“Con sangre de un inocente se cura a otro inocente”, dicen que fueron las últimas palabras del Gauchito Gil, y que iban dirigidas al hombre que estaba a punto de degollarlo. Dicen que fue la sangre que brotó de su garganta la que curó al hijo de aquel hombre, que yacía en su cama enfermo de muerte. También dicen que ese hombre, un capitán del ejército, lo perseguía por haberse convertido en un soldado desertor en la Guerra de la Triple Alianza, o por acostarse con su esposa, o por cuatrero, o por haber saqueado grandes estancias para repartir sus botines entre las familias pobres de Corrientes. Perdida entre las pocas certezas que rodeaban a la historia del santo pagano más venerado de la Argentina, había una que se mantenía en silencio: nunca antes había sido llevada a la pantalla grande. Gracias Gauchito, la coproducción argentino-paraguaya dirigida por el antropólogo, documentalista y director de cine Cristian Jure –y producida por los realizadores de 7 Cajas–, que se estrenará mañana en las salas argentinas, es el primero de los intentos por capturar una porción de ese mito que se multiplica cada día dentro de las cárceles y a la vera de las rutas.
“Todo alrededor de él tiene una potencia tremenda, los milagros que se le atribuyen, la tragedia que lo envuelve, la cantidad de gente que lo sigue”, dice Jure. “Tuvimos que construir su historia a partir de un pasado imperfecto, porque del Gauchito se sabe muy poco, todo lo que hay son relatos orales”. En esa construcción, el punto de partida fue la novela Colgado de los tobillos, del escritor y ensayista entrerriano Orlando Van Bredam. La idea original de Jure era basarse en el libro para trabajar un documental que incorporase algunos elementos de la ficción, pero ese mismo pasado imperfecto, repleto de “singularidades que no se corresponden con la vida que se le atribuye”, le hicieron creer que la verdadera potencia del relato se escondía en los pliegues que no podían ser develados. “Entre la historia y la leyenda, nos quedamos con la leyenda. No queríamos contar una historia gauchesca de colores ocres, típica de un realismo casi folklórico. Nos fuimos alejando de eso y metiéndonos cada vez más en un pasado fantástico”.
Gracias Gauchito, que parece tener en sus horizontes los mundos construidos por Leonardo Favio, divide su relato en dos tiempos históricos: la vida del gaucho Antonio Mamerto Gil Núñez –de quien se asegura nació en 1847 en la provincia de Corrientes, cerca del río Pay Ubre– y la del mito que lo rodea. La película desanda los caminos que lo llevaron a buscar a su hermana raptada, a venerar a San Baltazar, a inmiscuirse en las guerras del litoral argentino y a rebelarse ante las atrocidades cometidas por el ejército, en un relato que oscila entre el western y la fábula, que por momentos se vuelve una road movie y por otros una narración mágica enhebrada por una voz en off ajada y profunda. “No quisimos hacer la historia oficial del Gauchito”, dice Jure. “Buscamos hacer la historia del gaucho milagroso que pudo haber existido”.
–¿Cómo se planteó la construcción del personaje del Gauchito Gil?
–Lo primero que nos planteamos fue no hacer un juicio de valor sobre sus acciones. Es un hombre que en determinadas circunstancias obra como podría haber obrado cualquier otra persona sometida a esas injusticias. Tampoco buscamos construir ese Gauchito que lo puede todo. En la historia están sus falencias, sus contradicciones, la culpa que tenía. Los próceres no tienen culpa, ¿culpa de qué van a tener? Entonces, cuando se lo quiere endiosar, correr cierta parte de su historia, creo que hay una equivocación. Fue un desafío grande encontrar la figura del personaje y después laburar con el protagonista (el actor paraguayo Jorge Sienra) para entender que todo lo que sucede, lo poderoso, pasa a su alrededor.
–En la película hay una serie de elementos que no pertenecen a la época del relato, como las luces de neón en los burdeles o la remera de La Renga que lleva el verdugo del Gauchito. ¿Por qué decidieron incluirlos?
–Queríamos traer al Gauchito al presente, por la relevancia que tiene esta historia en la actualidad. Hoy el Gauchito sería un pibe de gorrita, llantas, equipo deportivo. Tratamos de salir del bronce, de la santificación, traerlo al presente. Toda la música de la película, por ejemplo, esos teclados rabiosos, son de Gustavo Ferrer, el tecladista de la banda de cumbia Amar Azul. Creo que hay una potencia narrativa conmovedora en la gente que sigue al Gauchito. No me interesaba traducir su historia al buen gusto de la clase media. El espectador que tengo pensado para el Gauchito no es uno que esté muy alejado de aquellos que lo veneran.
–¿Por qué cree que hasta ahora no existía ninguna película sobre el Gauchito Gil?
–Cuando abordás narrativas populares, que están ahí, que necesitan ser contadas, te das cuenta que hay un desprecio muy grande por lo que representan. Quienes hacen cine quizá vienen de clases sociales con conflictos, narrativas y estéticas que están alejadas de los sectores populares. Pero el cine también fue el arte más popular durante muchos años. Lo que me pregunté al empezar esta película fue por qué cuando abordamos esas narrativas parece que tenemos que hacerlo desde la desprolijidad. Una de las críticas que me hicieron es que estaba todo muy cuidado, desde la fotografía hasta el vestuario. Incluimos un drone para mostrar todos los momentos en los que él escapa, que fue algo carísimo, y para algunos termina pareciendo que no corresponde a esta historia. Lo que buscamos en todo momento fue la máxima calidad de la imagen dentro de una historia popular.
–Después de trabajar los documentales Alta cumbia y Pepo: la última oportunidad, en los que decidió narrar el universo de la cumbia villera, ¿qué diferencias encontró al momento de pensar una ficción?
–En esos documentales hay una construcción conjunta del punto de vista. Tenés la responsabilidad de que los personajes que estás construyendo tienen su vida real, su familia. En la ficción, en cambio, podés hacer cualquier cosa. Y esa libertad me encantó. Las reglas son las mismas, en un punto, porque estás contando una historia, pero en el documental los muertos no se levantan. Cuando laburás en documental y ficción, en los dos tenés que ser verosímil. En el documental, además, tenés que ser convincente: convencer de que lo que estás diciendo es verdad. En la ficción no tenés que convencer. Muchas veces se le exige a la ficción ese convencimiento, esa explicación de la realidad, y en la ficción no tenés que explicar nada.
–Cuando presentó aquellos documentales, dijo que su motivación había surgido de “aportar un poco de justicia frente al odio hacia la cumbia”. ¿Ocurrió algo parecido al decidirse por hacer esta película?
–Ningún documental ni película –o quizá muy pocos– cambian la realidad, pero sí ayudan a construir posibles mundos de sentido. Esta película me llevó a formularme preguntas que nunca me hubiese hecho, que es lo que me interesa. Las dos veces que fui al santuario del Gauchito Gil en Corrientes, una por una serie para Canal Encuentro y otra con Pepo, me atrapó todo lo que pasaba alrededor de esa pequeña figura de madera. No podía dejar de preguntarme cómo fue que surgió el mito. Justicieros y milagrosos hubo siempre, pero ¿quién construyó este mito? ¿Por qué el gauchito se convirtió en esa figura multitudinaria? Creo que la película apunta a profundizar esas preguntas. Las preguntas son las que sí pueden cambiar realidades.