En los últimos días dos temas han sido motivo de atención pública. El primero fueron los visitantes en el “Boca-River” (o “River-Boca”, soy de Racing). El segundo fue lo del “país libre y que el que quiere se arme” de la ministra.
Mientras todos se ocupan de estas cosas, seguimos en una situación económica angustiante que el Presidente valora (“está dura la cosa”) como si fuera un espectador que mira desde la tribuna o que está producida por un fenómeno atmosférico (para usar sus habituales metáforas). Debo reconocer que es muchísimo mejor distraer la atención con estas cosas y no con una guerra como la de Malvinas, quizá porque para la inmensa fortuna de todos nosotros hoy no resulte viable.
Pero deteniéndome en lo de la ministra, debo confesar que no entiendo bien qué pasa.
En principio, hay una cuestión casi matemática, que ningún criminólogo se animaría a desmentir: cuantas más armas de fuego hay en una sociedad, más muertos hay. Son muchas y bastantes obvias las razones que confirman esto, entre otras –y principal– que la mayoría de los homicidios que se cometen en la Ciudad son con armas de fuego.
Reconfirma lo anterior que la proliferación de armas de fuego hace que no sólo vayan a dar a manos de posibles víctimas, sino también de posibles delincuentes. Por otra parte, no todas las supuestas víctimas saben manejar las armas, y está comprobado que por lo general llevan la peor parte al tratar de usarla contra un delincuente en acción. Además, nadie está exento de tener un altercado más o menos banal y perder la paciencia, con lo cual lo que puede ser un incidente que en el peor de los casos termine en unas lesiones leves, en posesión de un arma de fuego acabe en un homicidio, del que se arrepentirá todos los años que quede preso. No menos grave es que ese altercado tenga lugar en el ámbito familiar, habiendo un arma en la casa. Todo eso sin contar con que quien tiene un arma asume una responsabilidad especial que le impone un serio deber de cuidado: no dejarla al alcance de niños o incapaces, custodiarla debidamente para que no se la hurten y caiga en poder de delincuentes y, sobre todo, no manipularla irresponsablemente ni jugar con ella produciendo disparos accidentales y, además, evaluar mucho la situación antes de hacer uso de ella, para no disparar contra inocentes o incluso contra familiares confundiéndolos con ladrones.
No en vano en los países con altísimos índices de homicidio las armas abundan, como en México o en Brasil. Está demás recordar los alienados criminales y suicidas que protagonizan masacres en los Estados Unidos. En cambio, en Europa es excepcional que alguien que no sea un policía pueda tener un arma e incluso la tenencia ilegal es altamente penada. No faltan terroristas locos, pero por la dificultad de obtener armas, se ha visto que emplean vehículos.
Como corresponde a una “país libre”, donde si bien tenemos la libertad de pelearnos perdiendo la calma, siempre es menos malo que lo hagamos sólo a puñetazos, lo mejor es que las fuerzas de seguridad estatales tengan el monopolio de las armas de fuego, con escasísimas excepciones muy bien fundadas y controladas.
Pero lo que menos entiendo en todo el revuelo de los últimos días, es si la política criminal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es contraria a la nacional o federal. Si bien ambas administraciones son de “Cambiemos” y no siento particular simpatía por ninguna de ellas, tampoco creo en el mal absoluto (el Bien Absoluto es otra cosa, y si el anterior existiese se caería en el maniqueísmo), por lo tanto, si alguien hace algo bueno debe serle reconocido. En este sentido cabe destacar que, si bien no sé muy bien qué hicieron, lo cierto es que los homicidios en la Ciudad Autónoma cayeron notablemente en estos últimos años, especialmente los cometidos en los barrios precarios, que era su principal localización, lo que hizo bajar el índice promedio de homicidios de toda la Ciudad.
Ahorrarnos unas cuarenta o cincuenta vidas humanas por año no es poco y es altamente encomiable. Pero ahora, si se llevase a la práctica la proliferación de armas de fuego que se propugna desde la cúpula de la seguridad federal, volvería a elevarse el número de homicidios, es decir, se neutralizaría lo que de bueno hizo la administración local. Realmente, es poco comprensible que, si alguien hace algo bueno en lo local, desde lo federal se propugne revertirlo, especialmente cuando se trata de vidas humanas en juego.
Sería bueno que alguien lo explicara, porque lo único que de momento encuentro para salvar la contradicción es que la expresión de la ministra haya sido un exabrupto, que sólo tuviera como objetivo distraernos un par de días. De lo contrario, si hubiese sido en serio, estaríamos en pleno reino del absurdo.