Con un globo rosa, desteñido por la luz refleja de la tarde, una nena salta unos cinco centímetros. Juega a algo. A su derecha, una señora la toma de su mano y avanza sobre la vereda de la plaza del Congreso con un ritmo medido por el tiempo de una multitud. Las dos guardan un parecido en los cabellos, en la tonalidad de sus remeras, en las formas de sus flequillos. Atrás, el cordón familiar continúa: un globo celeste se cuelga en la muñeca izquierda de un niño, pensativo explora la nada mientras realiza pasos minúsculos incentivados por la corrección del padre. El hombre sostiene un cartel. 

Es el último domingo de octubre y quedan aún poco menos de dos horas de luz solar. La primera manifestación federal organizada por la campaña Con mis Hijos No te Metas se acaba de inaugurar en la explanada del Congreso de la Nación. Y simultáneamente en otras cuarenta y cinco plazoletas del país. 

17:37 de la mediatarde. Desde dos modestos parlantes se convoca al silencio y a la permanencia. Los centenares de feligreses bordean los tablones del escenario y entonan el himno nacional. Circula un clima de época, un aire coartado por una gesta minúscula. El grupo de varones devotos que en un círculo prolijo hacían piruetas con los redoblantes se callan y otorgan calma a las estrofas de Vicente López y Planes. Después se aplaude, se grita, se clama y se abre la lista de oradores. 

"¡Somos millones!". La referente de la sucursal digital en Buenos Aires de Con Mis Hijos No Te Metas, alienta con su micrófono a las familias. Inmediatamente el saludo se rompe con un griterío, con una ovación multiforme. "A la ESI, ¿cómo le decimos?" pregunta la mujer tomando aire y escupiendo a las consonantes. "No" le responde un grito poblado pero unísono, habilitando desde el inicio del evento a la literalidad de la violencia discursiva. Sintonizando, en un registro de complicidad viva y multitudinaria, con el rechazo rotundo a la conquista de derechos humanos de los últimos años.

Se trata del movimiento más subestimado de los últimos tiempos. De una articulación organizada surgida a partir de una idea de padres peruanos en el 2016. Son la orgánica de la moral sexual represiva que de vez en cuando se disfraza de trending topic, que está empecinada en acabar con la afirmación del orgullo lgbt, de la pedagogía de la autonomía y de la autoexploración del placer, que se pronuncian en contra de las disidencias sexuales y a favor de la erradicación política del feminismo.

El clima les juega a favor. Ahora, la avenida Entre Ríos se puebla de rostros con sonrisas subrayadas por lentes de sol. Se repiten los cuadros familiares de comedor. Se acercan familias bien prolijas y familias bien constituidas. Familias católicas, heteronormadas, apostólicas y romanas. A las seis en punto el aire es denso. El aroma es a vela y el gusto a liturgia pastoral.

En el escenario es el turno de uno de sus héroes. El médico rionegrino Leandro Rodríguez Lastra golpea el micrófono, prueba la voz, agradece el entusiasmo y celebra al encuentro. El jefe de ginecología del hospital de Cipolletti, quien será juzgado por incumplimiento de la ley provincial 4.796, busconea al aplauso trepándose de la consigna que se jacta estar a favor de la vida. Reaparece desde los parlantes, como sucederá recurrentemente durante la tarde, la alusión al sentido de la victoria. Se insiste, se pretende sepultar con esta insistencia, que el pasado 8 de agosto ganaron ellos. Descaradamente, la multitud ovaciona con colores pasionales al médico que en abril de 2017 impidió un proceso de aborto legal que se encontraba en curso.

En la esquina, siete mujeres, clase cincuenta y pico, montan su performance callejera.  En cada rojo del semáforo despliegan a lo ancho de la avenida Rivadavia una pancarta manuscrita que expresa: "Educación sin ideología de género". Todas están calmas, en zapatillas, peinadas y entusiasmadas. Del otro lado de la calle, hacia el sector de la avenida Hipólito Yrigoyen un grupo de cuatro adolescentes, clase dos mil, ejecutan su intervención meme. Una joven con su pañuelo y sus uñas celestes sostiene una cartulina, también celeste. El varón presume un afiche con la caricatura de Macri, acúsandolo de vendecosas. En la cartulina de la chica de los colores celestes escribieron con fibrones: "Somos las pibas que el feminismo no quiere defender." Más al centro, los adultos, clase setenta y pico, se encuentran y se saludan. Festejan la coincidencia, intercambian impresiones de la tarde, hacen circular mates con bombillas de alpaca y se despiden. 

Desde el escenario continúa la interpelación a los padres y a las madres. "Es fundamental formarnos para entender qué es la ideología de género" dice otra oradora mujer. Refuerza un concepto: a la educación sexual la deben impartir los padres de acuerdo a su ética. Se les transmite respaldo, necesidad de acción, contención intelectual. "No se sientan solos", se los abraza. Vuela una acusación por el aire, "el gobierno es criminal", mientras se formula y se reformula en loop, como ensayando la tabla del tres, que hay dos géneros. "Sólo dos" enfatiza ahora el vocero. "Varón y mujer" grita con ganas y expulsa con fuerza esta pesadilla por los amplificadores, dibujando así una bandera en el cielo con las letras de ese binomio. Los aplausos de los presentes no alcanzan para sellar la adhesión unánime. Se le suman los puños, los redoblantes y alguna que otra intención de aullido. 18:44 en la introducción a la tardenoche de la ciudad de Buenos Aires. Se arenga a la multitud a sincronizar con sus celulares una acción mediática en vivo. "Hagamos un tuitazo" propone la vocera. Desliza una crítica gris por la poca visibilidad que le están dando los medios hegemónicos a la campaña y sugiere "arroben a los medios". A las 18:50 el hashtag que lleva el nombre del movimiento ya estaba posicionado entre los tres más mencionados de la red social.

Las conversaciones se dispersan por los rincones de la tarde. Algunos toman gaseosas, mastican chicles, desempaquetan golosinas. Demasiado legal. El conductor del evento suspira la despedida, recomienda continuar disfrutando de la tarde y, atravesado por los últimos resabios de la resolana, presenta a su artista. Un contante varón toma el micrófono y juega a entonar versos con estilo Montaner. Las familias vuelcan hacia el escenario presintiendo el final. Se ladean en un ritmo impreciso, se musicalizan los rostros. Algunas señoras levantan las dos manos en par como saludando al parlante, como bendiciendo al viento.

Estamos ante el montaje de la reivindicación de los valores tradicionales de la familia. Una voz extendida y peligrosa cuyo pedido trasciende la desimplementación de la Ley de Educación Sexual Integral en las escuelas. Un entramado de voces amparadas por la coyuntura fascista. Una manifestación cultural, una nueva pauta del giro conservador sostenida por una multitud que en su estrategia territorial se convocó, se congregó y se celebró el mismo día y a la misma hora en la que Bolsonaro era elegido presidente del país limítrofe.