No por incompleta es menos exacta en lo esencial: cada vez que Juan José Saer visitaba la Argentina no podía evitar tomar nota de palabras y modismos que le resultaban ajenos luego de tantos años de vivir en Francia. Las palabras como brújulas; el temor a sentirse desplazado de algún modo, quién sabe. No solamente las ciudades sufren transformaciones, naturalmente. Bien lo saben los lingüistas. Sólo que las escritoras y los escritores, sobre todo si escriben ficciones, establecen una relación muy distinta con su idioma, vale decir con su lengua materna. ¿Será cierto, entonces, que es ahí dónde se encuentra la verdadera patria de un escritor? Si la lengua crea el ser nacional, ¿qué se lleva inexorablemente consigo un artista que por salvar su vida o por decisión propia, o acaso obligado por otro tipo de apremios y vicisitudes, instala un proyecto de vida en el extranjero?
Interrogantes que surgen de Pasaje de ida, una antología que reúne cuentos, ensayos y crónicas de escritoras y escritores argentinos que residen o han pasado una larga temporada en el extranjero. Relacionados por temáticas que se complementan desde distintas perspectivas, cada uno aporta una mirada singular sobre la experiencia que significa estar lejos y al mismo tiempo muy cerca por medio del arbitrario ejercicio de la memoria y la producción literaria. Autores de larga trayectoria y con obras que ya le han valido reconocimientos en distintas partes del mundo conviven a través de las páginas con quienes se encuentran inmersos en plena tarea de construir su destino literario junto a otros que, si bien sus nombres aún no resuenan con la intensidad que deberían en el ámbito nacional, han recibido premios prestigiosos en el extranjero, como es el caso de Marcelo Luján, radicado en Madrid y premiado con el Dashiell Hammett 2016. En “No es cuento”, el autor propone la historia de una mujer que confunde la realidad con la ficción y cree capaz de llevar a cabo los asesinatos que narra en sus novelas.
En “A mil pies de altura”, el relato que abre la serie, Ariana Harwicz narra la historia de una mujer que, decidida a reponerse de algo más que de una historia de amor terminada, decide irse a vivir a Francia. Pero tendrá que escuchar primero su nombre en otra lengua para que toda la historia se resignifique como verdadero comienzo. “Apuntes para una teoría de la ciudad movediza”, de Rodrigo Fresán, residente en Barcelona desde finales de los años noventa y a quien, por otra parte, en 2017 se le ha otorgado en Francia el Premio Roger Caillois por toda su obra, escribe un refinado ensayo de alto vuelo poético partiendo de diversas premisas, entre ellas: “Los escritores fundan ciudades para moverse”. A partir de ahí, reflexiones no exentas de humor que recorren un ideal de ciudades imaginarias, edificadas por mentes brillantes como William Faulkner y Juan Carlos Onetti, entre otros. Luego, a modo de espejo, un recorrido por su propia obra y su relación íntima con Buenos Aires.
En esa misma línea temática se encuentra la crónica de Edgardo Cozarinsky, “Destellos, añicos, virutas de mi París”, que comienza así: “Vivimos todos en una ciudad propia. La inventamos y padecemos” y donde recupera piedra por piedra momentos significativos del París imaginado y el real que conoció a partir de 1974. En un tono de velada comicidad que logra un planteo profundo sobre el modo en que decodificamos la realidad por medio de nuestra propia cultura, Laureano Debat propone en “La ruta del maltrato”, un cuento con lógica de turismo donde el personaje se adentra en una extraña excursión en una ciudad solo localizable por medio de una aplicación y cuya promesa de aventura es tan extraña como desopilante. “El objetivo es que logres experimentar en carne propia la adrenalina del maltrato local, tan característico y auténtico, inmutable alrededor de los siglos”.
Dos crónicas se ligan por su temática deportiva y por lo que permite pensar en torno a los íconos culturales que adoptan los pueblos y el sentido del éxito como la supuesta contracara del fracaso. “Una temporada de incomprensión”, de Marcelo Cohen, propone una lectura en relación a Diego Maradona y su paso por el club Barcelona, un puente tendido entre Nápoles y el Mundial del 86 que lo convertirá en un hombre capaz de absorber todo tipo de simbolismos sin dejar de ser nunca un argentino con todas las contradicciones que culturalmente puedan pensarse desde ese lugar. Y por su parte, Ariel Magnus en “Luna Park en Berlín”, despliega con humor una experiencia ligada al ámbito boxístico en Alemania cuando fue a ver una pelea entre Bert Schenk y Héctor Velazco que lo lleva a hurgar en sus propios recuerdos. “El cerco”, de Patricio Pron, es un notable cuento que materializa de algún modo aquellos versos de John Donne cuando afirma que “nadie es una isla, completo en sí mismo, cada hombre es un pedazo de continente”. Sólo que Pron construye una realidad íntimamente conectada por causas y efectos entre las personas. “Maniobras contra el caos” de Alberto Manguel, dialoga subrepticiamente con el anterior cuento, teniendo como personaje a una mujer que encuentra en la lectura de los libros una especie de oráculo que guiará sus acciones hasta el final. Desde otra perspectiva, un texto soberbio de Mariana Dimópulos, titulado “Puente, ponte, Brüque”, aborda la problemática de la experiencia como un puente tendido entre el lenguaje, la cultura, la realidad y la tradición. En “Nadie”, Eduardo Sguiglia, escribe el fin de una historia de amor donde el culpable no sólo se encuentra en la distancia que media entre Rosario y Róterdam, la ciudad donde vive ella. La ciudad como tópico colmado de extrañezas, surge en “El otoño no comienza en Tokio”, logrado relato de Aniko Villalba, donde surge la Tokio deslumbrante como vista desde una vidriera, desde la comida a los trabajos extraños que puede hacer una mujer para sobrevivir y las inevitables comparaciones con el país de origen. Entre comparaciones, Guillermo Piro en “Tres gotas de agua”, logra concientizar sobre la relación que ciertos hombres tienen con el agua debido a la escasez, entre otras realidades complejas de sus países.
En “Volver”, de Eduardo Berti, y a modo de cierre de la antología, un planteo literario y filosófico sumamente interesante sobre el viaje material y mental: la nación del tiempo. Y por último, “Brújula con dos sures”, un maravilloso ensayo de Andrés Neuman donde reflexiona sobre su propio lugar en el mundo. “Mi concepto de la extranjería tiene, en definitiva, menos que ver con estar fuera de un territorio que con el despliegue de una frontera en marcha”. Y tal vez sea eso lo que en verdad tengan en común los habitantes de Pasaje de ida.