“La historia del vestir en Occidente está íntimamente relacionada con la historia de la sexualidad y con los usos sociales del cuerpo. La sexualidad femenina ha sido mucho más cuestionada y reprimida. Esta es una de las razones principales por la que mediante la indumentaria se ha tratado de regular la sexualidad de las mujeres a partir de estereotipos machistas”, dice Laura Zambrini. Socióloga, investigadora del Conicet y profesora titular de Sociología en Diseño de Indumentaria y Textil de la UBA, profundiza sobre la moda, los uniformes y los códigos de vestimenta en la historia.
–¿Cómo han sido históricamente los códigos de vestimenta en las escuelas? ¿Hubo discriminación por género?
–La historia de la vestimenta en las escuelas nos remite al concepto de uniforme. Es decir, aquella indumentaria que por definición es lo opuesto al sistema de la moda. Por ejemplo, el guardapolvo blanco fue una de las expresiones de las sociedades disciplinarias en pos de homogeneizar las identidades sociales en el ámbito educativo. Es decir, diluir al individuo en el grupo. Las mujeres usaban delantales que se abrochaban por la espalda y los de los varones se abrochaban por delante. Con el tiempo eso fue cambiando, no obstante, dependiendo de si los botones estaban del lado derecho o izquierdo eran usados por niños o niñas. Es decir, a pesar de ser una prenda que buscaba la uniformidad (de ahí luego el término uniforme), la cuestión de género ha estado y está aún presente en los ámbitos de socialización primaria.
–¿Y la relación de las mujeres con el vestir? ¿Cuánto ha dictado la moda y cuánto sometimiento hubo?
–Desde el Renacimiento, las demarcaciones de lo femenino y masculino forman parte de la indumentaria, pero con mucho más énfasis lo fueron a partir de la modernidad industrial. O sea, el momento histórico en el que se afianzó el pensamiento binario y la definición de los géneros como opuestos complementarios. Esa noción fue una construcción ideológica de finales del siglo XVIII, cuyos enlaces con los discursos científicos e higienistas decimonónicos lograron legitimar lo que Michel Foucault denominó “el dispositivo de la sexualidad”. Básicamente, se refirió a la caracterización de las prácticas e identidades sexuales como normales y patológicas, estableciendo como norma principal a la heterosexualidad reproductiva. En ese contexto ideológico, el binarismo femenino/masculino también operó como un discurso que implicaba jerarquías en detrimento de lo femenino apelando a la biología como fundamento último. En especial, la asociación de los varones con el poder, lo racional, la fuerza y la política en oposición a las mujeres asociadas a la maternidad, la debilidad y el hogar.
–¿Hubo códigos de vestimenta para varones? ¿Cuáles son las diferencias con los códigos para mujeres?
–Ese modelo social patriarcal del siglo XIX tuvo implicancias en casi todos los ámbitos sociales e inclusive tuvo su correlato en la vestimenta a partir del establecimiento de modas con códigos moralistas. De este modo, la moda fue asociada al adorno y a la coquetería femenina (la falda, el corsé, los tacones, el maquillaje, por ejemplo); en cambio, los modos de vestir masculinos, se asociaron al traje burgués, la funcionalidad, la sobriedad, formalidad (traje y corbata, por ejemplo). De hecho, hasta el presente la moda interpela mucho más a las mujeres como consumidoras de imperativos de belleza que a los varones. ¿Por qué sucede esto? Porque la historia del vestir en Occidente está íntimamente relacionada con la historia de la sexualidad y con los usos sociales del cuerpo. En ese marco, la sexualidad femenina ha sido mucho más cuestionada y reprimida. Esta es una de las razones principales por la que mediante la indumentaria se ha tratado de regular la sexualidad de las mujeres a partir de estereotipos machistas. Esto es, la naturalización de discursos y representaciones que asociaron la decencia o la deshonra de las mujeres según las prendas de vestir que utilicen. A su vez, el tema del cuerpo es fundamental, pues en este mismo sentido, el cuerpo femenino ha sido y sigue siendo un tema de debate público aborto, amamantar en público, las cirugías estéticas, la presión de belleza y juventud, por citar algunos temas).