Un hombre se suicidó. Sabía y mucho de puesta en escena. Se mató en una sala de teatro. Justamente aquella sobre cuyo origen circulaban denuncias. Sabía de teatro, aunque esa dramaturgia exigiera el sacrificio de los cuerpos, su puesta en riesgo, la violencia calculada. Un hombre se suicidó para narrar lo que otras voces por primera vez lograban hacer escuchar. Matándose gritó para enmudecer, una vez más, a las otras. Su silencio no es silencio. Es atronador. Porque dispara una avalancha de gritos y escrituras. Gritos que piden que esa soga en la cual se colgó sea repartida, cual don derrochón, por todos los cuerpos denunciantes. Un hombre se suicidó. Para narrar. Para proliferar en palabras que se dirán por él. Para evitar que circule una narración pública que pone en cuestión su investidura de director comprometido, exhibiendo que esa estatuaria hunde sus cimientos en el pantano de los abusos, las manipulaciones, las estafas. 

Porque en su última puesta reclama el silencio, hay que reponer la narración. Volver a contar lo que se estuvo contando en estos días. Hacer circular los relatos. Decir que hijas de desaparecidos cobraron las indemnizaciones por sus padres y la pusieron en una cooperativa teatral para comprar una sala. Que esa sala fue puesta a nombre propio por el director de teatro y, de a una, fueron quedando afuera del proyecto. Esto mientras el dramaturgo construía su prestigio con obras de compromiso profundo con la ética y la justicia. Narrar, otra vez, que la permanencia cooperativa significaba no cobrar y cumplir tareas de toda índole, de las cuales quedaba eximido el creador, del mismo modo que la gratuidad. Decir, aunque sea remanido, que los cuerpos de actrices y actores eran manipulados hasta el abuso. Y que eso duró décadas, y que cada vez que alguien denunciaba o rompía era aislado, y tratado como falta de compromiso, y ese director comprometido era capaz de convencer, de nuevo, al resto, de que estaba en juego algo más grande que merecía el sacrificio de quienes se iban y también el quienes se quedaban. 

Manipulación seductora, disciplinamiento grandilocuente. Teleologías del arte y de la política. Explicaciones para garantizar la sumisión de las personas, separar a cada una de la otra, suspender la pregunta por las prácticas reales. Épica sacrificial. Que fue poniendo cuerpos en el altar de sacrificios, hasta terminar en el suicidio. No perder el centro y rubricar, así, todo el camino previo de otras sacrificadas. Inmolado para ratificar el orden cuestionado, para evitar que se profundice y visibilice el cuestionamiento. Pone el cuerpo para decir que las otras pusieron erróneamente el cuerpo al denunciarlo y mucho más al retirarlo de la manipulación.

Eso muestra hasta qué punto fue difícil la tarea de denuncia encarada. Implicó construir alianzas allí donde había aislamiento, conocerse y entenderse donde había sumisión a un centro, jugar juntas cuando estaban destinadas a juzgarse mutuamente. Las actrices de distintos elencos del director suicidado conspiraron, se juntaron, reconocieron sus intereses. Fueron a la puerta del teatro y gritaron, pero lo fundamental fue que mantuvieron esa puerta abierta para que pudieran salir las que estaban adentro. Las imágenes son de un acto de liberación, de espera solidaria, de abrazo amistoso. Los escraches deben ser discutidos por lo que acarrean de castigo inmediatista, de imagen de exclusiones a la carta. Las denuncias virtuales muchas veces activan lógicas de persecución y banalización, pero también la victimización de las propias denunciantes. Frente a eso, la alianza feminista cuando estamos condenadas a la separación implica potencia política, no reconocernos como víctimas, narrar para decirles a otras que también salgan, que todos los cuerpos valen y que no hay vidas destinadas al sacrificio, ninguna teología y ninguna teleología lo vuelven aceptable. Las actrices que denunciaron salieron de la condición de víctimas y se inventaron otras. El suicidio del denunciado intenta tapar sus voces con el grito final e interrumpir esa ruptura. 

Las acusan de victimarias, pero para que vuelvan a narrarse como víctimas. No como esas mujeres que pudieron mantener una puerta abierta. Crearon una fuerza cooperativa allí donde había cooperación expropiada y sometida. Esa fuerza les permitió romper y narrar. Contra esa fuerza el alarido suicida y el griterío mediático y en las redes. Dicen que el feminismo mata, pero lo que buscan es matar lo que esta política pone en juego más allá del castigo, más allá de la punición: un nuevo tipo de vínculos y prácticas. Estamos balbuceando aún esa novedad. Y nos tiran cadáveres al centro de la escena para silenciarnos. 

N. de la R.: El productor y director teatral Jorge Omar Pacheco apareció ahorcado en el teatro La Otra Orilla. Era un referente del circuito teatral alternativo y había sido escrachado el viernes pasado en redes sociales y frente al propio teatro, acusado por abusos y estafas. Pacheco era un reconocido director y productor teatral. Las producciones de su autoría marcaron un quiebre en el teatro argentino en el regreso de la democracia.