Tamae Garateguy es conocida por sus incursiones en el cine de género tirando a clase-B, como el film de licantropía femenina Mujer lobo (2013), el slasher criollo Toda la noche (2015, inédita) o el drama de pareja sado-maso Hasta que me desates, estrenado hace apenas un par de semanas. Rara incursión de esta realizadora en el documental, 50 Chuseok, que puede verse en el Centro Cultural de la Cooperación, hace foco sobre la corriente inmigratoria coreana, que viene de celebrar los primeros 50 años desde la llegada a la Argentina de las primeras trece familias de ese origen. Garateguy filtra esa historia a través de un protagonista que está aquí hace casi tanto tiempo como sus primeros compatriotas, y cuyo regreso al país de origen después de todo este tiempo representa la instancia culminante del documental.
Dos clases de espectadores bien disímiles reconocerán a Chang Sung Kim, tal vez no por el nombre, pero sí al verlo. Los espectadores de televisión podrán identificarlo por sus apariciones en series locales como Gasoleros, Los vecinos en guerra o El marginal. Los fieles del cine indie, por El fondo del mar, de Damián Szifron, Fase 7, La Salada o Pompeya, de la propia Garateguy, donde hacía de mafioso chino (ya se sabe que los argentinos no distinguimos demasiado entre japoneses, chinos y coreanos). Porteño desde los siete años, Chang Sum Kim domina el lunfardo como cualquier hijo de vecino. Además del asado, el fútbol, el mate y no se sabe si el billar. Más interesada en la captación del instante que en planteos o enfoques más o menos generalistas, en la primera parte Garateguy muestra a este Chang “porteño en Buenos Aires”, recibiendo a amigos (los actores Mike Amigorena, Juan Palomino y Diego Valenzuela, entre ellos) con un verdadero asadito coreano, o entremezclándose en un Fútbol 5 de barrio.
La segunda parte está dedicada al regreso de Chang a la patria, acompañado de la realizadora y su equipo técnico. El regreso es conflictivo. Como lo narró previamente, su relación con los padres (el padre, sobre todo) nunca fue fácil. Mucho menos a partir del día en que anunció su casamiento con una mujer occidental, momento en el cual aquél le dijo una frase que atraviesa todas las comunidades: “Si te casás con ella no sos más mi hijo” (el crítico la sabe de memoria, ya que es lo que casi un siglo atrás le dijo su abuelo polaco a su madre). El Chang afable y relajado de la primera parte deviene en un Chang ensimismado y emocional ya en el propio vuelo de 36 horas, incluyendo un par de quiebres en cámara. Enormemente beneficiada por el carisma de su protagonista, 50 Cheusok echa miradas tangenciales sobre temas como la integración, las diferencias culturales y generacionales, los cambios sociales (Chang no logra reconocer, de tan cambiado, a su barrio natal, lo cual le hubiera permitido escribir un tango) y hasta las reversiones, como lo sugiere la escena en la que chicas y chicos argentinos compiten en un concurso local de pop coreano.