“Qué onda Laura”, así arranca la primera carta de A. Me dice que no es escritor pero que le gustaría. Después me cuenta que tiene 17 años, está privado de su libertad y hace ocho meses que no está con su familia. La carta termina diciendo: “otro día, a través de la tinta, nos seguimos conociendo”.
En pocas líneas A. - que empieza por definirse desidentificandose de la figura del escritor- encuentra en la tinta la posibilidad de conocer(se). O mejor dicho, de establecer un conocimiento en continuidad. Durante los meses que siguieron mantuvimos un intercambio epistolar. La experiencia surgió del Taller de Literatura coordinado por el Programa de Extensión en Cárceles de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y el CDNNyA, en un Centro Socioeducativo de Régimen Cerrado para chicos y chicas menores de 18 años privados de su libertad.
Las talleristas me cuentan que la idea consistió en partir del intercambio epistolar que se establece en estos Centros de Régimen Cerrado. Las cartas brillantes, coloreadas y decoradas con stickers, circulan entre les chiques del Centro, y entre les chiques y sus familias. El permutar de los papeles bañados de tinta es una actividad cotidiana para estes jóvenes privados de la comunicación virtual. En las cartas se arraiga el vínculo de les menores con la escritura, la comunicación con les otres, y el puente entre el adentro y el afuera. La actividad epistolar del taller propone generar un salto desde una escritura como medio hacia una escritura como fin, que comunica, explora y poetiza. A partir de un programa que trabaja tres géneros vinculados a la intimidad y a la subjetividad: Cartas, diarios y poesía, el Taller de Literatura pone en diálogo a les jóvenes privades de su libertad con gente de afuera y desconocida. Esto posibilita un intercambio a través de la escritura, que deja de ser puramente comunicativa y pasa a ser un espacio de búsqueda, intercambio y conocimiento.
La universidad, mediante los Talleres en los Centros de Régimen Cerrado, ingresa de manera lateral y zigzagueante. A través de géneros menores, vinculados a la intimidad y a la subjetividad, la escritura entra y sale, ruidosa, balbuceante, tartamuda.
Los meses pasan y a lo largo del intercambio, tengo la sensación de que las cartas se escabullen en la oblicuidad del discurso y burlan el fichaje. Cada semana A. renueva su diseño. Algo en la materialidad del soporte- el grosor de la cartulina, los colores acordes a las historias relatadas, y los dibujos- va tomando cada vez más presencia. Como si la referencia de la primera carta a la tinta, a la materia de la escritura, ya hubiese estado marcando la importancia del elemento tangible en nuestro intercambio. Los elaborados diseños de A.- sobres coloridos que se cierran como pequeños cisnes de cartón- me desafían a combatir la atrofia manual producto de la escritura digital. Ensayo mi mejor letra y, frustrada por mis incapacidades manuales, resuelvo un diseño austero que sostengo-sin novedad- hasta la última carta: una hoja A5 rayada con los márgenes azules intervenidos con un resaltador rosa.
La escritura que me propone A. contiene un fuerte valor visual y material que mediante actividades manuales- cortar, colorear, pegar, mancharse los dedos de tinta- hacen intervenir el cuerpo. Las cartas que entran y salen del Centro de Régimen Cerrado sujetan un cuerpo y una voz. A través de las palabras, algo de A. se fuga del Centro mientras algo mío se cuela. El fluir entre el encierro y el exterior toma cuerpo en las palabras que usamos, los relatos que nos contamos, los poemas compartidos y las recomendaciones de películas y libros. La fuga y el encuentro se dan simbólicamente a través del lenguaje y materialmente a través de las palabras, la tinta y el papel.
Una tarde, sentada frente a un árbol amarillo de hojas espiraladas, le escribo a A., le pregunto cómo está, cómo lo trata el otoño, qué anduvo haciendo en los últimos días. Una semana después - con la ironía que caracteriza su escritura- me contesta “el otoño no me trata, lo trato yo” y sin otras palabras mediante, me envía un poema suyo. Ironía, empoderamiento y poesía, así nos vamos despidiendo, con la buena noticia de que está por salir pronto.
En una de las últimas cartas, vuelve a aparecer la reflexión por la escritura “’¿Qué loco la tinta no?”- me dice- qué loco la tinta respondo mentalmente, pero creo, no llego a escribírselo. Qué loco la tinta.
La última carta que me manda cierra con “un abrazo y hasta el viernes”. Desbordando el ala del cisne rojo agrega entre paréntesis “si es que sigo estando”.