Lejos de refrendar polarizaciones, los artículos que integran esta obra colectiva intentan pensar diversos nudos de la historia política y social de la Argentina del siglo XX en una clave más compleja. Dinámica y descentrada a la vez, la lógica de los enfoques escapan a la historia partidaria o sectorial, rehúye del consignismo, la celebración o la autorreferencia política, y propone formas actualizadas y documentadas de pensar episodios, figuras, movimientos, situaciones. Lo que sí enlaza el planteo de conjunto, y se reitera una y otra vez como palabra clave, es la idea de problema. Desde el título, la expresión “problema” recorre el libro y cada uno de sus artículos como una definición que puede trabajar el pensamiento asociándolo a una vertiente lúdica, por ejemplo la trama de un país como una serie de obstáculos a vencer, rompecabezas a componer o acertijos a descubrir. Pero en segundo lugar la idea de problema aparece como una cuestión discutible que hay que resolver o a la que se busca una explicación, es decir, el problema como un asunto o una cuestión que requiere una solución.
Por esa puerta ingresan una serie de ensayos notables de distintas firmas y posición académica. En el corazón de la propuesta editorial aparece la referencia al año 2007, momento bisagra de la vida contemporánea donde una primera conversación entre Carlos Altamirano, Adrián Gorelik y Oscar Terán en un bar de la avenida Corrientes, los impulsa a trazar la idea de este libro en la perspectiva de la celebración del Bicentenario en 2010. Como telón de fondo aún laten la crisis general de 2001 y el modo en que fue reabsorbida y reconducida por un sector del peronismo, en particular los intentos de reagrupamientos intelectuales que entre lo académico periodístico, la reflexión especializada, el ensayismo y otros espacios de cruce que piensan la experiencia y el balance de un tiempo democrático acaecido desde la vuelta de la democracia.
Los autores convocados resaltan por la combinación de consagrados como Jorge Myers, Horacio Crespo, Silvia Sigal, María Teresa Gramuglio y Hugo Vezzetti, junto con especialistas como Roy Hora, Fernando Devoto, entre otros, y la participación de investigadores jóvenes que prometen como Adriana Petra, Alejandro Blanco, Martín Bergel y Laura Erlich, quienes incorporan nuevos aires y nuevos temas. El libro empieza por el republicanismo y el liberalismo como lanzas nacientes que ganan la partida ya desde el momento organizador de la patria, con la realización de la república posible catapultada desde aquel otro nudo aludido en la caída de Rosas, siempre enancándose en la batalla de Caseros, año base, fecha originaria. Pero ya entrando al siglo XX, el problema es la democracia, la libertad y los votos. La forma cultural que problematiza y recibe la llegada masiva de inmigrantes en un país que no absorbe esa corriente sanguínea novedosa sino de un modo desconfiado, receloso. Joaquín, V. González, Federico Pinedo, Ricardo Rojas y José Ingenieros surgen en esa primera etapa, donde cosmopolitismo e inmigración se trenzan en la búsqueda de una modernidad irresuelta.
El interesante artículo de Ricardo Martínez Mazzola avanza sobre Yrigoyen y el modo en que la figura del caudillo regresa, como fantasma, como problema, a izquierda y a derecha del espectro. Resulta sorprendente el relevamiento que hace Martínez Mazzola sobre el socialista Carlos Sánchez Viamonte, quien en 1930 emprende un clásico análisis de Hipólito Yrigoyen como “el último caudillo”. La restauración rosista y la reparación yrigoyenista, piensa, fueron dos momentos semejantes en la vida argentina, ya que una y otra habían supuesto la rebelión de la masa, el quiebre de la élite y una apertura al uso público del gobierno. Sánchez Viamonte observa de manera optimista cómo el arribo del radicalismo al poder habría resultado superador, en tanto hace la costura entre la causa de los desposeídos y el régimen conservador, que había marcado al menos veinte años de vida política. Se trataba de darle fin al aspecto imperfecto, acriollado, de la representación política. Los capitanejos, las redes, los punteros diríase hoy. El problema de la política de masas como uno de los debates centrales de la política argentina, donde la presentación del carácter de problema ya es una definición. Y donde podría reescribirse, una vez más, la frase capital que da comienzo al Facundo: “Sombra terrible, vengo a evocarte”. Sin embargo, tal vez es Jorge Myers analizando el pensamiento de José Luis Romero quien advierte mejor, en una pincelada fantástica, el modo de la Argentina irresuelta como una “contienda tripartita”: por un lado, un liberalismo conservador que niega la legitimidad del proceso democrático y que en los años treinta ensayó el vano intento de una restauración sin asidero, y por otro dos vertientes de la democracia popular, una orientada hacia un modelo demagógico y caudillista que antes que dar cumplimiento a las aspiraciones democráticas desemboca ineluctablemente en formas autoritarias de ejercicio del poder, y otra basada en una comprensión más cabal y reflexiva de los auténticos problemas de la sociedad argentina que podría, si la oportunidad se le ofreciera, conducir el país hacia una democratización no sólo política sino social y económica, que permitiera saldar la grieta entre la Argentina criolla y la Argentina cosmopolita.
Por este libro pasan Forja y el imperialismo, Julio Irazusta y el nacionalismo, Arturo Jauretche y su medio pelo, Héctor P. Agosti, Julio Mafud y el desarraigo, el latifundio, la Eva Perón montonera y, finalmente, como el búho de minerva al atardecer, el problema de la democracia. Como vía de expresión y ampliación de derechos, pero también, acaso como mensaje final del Portantiero ligado a la etapa alfonsinista, la democracia ya no tanto como una forma de gobierno sino como un estilo de vida atemperado.
Cuando al principio del libro los compiladores evocan el fallecimiento temprano de Oscar Terán en 2008 –en pleno conflicto agropecuario–, nos hace pensar también como parte de esa bisagra y ese acontecimiento a Nicolás Casullo, quien durante esos meses participa de la fundación de Carta Abierta y poco tiempo después también fallece. Terán y Casullo podrían haber sido los alfiles de un diálogo más que probable, ya que en sus libros y sus revistas nos encontramos con los intelectuales de los años sesenta, con los debates de Contorno, Los Libros y Controversia, el peronismo, el psicoanálisis y la cultura de masas, la revolución, la democracia tardía y la posmodernidad, entre otros asuntos. Desde aquel año parecen haberse desacoplado ciertos mundos conceptuales y las referencias, que a veces parecen ser las mismas, se escurren de las manos. Muchos de los temas que surgieron como inquietudes en aquel bar de la avenida Corrientes donde Terán, Gorelik y Altamirano pensaron este índice se abordaron en los debates propuestos entorno al Bicentenario y desde la gestión pública cultural por José Nun y Horacio González, y más adelante por Ernesto Laclau y Ricardo Forster. Los intentos de transversalidad e intercambio se han mantenido, aunque muchas veces se ha sucumbido al agravio, el ninguneo y la postergación. Intelectuales, académicos, publicistas y editores contemporáneos hemos vivido estos años hablándole mucho a la pared, al espejo, y muy poco a la ventana, a la vereda. Algunos han intentado, y han logrado hablarle a públicos menos cautivos, saliéndose de la zona confort de un espacio controlado. Este libro invita a lecturas de mayor alcance, lucidez e incluso pragmatismo político. La existencia de Carta Abierta, el Club Político Argentino, Plataforma, y más recientemente el grupo Fragata, dan cuenta del renovado interés, en el nuevo siglo, por seguir pensando apasionadamente la tierra de uno.