“El disco remite mucho a Buenos Aires, es rioplatense, muy urbano, con una poesía muy callejera y muy porteña, pero nunca lo pensamos como ‘de tango’, aunque sabíamos que de alguna manera eso iba a estar presente”, plantea Julieta Laso a propósito de Martingala, su segundo disco solista, que presentará mañana y el viernes a las 21 en Lucille Bar (Gorriti 5520). Con milongas, blues, cumbia, vals, candombe, aires flamencos y, sí, algún que otro tango. Esquivando los géneros estancos, Martingala es particularmente potente –quizás de las mejores placas del año– que se sostiene en la voz, interpretación y dirección de Laso y los aportes de Diego Baiardi (letras) y Lisandro Silva Echeverría (composición). A su modo, se trata de un disco de tango casi sin tangos y bastante punk. Además de Baiardi y Silva Echeverría, a la cantante de la Fernández Fierro la acompaña una troupe de músicos notables, como Alexey Musatov, Matías Fernández Levy, Nico Ariana, Noelia Sinkunas, Paloma Schachmann, Cristian Bajo y Pelu Romero. E invitados notables como Alejandro Balbis o el Tripa Bonfiglio.
“Mi voz lleva mucho a eso y yo me identifico mucho con el tango, vengo de ahí. Como remite mucho a Buenos Aires, inevitablemente tiene un color de eso, pero nos tomamos muchas licencias y pasamos por una gama grande de géneros, hay un mestizaje importante en el disco”, señala Laso. En cuanto al aire punk que recorre todos los temas, la cantante alude a que “es áspero”, aunque reconoce su impronta con ese género. “No sé si ‘punk’ es la palabra exacta, pero sí va por ahí”, reflexiona. “Siento que el disco habla mucho de mi fragilidad, del miedo, de cosas muy incómodas para mucha gente”.
–¿Qué buscabas en el disco?
–Buscaba canciones que estuvieran muy cerca de mí, que fueran contemporáneas y que básicamente hablaran de estas cosas que son las que siento que me comunican con el otro, estos lugares incómodos de los que hablo. Me gustaba que no fueran letras pretenciosas, que fuera algo popular y en eso el proceso fue súper interesante. Primero porque no teníamos ningún apuro. Empezamos a trabajar hace cinco años y después entré a la orquesta, con lo cual el proceso se hizo más lento. Y básicamente nos juntábamos a charlar mucho con el letrista donde yo le contaba cosas que me pasaban. También escribía cosas.
–Además escribís.
–No, mucho no. Traté pero tomé la decisión que no. Pero encontrarme con las letras del Laucha fue una alegría para mí. Están hechas un poco a medida. Él venía, me mostraba, probábamos la música, la cambiábamos y volvíamos a probar. Pensábamos qué música tenía que tener. El proceso fue muy charlado entre los tres. Ahora viene la cuestión de cantar en vivo, que es otra cosa y que está buenísimo.
–De “ablande”.
–Sí, pero además de profundizar mucho. Ahora cada vez que las canto, más me resuenan los momentos en que fueron escritas, qué me pasaba.
–En algunos pasajes da la sensación de que canta una mujer tratando de definirse a sí misma.
–Es una mujer que por momentos se maldice, por momentos desea, por momentos tiene miedo, que claramente está buscando. Martingala también por eso, por el ingenio que hay que tener para dominar los aconteceres o los asuntos de la suerte, como uno quiera pensarlo. Pero sí, es una mina que está trabajando en sí misma.
–La ciudad como protagonista, más allá de los temas de apertura y de cierre. ¿Lo pensaste así?
–Sí, me gusta mucho el disco así, que sea tan porteño.
–¿Por eso se lo identifica tanto con el tango?
–Creo que es eso, básicamente. Y hay una forma de cantar mía que remite directamente al tango. Pero la poesía, por eso te digo, me parece re porteña y nombrar todo el tiempo la ciudad, sus mitos y también los amigos. Gente del tango que no conoce nadie. Y ese amor/odio que hay hacia la ciudad. Yo nací acá y amo profundamente esta ciudad, tengo fascinación, pero por momentos también me da un asco terrible. Cuento ese Buenos Aires que yo vivo, más allá de los mitos y las cosas que nos identifican a todos, cuento a los muchachos del tango, amigos. Quería también que fuera contemporáneo, hablar del Buenos Aires de hoy.
–Te reconocés con identidad tanguera, pero no venís estrictamente del tango. ¿Cómo se construyó esa identidad?
–Yo venía de la actuación, no se me ocurría ser cantante de tango. Sí me gustaba cantar, me gustaba todo lo que fuera muy dramático, cosas españolas, el flamenco me enloquece, el bolero. Todo muy por ahí. Pero no tenía locura por el tango. Sentía que tenía una voz que podía entrar en el género. Probé y pasó. A partir de ahí me encontré con una identidad muy tanguera y en los diez años que vengo recorriendo ese mundo me reconozco en ese lugar. No lo digo ni con orgullo ni con desprecio. Es un hecho. Y vivir diez años en ese mundo supongo que también me llenó de características.
–¿Por ejemplo?
–Soy dramática. A veces puedo ser melancólica. Creo que más dramático que el tango es sólo el flamenco, que ya es otro tema, que ya se pelea con Dios, directamente. Lo que debe ser una pareja gitana... pero yo me reconozco mucho ahí. Y el tango tiene esa veta del dramatismo grande.
–Antes mencionaste a la Fernández Fierro. ¿Tu paso por la orquesta cambió la forma final de este disco?
–Puede ser, en algunas cosas. Pero básicamente la Fierro cambió mi vida y yo soy otra persona respecto de cuatro años atrás. A nivel profesional y humano, porque el trabajo en un grupo tan intenso te hace crecer. Es una orquesta intensa, me tuve que curtir. Y aprendí muchas cosas de la Fernández Fierro. Me parece que la orquesta es un fenómeno cultural. Le veo algo de eso de su contundencia, que lo tomo. El no ser pretencioso, el buscar llegar. Eso lo tomo de aquí para adelante.