Si bien para Ca7riel –se pronuncia Catriel– se empezó a convertir en costumbre arengar las fiestas más importantes de Buenos Aires, compartir fechas con los grupos representativos del nuevo indie local y agotar salas (como recientemente La Tangente), hasta junio aún era un artista incipiente que peleaba por hacerse un lugar en el caleidoscopio musical porteño. Pero su debut en Niceto Club, un mes más tarde, estableció una inflexión en su breve carrera. Al punto de que, a menos que aparezca un batacazo violento, el rapero está a las puertas de consagrarse como la revelación de la escena argentina de 2018. Y tiene todas las facultades para serlo: frescura, conocimiento, buen gusto, desfachatez, identidad y juventud, lo que le permitió aparte desarrollar un discurso contemporáneo sin romper con el legado de los héroes nacionales del rock. Y pese a que no explotó a fondo su enorme temperamento sonoro, eso le significó poder ahondar en la autogestión y sus recursos digitales.
No había aparecido nada igual, tan desconcertante como alentador acerca del futuro, desde la irrupción de Simón Poxyran, al que le lleva cuatro años. Pero lo que nadie esperaba, ni siquiera él, es que Catriel Guerreiro se transformaría también en la gran esperanza del hip hop argentino. Otro de esos maravillosos accidentes de la música popular contemporánea. “Al fin se está dando todo... es el plan maestro”, ironiza (o quizá no) el artífice de 25 años, quien fue uno de los invitados de Best Seller, el flamante disco de Juan Ingaramo. “A Niceto no iba porque no tenía dinero para pagar la entrada, y las veces que lo hice fue porque estaba en lista. Tocar en un escenario como ése me dio tanto espacio para saltar que me di cuenta de que no era Beyoncé”, bromea. Aunque su aprendizaje pasa por otro lado. “Disfruto más yendo a un lugar de mierda. Ahí veo bandas que se equivocan, porque son más genuinas, y algo de lo que sucede me llevo. No hay prejuicios y eso me encanta.”
¿De dónde saliste?
--De la panza de mi mami, que es de Coronel Pringles, en la loma del orto. Mi infancia la viví mitad allá y la otra parte en La Paternal. Yo soy re porteño.
¿Por qué te comés las “s”?
--Soy de clase media y mis padres me dieron todo lo que quise, pero nací en un momento en el que podía jugar a la pelota en la calle. Y lo hacía con los atorrantes del barrio. Era ultra niño de mamá hasta que... bueno... descubrí la calle. A partir de ahí, me comí todas las “s”. También me las como porque me sacan el flow.
¿Qué te llevó a descubrir el flow?
--Nunca le presté atención a ninguna letra hasta que unos amigos empezaron a rapear en quinto año. La estaba pasando muy mal, tras la muerte de algunos familiares, y mi forma de canalizar era teniendo una guitarra encima. Si bien soy músico autodidacta, mi viejo siempre tocaba la viola en casa. Una vez estaba en la parada del bondi y me agarraron unos sentimientos súper oscuros que querían derrotar a mi cerebro. Fue hace cuatro o cinco años. Y ahí empecé a tirar freestyle. Me impulsó mi necesidad de crear y de apaciguar mi mente. Encontré un escudo anti mal flash. Primero hice letras yo y luego entendí lo que decía el otro. Si querés que te anime la fiesta, no lo hago con la guitarra sino con el freestyle.
¿Y cómo comenzaste?
--Empecé a escuchar a Rage Against the Machine en un momento súper contestatario. Me juntaba a hacerlo con unos pibes del Esnaola –la Escuela Superior de Educación Artística en Música Juan Pedro Esnaola, de donde egresó como docente–, que es un Hogwarts de música. No sé si viste Harry Potter. Armé una banda llamada Diafirmasú: medio música uruguaya, medio loca. No me gustaba tanto pero fue lo más prolijo que hice. Los pibes eran del Partido Obrero y a partir de ahí, de ir a las marchas y de ver a Zack de la Rocha amigo de ellos me di cuenta de que con el rap podía hacer amigos y contar mis problemas. Traté de fusionar el rap y el metal, aunque todo terminó en el hip hop.
¿Qué significa el título de tu primer disco, CVE7E?
--Cuete. Así es como unos amigos le dicen al porro. Si bien fumé en primer año, no me gustó una mierda. Era un niño, quería ser un Power Ranger. Me amigué a los 13 o 14 años. Tuve charlas muy importantes en mi vida con un “cuete” en la mano. Con mi viejo, por ejemplo, fue muy flashero. Estuvo esperando mucho tiempo para hacerlo conmigo. Incluso lo hice con mis ídolos. Siempre fue una forma de darse un abrazo.
Aunque para muchos caíste ahora, ese trabajo es de 2015…
--Me considero un chabón contento, bastante lumínico, pero paso a la música toda la oscuridad. Así después no le grito a la gente por la calle. Y ese disco, de hecho, me salvó la vida. Luego vino POVRE. Iba a ser un álbum y se terminó convirtiendo en un EP. Es el track list del tema 7 al 11, y los anteriores saldrán ahora en LIVRE. Lo puse en cuotas a causa del maldito capitalismo. No es fácil interpretar una obra larga, mas si no tenés la paciencia y el oído entrenado. CVE7E es muy bonito y súper real, es mi niñez, pero cuando lo grabé no me gustó. Al punto de que lo borré y me quedé sólo con las letras. Lo volví a hacer con sonidos más traperos y a partir de eso pasó todo lo que sucede ahora.
El 7 está presente en tu primer disco, en la división del repertorio para tu nuevo álbum y hasta lo tenés tatuado en la cara, ¿forma parte de tu identidad?
--No me di cuenta de que armé un repertorio del 7 al 11… Justo me tatué en la cara el 7 porque estuve muy enojado. Tuve un problema con mi celular y lo fui a arreglar a lo del papá de un amigo. Era mi único bien, lo que me hacía ser burgués. De repente no lo tenía más. Él me lo rompió, me robó plata y casi nos cagamos a trompadas. Tenía una energía de mierda y justo esa noche fui a casa de mi tatuador, que me dijo: “¿Sabés qué te falta? Un tatuaje en la cara”. Y pum, me lo hizo.
¿Por qué lo intercalaste en Ca7riel?
--Me gusta que mi nombre de rapero sea el que me puso mi mamá. Pero el 7 me diferencia y me separa de mí. Me persigue. Incluirlo en las palabras es la manera en la que escriben los traperos, que cambian los números por las letras. El 4 es una “a”, el 8 es una “b” y justo en el medio el 7 es una “t”. Es una fachada. Por dentro no soy trapero ni tan rapero. Hago hip hop porque fue lo que me enseñó a samplear. Es tan noble como el arroz, que lo podés mezclar con cualquier cosa.
Te convertiste en la esperanza del hip hop argentino, pues tu lenguaje apela por la versatilidad que impone el género en esta época: del trap al house.
--Eso es medio fuerte. Me gustaría levantar la cabeza, cada vez que me dicen eso. Yo no me lo creo. A diferencia del rap venezolano, que es más contestatario, acá hay mucho trap, mucha mierda, que me gustaría que cambie. Como nadie lo hace, me lo pongo al hombro.
Aunque nunca curtiste el freestyle, junto con Wos ofreciste una perspectiva diferente del género. ¿Transgresión o provocación?
--Me gustan las cosas fuertes como el roquefort. También me gusta la agresividad musical, que no tengo en mi vida real. A mí lo que me pasa con el Wos, que es el único rapero con el que me veo de vez en cuando, es que nos amamos. Ese chabón es luz pura. Pero la diferencia entre él y yo es que tengo una familia de músicos que me sensibilizó y que me hace la gauchada de convertir todo lo que está en mi cabeza. Iba a las jam de jazz desde muy nene y de ahí los conozco a todos. Lo que le falta al Wos, me parece, es una crew atrás que lo apoye.
¿Cómo se llama la tuya?
--Es tan enorme que no tiene nombre.
¿Podrías hacer otra cosa?
--En una canción, si el cantante dice un montón de cosas se me hace medio goma. En cambio el rapero, si agarra el micrófono y mira al público, transmite un mensaje diferente. Así sucede en esta época, más adelante será de otra forma. No voy a ser esto toda la vida.
A manera de metáfora sobre su vida y obra, Cato –como le dicen sus amigos– vive en la frontera: entre Barracas y La Boca, entre el agua caliente y la contención de sus amigos, y entre la modernidad y la austeridad. “Absorbí un montón de data de todos lados”, aclara el artista, quien co-conduce el programa radial Orbita Fri en la FM Bitbox. “Escuché jazz y metal, y sigo siendo un estudioso. Con la música clásica me fue mal pero los profesores me querían porque soy un atorrante. Es difícil tocar algo de una persona que se murió hace 400 años.”
Y es que estamos ante un hijo de la Internet. “Lo que más odio es la represión”, afirma el rapero, que adapta su repertorio al formato grupal –y vaya que es un bandón– o al sound system. “Si me gustan todos los géneros, ¿por qué no mezclarlos? Ahora mi musicalidad pasa por la producción. Toco la guitarra bonito, y no hago lo que quiero. Las cosas malas pasan, ¿y qué vas a hacer? Que te chupe un huevo todo, con actitud. Trato de ser consciente de lo que sucede a mi alrededor.”
Así como sampleás La grasa de la capitales, de Serú Girán, en tu tema Terrible Kiko, en POVRE traducís el lenguaje generacional en De Güinter is Comin. ¿Con qué intención?
--Trato de hablar con el lenguaje del momento. Por suerte tengo la edad para hacerlo. Es muy flexible, banal y moderno. Estamos en una época de hashtags. Hay traperos que tienen hashtags en sus canciones y usan marcas de ropa. Está escrito en criollo de mierda. No tengo errores de ortografía, pero elijo tenerlos por una situación estética.
Venías de dos bandas: Astor y Los Burócratas del Fogón, ¿qué pasó con ellas?
--A Ca7riel le di súper mecha para traer público hacia Astor –en 2017 lanzaron un EP hermoso, Vacaciones todo el año–, pero ahora cambió la cosa porque mi lado más hiphopero se volvió muy fuerte. Astor hace rock del alma, canciones. Vamos a la sala, jugamos, y lo que sale lo ponemos más fino y lo grabamos. Tenemos disco y todo eso, aunque muy a pulmón. Nunca nos importó pegarla porque los temas no son hiteros. Recién ahora empezamos a ver esa movida. Y Los Burócratas me adoptaron. Es casi metal. Yo soy metalero del alma.
¿Por qué te autodonominás “multiinstrumentista súper manija”?
--En realidad soy “instrumentija”. Siempre toqué la guitarra pero cuando entré en el colegio todos eran violeros. Me puse como bajista y estuve un montón de tiempo así. Mi bajo está hecho mierda. Mi guitarra es una Fernandes que me dio mi papá antes de que se fuera al cielo. Los pibes del ambiente me bancan porque saben que no tengo una mierda: soy el pobrecito que cuenta chistes y toca bien.
Pero vivís de la música…
--Tengo una necesidad económica muy grande. Vivo acá pero le paso dinero a mi vieja, que está en una casa enorme. Acá estoy divino pero cuando vivía con ella, hasta principios de este año, me quería matar. Ella no escucha nada. A partir del año pasado me junté con gente de dinero. Esos pibes me pasan data acerca de cómo sus padres hicieron plata. Tengo título de profesor de música pero ejercí muy poquito, a los 19: me mandaban a zonas marginales porque no me bancaba los problemas de los niños ricos.
¿Cómo entraste en la escena?
--Cuando daba clases a los niñitos, a la noche laburaba tocando en el Faena, y ahí conocí a los músicos. Todos tocábamos en jams.
¿Te abruma lo que te pasa?
--Hay un lado que sí y otro que no. Me encanta cuando alguien que aprecio viene y me tira la mejor. No son tantos. Una vez me pasó y no lo podía creer. Estábamos en el Faena, en Halloween, y pensamos que alguien se había disfrazado de Sting. Terminamos de tocar y se me acerca ese barbudo, que parecía Sting, y en efecto era él. Me empezó a decir cosas y se me cayó una gotita de meo. Como hablo un inglés de mierda, me quedó la duda de si me dijo: “El rock del futuro es una mierda por vos” o “Vos sos el futuro del rock”. No entendí nada. Sin embargo, a la gente que más quiero y respeto es la que toca conmigo.
Nunca pasás desapercibido, ni con tu look.
--Es un pequeño cachetazo a otra persona. Mis amigos iban vestidos súper turros, con altas llantas, a bailar cumbia, y yo era un gordito metalero con bucles. Me aceptaron los pibes, por suerte. Mucho amor. Pero lo que veía es que cuando salía todo medio de fábrica, era medio triste. Es un momento en el que me pinto el pelo, me visto raro y digo cosas. Soy un pez venenoso.
* Ca7riel tocará el viernes 23 de noviembre a las 23:30 en La Tangente, Honduras 5317.