Apenas lo cruzó le dijo “bajá los postres” a Manuel Castells, uno de los pensadores europeos más conocidos e influyentes del siglo XXI. Lo veía muy agitado para subir a la combi que lo pasearía en su visita por Argentina. Es amigo de la periodista, escritora y prestigiosa activista canadiense Naomi Klein. Tiene un libro escrito sobre su vida que nunca leyó. Como está en alemán, le pidió a uno de sus amigos intelectuales –especialista en hermenéutica– que le contara qué tal lo habían descripto y, aunque le aseguró que “quedó muy bien”, él desconfía. Siempre desconfía un poco. Ernesto “Lalo” Paret tiene 48 años, nueve hermanos y es abuelo desde hace tiempo. Aunque su casa está en Moreno –anclada en el riñón de un “barrio de trabajadores”– toda su familia continúa la vida en La Carcova. Toda su familia realmente es “toda su familia”: 230 parientes entre tíos y primos, salvo su madre. “Mi familia es una tragedia. Me la traje a mi vieja porque en León Suárez, en cualquier momento, le metían un tiro sin querer”. Su mamá es tatarabuela y, para no frenar la inercia genealógica, Lalo fue padre a los 16.
Fue ciruja toda la vida y amante de los libros. Cuenta que de joven, cuando volvía de trabajar, se acomodaba en el furgón del tren y leía algún texto recolectado durante la jornada. En la actualidad, se ocupa de estrechar los vínculos entre el barrio y la academia desde el área de Articulación Territorial de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) que dirige. “En la actualidad, el sistema educativo se parece a una fábrica de chorizos. Existe una lógica de establishment que no se cuestiona nada puertas adentro. Muchos intelectuales que se acercan al barrio todavía sueñan con la revolución”, apunta. Y completa: “siempre pensé que para hacer la revolución se necesita tiempo y los pobres tenemos hambre ahora. Nosotros queremos que los sociólogos se formen para transformar, no para transformarse a ellos mismos”.
Bajo esta premisa, sostiene que es fundamental modificar la lógica de las investigaciones para que los especialistas se transformen en actores y dejen de ser observantes. “Hacen etnografías sobre nosotros y dicen que comemos porotos pero ni siquiera prueban los porotos. Creo que la formación termina comprimiendo a los investigadores y les impide explotar todas sus potencialidades”, apunta. El propósito es modificar el futuro de las nuevas generaciones y declarar a José León Suárez como “territorio educativo” a partir de un plan de ingeniería social. Como el panorama político es difuso, se trata de reflexionar acerca de la pobreza y modificar matrices pedagógicas capaces de revertir la situación de descomposición actual. “Tenemos proyectos para poner en valor la experiencia y el conocimiento de cada individuo. Nosotros, los pobres, sabemos mejor que nadie que se pueden prever las crisis a partir de la reflexión, pero sobre todo con la acción”, concluye.