Tanta panza y un cráter. La maternidad es un estado embarazoso, algo que hace sentir incomodidad o vergüenza. A la maternidad hay que darle lugar cada segundo en medio de un cuerpo exigido, de un cuerpo demandado, de un cuerpo ofrecido a lo que se desconoce. El cuerpo se despliega abundante en narrativas y poéticas de la duda, de la incertidumbre, de la memoria en cada poema de Luna Plutón, de Flor Monfort. Una aparente contradicción se cierne sobre dos versos: No quería ser mamá/quería tener un hijo. Un hueco en una tierra que no es la tierra prometida, que no es la Madre Tierra. Un hueco en una tierra ajena. La maternidad. Tener un hijo es la tierra de la idealización; tener un hijo es la tierra de lo que se nos enseña en la escuela y en la casa; tener un hijo es la tierra de la maternidad edulcorada, es la idea de la maternidad en otra parte. Como si tener un hijo no fuera –siempre– pasarlo por el cuerpo. Pero ese pasaje por el cuerpo es elipsis, es malentendido, es imagen soñada de panza que habilita el “privilegio” de los asientos en cualquier lugar y la prioridad en las colas de los supermercados y los bancos. O la calamidad de la conclusión en la tierra de la clandestinidad. El embarazo está lleno de trámites, parece. Pero embarazo no es maternidad. No quería ser mamá es el yo poético que asume la elipsis en plena concreción, en pleno cráter, en plena panza vacía y tetas chorreando. Lo que se elide es la maternidad. Lo que viene después de la foto. Lo que se tiene que contar: Estoy en la cocina/ de la casa de mi madre,/ donde fui criada,/ la cámara se posa/ en mí porque tengo algo/ para contar. Estoy embarazada.
Alguien tiene que aprender de la vida mirando. La niña que mira y sabe y calla. La niña que no es vista y que ve. La niña que se hace adulta. La adulta niña que mira al padre, que lo contiene, que comprende que su supervivencia depende de participar de una escena para la que no está preparada, de la que no sabe su parlamento pero que interpreta en la improvisación.
Esa niña tiene algo que contar. Hoy.
Mi mamá está feliz porque voy a ser madre/ sin padre. Porque el padre no pregunta nada./ Quiénes son los padres de mi vida./ El mío es como un niño,/ siempre arruinando todo.
El padre es como un niño que siempre está arruinando todo. Pero ella tiene algo que contar, hoy: el embarazo. ¿Qué arruinará este niño? ¿O qué viene a modificar?
El libro de poemas de Flor Monfort es incómodo, tan embarazoso como la maternidad. Porque si algo sucede en sus páginas es el encuentro con una larga meditación sobre los vínculos. El yo poético narra. Es un yo narrativo que devela la historia de la reconstrucción de las maternidades y paternidades aprendidas, heredadas y por venir. La tierra ajena de la memoria. La tierra ajena de lo que vendrá. La tierra ajena de la memoria. El cráter. El hueco. El cráter como huella de lo que pasó por ahí pero que ya no está. Es esa historia que siempre hay que revisar, componer, actualizar. La maternidad se narra. Y se poetiza. Madre es ir a la guerra/ Es de noche, empieza el combate. La tierra ajena se va habitando con los recuerdos, con los deseos, con lo que fue y lo que no pudo ser. Con lo que se quisiera ser y no será: Hijo que duerme/ por primera vez solo/ ya no temo que se asfixie/ con las sales de mi infancia/ lamento confesarle/ algún día que fui igual/ que mi madre.
¿Y el deseo? Aquí y allá en Luna Plutón aparece la tensión entre lo que se desea (la maternidad, el novio, el otro, la tranquilidad) y lo que se escapa, siempre. Así leemos por ejemplo:
El deseo. Esa garrafa que llevamos/ atada a la cintura./ Ni siquiera está bien delineada/ pero de repente adviene/ como una ola.
Hubiera querido acariciarte/ Me quedé dormida escuchando/ La lluvia sobre la chapa/ La respiración a destiempo.
y yo no quiero ser perfecta/ quiero ser amada
“Escribir y vivir en esas condiciones es tener cierto valor. Y tener cierto valor, cuando no se es insensible, es ya un esfuerzo que absorbe buena parte de nuestras facultades”, escribe Victoria Ocampo en "Carta a Virginia Woolf" al inicio de sus "Testimonios" como un modo de dialogar con ella sobre la escritura de las mujeres. Victoria dice que su "única ambición es llegar a escribir un día, más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer. (...) Pues entiendo que una mujer no puede aliviarse de sus sentimientos y pensamientos en un estilo masculino." No podemos escribir, ni leer, sin reconocer esa cuota de valor, de tiempo, de esfuerzo. Durante el puerperio parece que Escribir con la mente (título de uno de los poemas de este libro) es la manera que Flor Monfort encuentra de concretar su deseo de escritura. Una mente poderosa que, con y por su niño deseado, también florece en el papel, esa tierra por fin habitada.
*Presentación de Luna Plutón en Rosario. 29 de septiembre de 2018