La Editorial Universitaria de Buenos Aires se creó el 24 de junio de 1958. La colaboración exclusiva de una figura experimentada del mundo de los libros como Arnaldo Orfila Reynal, el apoyo y la orientación de Risieri Frondizi, en aquel entonces rector de la UBA, y la incorporación de un talentoso y valiente editor como Boris Spivacow, convirtió a Eudeba en un sello con alcance masivo. En poco tiempo, el rumbo estuvo claro: democratizar las condiciones de acceso y participación de la ciudadanía en los conocimientos generados por la Universidad porque, como sostiene con optimismo Luis Quevedo, “la lectura ayuda a cultivar el pensamiento crítico y a ser mejor persona”.
En la actualidad existe un reverdecer de los intereses del gran público por la ciencia y la cultura y, desde aquí, el puente de acceso sigue siendo el libro. Pero están tan caros que la consigna “Libros para todos” que dominaba la escena en los 60’ casi parece un holograma imposible de palpar. Además, los procesos de digitalización y los ajustes económicos que afronta el universo editorial se yerguen como claves para comprender las reglas de un escenario bien distinto. A continuación, el Gerente General de Eudeba repasa la historia de la editorial y describe a qué desafíos se enfrenta.
–Hablemos de los comienzos, de la creación del sello...
–En general, las editoriales universitarias surgen como producto de las actividades de las universidades que, en algún momento de su historia, comienzan a producir sus libros y pretenden sistematizar, darle un orden, a aquello que publican. Sin embargo, Eudeba emergió de una manera original. El propósito era convertirse en una herramienta de la UBA para vincular a la institución con la sociedad, a partir de la ejecución de un plan presupuestario y un programa de contenidos plurales. En este afán, hacia fines de los 50’ se convocaron a los especialistas más distinguidos.
–Entre ellos, Arnaldo Orfila Reynal...
–Sí, claro. Orfila conducía el Fondo de Cultura Económica en México, solicitó licencia sin goce de sueldo y vino por tres meses a Buenos Aires con el mandato de realizar un informe de trabajo para Risieri Frondizi, hermano del presidente Arturo y rector de la Universidad. Fue él mismo quien se reunió con los referentes de todas las unidades académicas, solicitó contactos y confeccionó un plan de trabajo en el que, incluso, especificaba las colecciones y los títulos por los que la nueva editorial debería comenzar. Y, claro, cuando la idea ya estaba madura decidió visitar a varios candidatos a la Gerencia General y hubo uno que lo dejó cautivo.
–¿Boris Spivacow?
–La anécdota es que Frondizi fue a visitar a todos los postulantes a sus casas porque quería ver las bibliotecas que tenían, conocer cuáles eran sus gustos literarios, saber cómo trabajaban, comprender cómo vivían. Cuando entró a la casa de Boris y conversó dos minutos quedó impresionado; había una cantidad de libros que desbordaba los estantes. Además, le gustó porque reunía dos condiciones: Spivacow conocía el mundo de la edición y también se movía en el universo académico. En poco tiempo, se convirtió en el gran editor argentino y dotó a Eudeba de un capital simbólico que todavía conserva. En 1966, durante La noche de los bastones largos, renunció junto a todo su equipo y fundó el Centro Editor de América Latina.
–¿Dónde estuvo la clave del éxito de Eudeba durante los 60?
–En principio, existía la decisión política de que Eudeba se convirtiera en una empresa y, por otra parte, un asunto imposible de soslayar: eran épocas en que nuestro país respiraba conocimiento. En aquel momento, Argentina contaba con más estudiantes universitarios que Brasil y México juntos, pese a que la UBA aún no se había convertido en la institución masiva del presente. La editorial publicaba libros de divulgación científica a precios muy económicos.
–La decisión de vender en quioscos bajo el lema “Libros para todos” ubica la editorial en una posición política muy clara frente a la ciencia y la cultura.
–Esa consigna fue fundamental pero también hubo otras como “Libros para ser libres”, “Un libro al precio de un kilo de pan” y “Más libros para más lectores”. A esa generación de personas no le interesaba la inmediatez de triunfar en las próximas elecciones del consejo superior ni se preocupaba por asuntos burocráticos menores, sino que proyectaba el país de cara a los siguientes 30 o 40 años. Desde mi perspectiva, fue el último contexto en que Argentina tuvo personajes que tejieron una inteligencia colectiva, actores capaces de diagramar un modelo de Estado de cara al futuro. Por eso las instituciones que surgen en aquellos años –el Conicet, la Comisión Nacional de Energía Atómica– tienen vigencia.
–¿Por qué los libros deben ser para todos?
–Porque las personas que leen están mejor formadas, tienen la cabeza más abierta, adquieren mejores posibilidades para desempeñarse en el mundo y cultivan más chances de ejercer la ciudadanía. Somos lo que leemos, no hay vuelta que darle.
–Sin embargo, no todas las personas pueden comprar libros. Hoy están carísimos.
–Los libros son objetos que tienen incorporados una tensión interna entre sus aspectos simbólicos (son bienes culturales) y materiales (son bienes económicos). El eslogan “Libros para todos” operó como un objetivo, como un horizonte de deseo. Tampoco espero que todo el mundo lea como lo hacemos los editores, ya que sabemos bien que las personas experimentan gustos diversos y se apasionan de modos bien distintos. Al mismo tiempo, pienso que uno de los principales problemas que tienen los jóvenes en nuestros días es la falta de lectura. No comprenden los textos, básicamente, porque no están acostumbrados a leerlos. Por ello, construir lectores es una de las principales misiones fundamentales de las editoriales universitarias.
–En la actualidad, ¿de qué manera las editoriales universitarias deben reconvertirse?
–La “actualidad” es una palabra muy amplia, pero es cierto que existe un presente muy distinto a aquella realidad de los 60’. Hoy vivimos a una velocidad distinta, mediados por un escenario digital que nos obliga a transformarnos. Existe una actualidad nacional que se vincula con el ajuste económico y con las limitaciones que padecemos quienes hacemos productos de consumo propios de las industrias creativas. También, el segundo problema que afrontamos es el del cambio de paradigma: en el mundo se incrementan las ventas por internet, desaparecen librerías y se concentra a gran escala el negocio del libro, con la presencia excluyente de dos o tres grandes jugadores.
–¿Qué hicieron desde Eudeba al respecto?
–La principal virtud de Eudeba se vincula con la innovación, con hacer cosas que el universo editorial privado no hace porque no visualiza rentabilidad a corto plazo. Cuando Spivacow decidió vender libros en los quioscos fue una apuesta que solo podía hacer una editorial que contaba con el respaldo de la Universidad de Buenos Aires. Hace un par de años lanzamos “Boris” –un E-reader, lector digital– cuando sabíamos muy bien que en otros espacios no se hacía.
–En el último tiempo se ha producido un reverdecer de la divulgación. Argentina posee divulgadores muy importantes, sin embargo, ¿en qué medida es posible conquistar un público masivo?
–Los conocimientos circulan por la esfera pública con un poco de show pero también con reflexión. Si el contenido que se transmite es riguroso, no veo ningún problema en divulgarlo de la manera en que haga falta para que más gente lo comprenda y pueda participar de él. Si bien es posible llevarse sorpresas –como ocurrió con el caso de Adrián Paenza, por ejemplo– es muy difícil conseguir masividad para un libro de ciencia. Nosotros publicamos para el mundo académico (estudiantes y docentes), para los profesionales interesados por determinados temas, pero también para los alumnos y los profesores de colegios secundarios. Nuestro público es la comunidad educativa en general, pero el horizonte de siempre es conquistar aquellos sectores no familiarizados con estas lecturas.