“Lo pendiente y el aburrimiento son más dañino que cualquier peste”. La frase, dicha por una viejita en una institución psiquiátrica donde su marido está internado, podría ser una suerte de cameo literario de un personaje sin importancia que mete el dedo en la llaga de La mujer pájaro y una modesta eternidad (Letra Viva), del escritor y psicoanalista Pablo Melicchio. Rafael, un profesor de literatura de novio con una de sus alumnas en la universidad, recibe un mensaje en el teléfono celular de María Marta, una artista plástica mayor que él con la que se inició sexualmente hace más de veinte años, que tomó el cuerpo de Rafael como modelo para pintar una versión del cuadro conocido como “El Cristo de Dalí”. Los personajes parecen atrapados en el pasado, enmarañados con los asuntos sin resolver, los desencuentros y el cúmulo de insatisfacciones y desdichas. Especialmente Carolina, la novia del profesor, internada con delirios y alucinaciones que remiten a una historia de violencia y abuso.
Desde el título, la novela despliega una trama surreal a través de “la mujer pájaro”, “una especie de poeta, filósofa y psicoanalista que se le aparece sólo a Rafael”, la define Melicchio, autor de las novelas Letra en la sombra (2008), Las voces de abajo (2013) y QuiniFreud (2016).
–¿“La mujer pájaro” es similar a la figura del psicoanalista para Rafael?
–Es la pregunta que me suelen hacer algunos lectores, pero la verdad es que prefiero que sea parte del misterio, aunque tiene muchas lecturas posibles. En un mundo de mujeres reales, donde Rafael queda atormentado entre una mujer joven y el regreso de la mujer con la que debutó sexualmente, “la mujer pájaro” puede ser la experiencia, la conciencia. Puede ser que Rafael también esté loco; de hecho, sólo él tiene encuentros con “la mujer pájaro”. Ella me parece una gran orientadora, como un personaje muy profundo. Cuando aparece “la mujer pájaro”, la novela sale un poco de lo terrestre y se vuelve más espiritual, ¿no?
–¿Es la primera vez que trabaja el tema de la locura desde la ficción?
–No. Por el hecho de ser psicoanalista y haber transitado por el hospital Borda, creo que en las cuatro novelas que escribí siempre aparece un elemento de la locura. Letra en la sombra tiene que ver con un chico preso, pero el hermano del chico preso es un loco que termina suicidándose. En Las voces de abajo, Chiche es un chico con capacidades diferentes que se conecta con los desaparecidos, y el personaje desfila por una institución en donde hay mucho de perturbación mental y de locura también. En esta novela me meto más con cierta locura en torno al amor; Carolina enloquece y queda atrapada en lo que llamo “la habitación de los ultrajes”. Aquello que no está elaborado retorna incesantemente. Carolina necesitó de un elemento perturbador para volver al pasado e intentar elaborarlo. Todo lo que le pasa a Carolina dentro de esa habitación del pasado, que son los recuerdos, es la forma de volver a transitar esas dolencias, que tiene que ver con el abuso y la violencia de género.
–“Yo siempre concebí el arte como una copia imperfecta de una imagen perfecta”, dice María Marta. ¿Está de acuerdo con esta definición que plantea el personaje?
–Sí, quizá también se apoya en una cita de (Fernando) Pessoa que puse en mi primera novela: “Todo cuanto hacemos, en el arte o en la vida, es la copia imperfecta de lo que hemos pensado hacer”. Lo que llevamos a la vida real son intentos de llegar a un absoluto y una belleza imposibles de alcanzar. No creo que en el arte se alcance lo perfecto; si no, dejaríamos de escribir. Sigo intentando escribir una novela perfecta que seguramente nunca voy a escribir. (Sigmund) Freud decía que sólo los artistas y los niños podían cambiar el mundo; que los neuróticos vivimos en castillos en el aire.
–¿Por qué es tan central en la novela El Cristo de Dalí?
–Me interesa mucho el surrealismo y estudié mucho a (Salvador) Dalí, a (Luis) Buñuel... El Cristo de San Juan de la Cruz es la representación del dualismo: un Cristo suspendido en las alturas, perfecto, bello, sin dolor; pero a la vez abajo queda el mundo terrestre. Si uno se pone a observar esa obra, es interesantísima porque tiene mucha luz y mucha sombra, tiene espacios donde uno tiene que completar con la mirada. María Marta pinta esa obra y toma a Rafael de adolescente como modelo para que veinte años después tenga sentido esa obra.
–¿Qué le interesa del surrealismo?
–Necesito que la vida tenga un poco de magia y el surrealismo te permite ver los relojes de otra manera, el tiempo de otra manera. El psicoanálisis se nutrió mucho del surrealismo porque en definitiva el inconsciente es surreal, ¿no? Lo que soñamos, ¿es real o no es real? No por ser neuróticos no alucinamos. El surrealismo es un discurso diferente que rompe con la linealidad.
–¿Hasta qué punto utiliza las experiencias que le cuentan sus pacientes en las ficciones que escribe?
–En general, nunca tomé a un paciente como personaje, pero la maravilla del psicoanálisis es que trabajamos con los significantes, con las palabras y con el inconsciente por sobre todas las cosas. En cada uno de los libros que escribí hasta ahora aparecen frases o palabras que han dicho algunos pacientes; con eso sí trabajo, porque muchas veces me quedo pensando en un paciente o escribiendo acerca de ese paciente para armar su historia clínica y repensar su problemática. Y escribiendo ya me apropio de alguna palabra o de alguna frase que es levadura para una novela. En QuiniFreud sí tomé muchas cosas de un paciente que tuve, que vino tres veces. El decía que el mundo estaba tomado por la oscuridad, que quería reclutar gente para luchar contra la oscuridad que gobernaba el mundo. Su locura era por momentos creíble (risas). En la novela, el paciente se le instala al psicólogo y no lo deja salir del consultorio para convertirlo en agente de la luz.
–¿Por qué cree que hay una gran empatía entre literatura y psicoanálisis? ¿Por qué se llevan tan bien?
–Freud era un gran escritor. (Jacques) Lacan decía que se pensaba escribiendo. Viktor Frankl se salvó en medio del Holocausto por pensar y escribir. Literatura y psicoanálisis trabajan con las palabras. Y con los silencios también.