todas esas actividades se sumarán también los dos premios que tendrá el festival: el Premio Latinoamericano, otorgado a la mejor maqueta presentada –que luego será publicado como fotolibro por Editorial La Luminosa–, y el Premio Internacional, al mejor fotolibro publicado entre 2017 y 2018, que recibirá U$S 2000.
“El libro es un soporte idóneo para la fotografía: viaja solo. Hacés una edición y quizá disponés de cien libros para mandar a bibliotecas, galerías, instituciones de todo el mundo. Es una enorme carta de presentación, que además sobrevive en el tiempo”, explica Lucila Heinberg, fotógrafa que forma parte de la organización del festival y que en 2012 ganó el Premio Latinoamericano con su fotolibro Ahora, en el que retrató a una serie de perros callejeros cuyas vidas discurrían en las inmediaciones de distintas playas del Partido de la Costa. “Las personas que llegan al festival se encuentran con libros que no están en las librerías, y se van dejando llevar. Se transforma en una experiencia medio instintiva, donde vas abriendo los libros que están en las mesas y capaz te quedás mirándolos durante horas”.
Este año, el festival estará ordenado por un eje central: el vínculo entre fotógrafos y diseñadores. “Muchas veces los fotógrafos y fotógrafas pecamos de autosuficientes”, dice Julieta Escardó. “Imaginamos la secuencia de nuestro libro y después llamamos al diseñador, lo reducimos a un armador, cuando es alguien con una cabeza formada para pensar esa transposición compleja de la imagen al papel”. Para achicar esa distancia y convertirla en un diálogo que amplifique el trabajo, convocaron a diez diseñadores, quienes tendrán un espacio de dos metros y medio por uno y medio en las paredes para mostrar la manera en la que cada uno pergeñó una traducción a libro de distintas propuestas fotográficas.
Desde sus inicios en la Espacio Ecléctico de San Telmo, donde los fotolibros exhibidos en su mayoría contaban con un solo ejemplar y debían ser registrados al retirarse para que no se perdieran, el Felifa logró amplificar su propuesta y llevarla a países como Uruguay, Chile, México, Brasil y Perú. Hoy, el festival contará con más de mil quinientos fotolibros cuyas ediciones provienen de toda América Latina: crónicas hechas luego del terremoto producido en Ecuador en 2016, el relato de una serie de femicidios en Chile, las consecuencias del uso de agrotóxicos en la Argentina, la historia de un fotógrafo peruano reconstruida a través de fotos familiares.
“En cuanto a los temas, todo se explora. Desde cuestiones políticas y sociales hasta aquellas más íntimas y biográficas”, dice Heinberg. “Hay una diversidad muy amplia que surge del cambio que hubo en el mapa editorial a partir de 2010, con lo que fue la gran revolución de las imprentas digitales. Antes de eso tenías que hacer mil ejemplares o nada, pero a partir de ahí apareció la posibilidad de hacer tiradas de mucha calidad y quizás de cincuenta, cien o doscientos libros. Antes, los buenos medios gráficos eran un soporte en papel para contar nuestros proyectos, nuestros ensayos. Sin ese espacio, que está migrando al mundo digital, vamos buscando otros caminos para hacerlo. El fotolibro viene a combatir esta idea de mundo líquido. Los fotógrafos vivimos muy atravesados por las pantallas, y el libro nos permite volver al papel, a la tinta. Hay algo fetichista que generó una explosión también. Hay muchísima gente haciendo fotolibros por todo el mundo”.
La explosión de fotolibros, dentro del festival, puede ser medida en la gran cantidad de editoriales que participan: La Azotea –fundada por la mítica fotógrafa argentina Sara Facio–, Asunto Impreso, Argra Ediciones, Colección Fotógrafos Argentinos, Asunción Editora, El Ministerio, Periplo Ediciones, Sta. Rosa Editora, La Luminosa, Planta Negra e Instantes Gráficos son solo algunas de ellas. “En el mejor de los casos, lo que esperamos promover desde el Felifa –asegura Escardó– es trabajar para hacer libros más consistentes en su relato, en su conceptualización, que se vuelvan más eficaces, en el sentido de que logren estar cada vez más cerca de aquello que el autor o la autora quiso transmitir.”
En esa búsqueda, el principal problema con el que se encuentran es el de lograr un vínculo más cercano con el lector. “Ese tema es crucial. Es nuestro gran desafío: cómo hacer para crear ese público lector de imágenes. Es una urgencia en nuestra época. Aprender a leer imágenes, con la sobrecarga que recibimos día a día, es vital. Debería ser una política de Estado. Nuestro desafío pasa por entender cómo hacer para que estos objetos hermosos, que se vuelven engranajes cada vez más complejos de lectura, sean comprensibles. Sino para qué y para quién se hace este trabajo. El festival tiene que ver con abrir a la gente ‘común’. Solo tiene sentido que lo hagamos si hablamos para la mayoría”.
* La agenda completa del Felifa puede consultarse en http://fotolibrosdeautor.com/