El camino que va desde el rescate de unas polvorientas cintas analógicas al click que devuelve su sonido vía Spotify, 30 años después, va más allá del shock tecnológico. Para los integrantes de la banda Moscú, ese salto al vacío digital invita a transitar el recorrido inverso, un regreso mágico e ilusorio a su ambiente original. Es probable que Gardi Pais (voz, guitarra y composición), Mariano Kon (bajo), Sergio de Nadai (guitarra) y Fernando Cartier (batería) logren recomponer, por un rato y vía streaming, el mundo que los rodeaba a fines de los ‘80. Un mundo con estética Nave Jungla, excesivo, algo bizarro, narcisista, que prometía el paraíso en un instante y bajaba a cualquiera de un hondazo en diez minutos.
Moscú no llegó a conocer el paraíso porque cuando parecía tenerlo todo para pegar el salto (cerraron la Bienal de Arte Joven en Plaza Francia ante cinco mil personas, tenían el apoyo de figuras como Charly García y Gustavo Cerati, ofertas para editar por CBS y por Polygram, etc) la economía del país estalló en mil pedazos por la hiperinflación, las compañías discográficas cancelaron o postergaron sus proyectos con bandas emergentes y la propia Moscú ingresó a una nebulosa de desgaste que se volvió irreversible.
“Fuimos la última banda pop que tendría que haber sido y no fue –señala Kon, el factótum de este regreso digital–. Cerramos los 80. Después vino el rock chabón y el rock MTV. Pero nosotros quedamos en el medio, atrapados en los ‘80. No pudimos dar el salto. Quisimos seguir la línea industrial de Soda, Virus, GIT y no logramos subirnos a la era CD. Hasta el Muro de Berlín se cayó y nos quitó también esa aura de misterio y clandestinidad que tenía el nombre de la banda”. Pais, que también recuerda esa época como “un quilombo”, atribuye la no concreción del proyecto Moscú a la juventud de sus integrantes: “Creo que, en el fondo, no nos interesaba tanto sacar ese disco. Cuando sos joven no te importa nada, si sale, si no sale”. De hecho, dice, a la semana de registrar ese álbum empezó a grabar con Gabriel Carámbula y Los Perros.
El disco que nunca salió ni en vinilo ni en casete y que ahora puede escucharse por Spotify, Apple Music, YouTube y todas las plataformas digitales, responde en su sonido al arquetipo de la banda pop de los ‘80, con influencias que navegaban en un amplio arco entre INXS y The Smiths. El “hit” que no fue se llama “Sin dinero” y es muy de época: una batería tipo Willy Iturri en G.I.T., nada de lamento blusero y mucho desparpajo para comerse el mundo a pesar de todo (“No teníamos un mango pero la íbamos de cool”, recuerda ahora Kon). La gema del disco es la participación de Calamaro, que había sido compañero de colegio de Cartier (hijo de los íconos de la moda Jean Cartier y María Fernanda Cartier) y no solo se encargó de la producción sino que cantó, tocó guitarras, teclados y hasta la batería. Inclusive es co-autor de “No sé”, canción surgida de una zapada en medio de la grabación en los míticos estudios Panda, con Walter Chacón como ingeniero de sonido. Además, para “llenar” musicalmente el disco invitó a participar a otros dos monstruos: el Negro García López y Gringui Herrera. “Pensar que yo ni me acordaba de los nombres de los temas. Pero ahora lo volví a escuchar y fue una sorpresa buenísima, me sorprendió la música, lo bien que suena, sobrevivió bien”, destaca Pais.
En 1989 el disco no salía, no salía, y no salió. El desgaste aceleró la disolución de la banda. Pais integró diversas bandas y se fue a vivir a Miami, donde creó The Gardis. De Nadai se dedicó a la venta de sonido profesional. Cartier y Kon formaron parte de Los Toc Toc, proyecto alternativo de Charly García. Kon, después de tocar con el Negro García López y con el suizo-francés Stephan Eicher, entre otros, puso la música en pausa para dedicarse a la industria audiovisual.
La vida de todos los protagonistas, como se ve, tomó caminos diversos. “Pero había que cerrar una cuenta pendiente, una ventana kármica”, dice Kon que, con dosis parejas de espíritu emprendedor y nostalgia, convocó nuevamente a Chacón, y en el mismo lugar, con el mismo equipamiento (los técnicos de Panda reacondicionaron la histórica grabadora de ½ pulgada) se procedió a restaurar y remasterizar las cintas originales, que habían sido guardadas durante 30 años por Cartier. Milagrosamente, la vieja consola empezó a despedir los sonidos que permanecían silenciados desde 1989. Así, Moscú, una ex banda, mutó en Moscú, un disco que encierra, al escucharlo, una paradoja: su desenfado juvenil, su frescura vital, potencia la sensación de nostalgia. Algo que los músicos, hoy entre los cuarenta y pico y los cincuenta y tantos, hubiesen odiado en su momento.
En esta pequeña historia de reivindicaciones tardías acaso quede un solo capítulo inconcluso: el de volver a tocar. Kon se guarda una dosis de escepticismo: “No es la idea juntarnos a tocar oficialmente. Cada uno está en su historia. El único fin de esta movida era abrir esa persiana de los ‘80 que nos la cerraron y decir ‘esto éramos nosotros’”. Pais, en cambio, imagina una presentación con amenities. “Un cóctel con desfile de modelos presentando a la banda”, aventura, como una suerte de canto del cisne para una banda que celebra, al menos, la revancha de mostrar lo que pudo haber sido.