Nochebuena de mediados de los ochenta en Santiago de Chile. Momento en el que las horas no pasan y no queda mucho por hacer. Borja y Vicente leen, pasean por su casa y hacen lo posible para soportar el tedio del calor infernal mientras su madre, melodramática, camp y de la cual Fuguet confiesa que “se tuvo que reprimir para que no estuviera leyendo a Manuel Puig”, anima con su escasa simpatía lo que resta del día. Con el correr de las horas una navidad como cualquiera se convierte repentinamente en una bisagra en la cotidianidad de los hermanos: una excursión homoerótica a la habitación prohibida del hermano mayor mientras este se va de yire y cruising por los parques públicos de su ciudad, hechos que aumentarán considerablemente la calentura corporal y climática de la noche, que finalmente toma la pantalla para transformarla en una pieza intertextual colmada de sexo, erotismo, homenajes, monstruos y demasiada cola de mono, que además de ser un brebaje tradicional de Chile juega con el significado de “cola”, expresión que en ese país refiere a puto, marica y todas sus variantes. A horas de su estreno local y proyectada para el el próximo abril en los cines chilenos, Soy dialogó con Alberto Fuguet sobre el imaginario queer adolescente y el cine como una herramienta para destruir tabúes, un tesoro de aprendizajes de todo lo que el mundo adulto oculta con recelo.
¿De dónde salió ese mundo tan íntimo en el que transcurre Cola de Mono?
Es la primera vez que hago algo así. Yo me declaraba muy fuera de las películas de género y sobre todo de las slayers, y más bien me sorprendía que las películas y los libros que yo he hecho son más bien realistas. Hace poco escribí VHS, que son memorias como trash, de cinéfilo, de aprendizaje de la vida y claramente de aprendizaje sexual en una etapa que me parece que es clave, que es la post adolescencia, y las películas que a mí me fascinaron eran las de Amblin de los años 80, el cine juvenil, las de Fassbinder. Quise hacer lo mío y a la chilena, a la latinoamericana.
¿Por eso dejás entrever varias referencias autobiográficas?
Partir, cero. Esto me pareció una buena idea y luego me di cuenta de que era mucho más autobiográfica de lo que esperaba. Nunca me pasaron esas cosas que se ven en el film ni tengo ese tipo de hermanos, pero la idea del chico bueno y el chico malo se sumó a los libros que yo leía, la música que escuchaba, las películas que miraba y cómo yo veía a la dictadura en esa época.
En la película hacés referencia a Cruising, el tan discutido film de William Friedkin sobre la escena gay leather en los 80 neoyorquinos. ¿Hay ahí una intención polémica?
Eso me sale más del interior, no está tan pensado. Si uno la ve hoy, Cruising es una película mucho más loca, que celebra la libertad, la idea del sexo en grupo, que no cuestiona, que muestra el barrio del Village como una tierra distinta al resto, o la idea de que el personaje de Al Pacino tenga que volver a una especie de domesticidad hétero como algo muy triste. Yo no tenía idea de qué era un pasillo o una lluvia dorada y lo aprendí viendo Cruising. El cine era bueno cuando también te enseñaba, y no de manera tonta. La vi como un chico casi virgen y me aterró, me impactó, me fascinó, me excitó, y como que ahora las películas que tienen que ver con sexo no asustan, o no te enseñan nada.
¿Por eso tomás al cine de monstruos como un espejo queer?
Está la idea de lo secreto, de lo raro, de ser distinto. Por ejemplo como en El joven manos de tijeras: un chico emo, queer, que se maquilla, que estaba solo y que cuando hace algo que no corresponde empieza el backlash: ya no es un peluquero cool sino que es alguien que hay que expulsar. En Cola de Mono quiero recordar que ser joven implicaba tener muchas dudas, estar solo, porque en el verano se acaba todo y nadie se volvía a ver hasta marzo, y si por casualidad ese chico llegaba a ser queer, todavía más.
¿Situarlo en la década del 80 te permitió huir del mundo de las apps de levante y esas tecnologías?
No, pero sí, en el sentido en que los 80 es la época en que yo tenía esa edad y florecía ese tipo de cine: el del sexo que da miedo, de mostrarte un mundo que no conoces, que los juguetes pueden ser malos si no se siguen las reglas, de lo prohibido.
¿Eso te movió a situar una historia homoerótica con dos hermanos gays?
En el cine que veía aparecían mucho los hermanos que dormían juntos o se bañaban juntos y a mí todo eso me parecía muy hot, aunque no estuvieran insinuando nada. Ahí podían ocurrir cosas que no pasaban en la vida real, como dormir en bóxer. Y uno decía “guau, ojalá a mí me pasara eso”. Cola de Mono es una película curiosa, que va a un límite, y que habla de un cineasta no queer pero que a mí me encanta, que es Brian De Palma. Es una película que tiene mucho de pensar las cosas al revés.
Viernes 2 de noviembre a las 23.55 en el Malba, Av. Pres. Figueroa Alcorta 3415.