Mientras los minutos pasan sin saber si habrá revancha de los demócratas, James Carville resuena en la cabeza de los más ansiosos: “¡es la economía, estúpido!” Después de meses convencidos en que el eje en los valores hará retroceder al trumpismo, otra realidad llama a la puerta.

 A medida que los resultados llegan con cuentagotas, los demócratas dan vuelta distritos fáciles, pero ganan sólo un puñado de los difíciles. Nada indica que no vaya a haber una ola azul, pero la idea febril de un tsunami queda atrás luego de unos pocos escrutinios distritales.

 Con el entusiasmo aplacado después de meses intoxicados de encuestas, escaramuzas en redes sociales y timbreos en domicilios microtargeted, los demócratas empiezan a sofocarse imaginando los dos años que separan esta estación intermedia de las presidenciales de 2020.

 Aun desconociendo la futura composición del Congreso, el panorama de bloqueo mutuo que sobrevendrá es fácil de predecir. Serán años de tedioso cálculo, de tensiones entre las alas de la gran carpa atrapatodo del Partido Demócrata y con un Trump ya probado en el arte de sobrevivir.

  Quien más ha de sufrir en el pantano a orillas del Potomac que el presidente había prometido secar es justamente el Partido Demócrata que tanto cargó sus baterías en el camino hacia este noviembre intermedio. Demandas internas cruzadas y dudas sobre el impeachment serán la dieta.

 Un hervidero en el Capitolio, mientras la economía viaja a velocidad de crucero y genera pleno empleo, así sea a fuerza de cada vez más MacJobs. Nada que se parezca a un escenario de pesadilla para un Donald Trump debajo de quien no se ha abierto la tierra, como tantos esperaban.

 Por el contrario, el magnate neoyorquino ya puede verse en el espejo como el más lindo, con una presidencia que ya estableció su legado sin haber llegado siquiera a la mitad de su mandato: una Corte Suprema conservadora y una piñata de beneficios impositivos para los súper ricos.

  Apenas pongan un pie en el Congreso, los demócratas recién llegados van a empezar a bailar a ritmos bien distintos. Los de distritos competitivos caminarán pisando huevos con un ojo en los votantes moderados, actuando como demócratas de Reagan o republicanos de Rockefeller.

 Sus colegas de las ciudades de ambas costas, electos con porcentajes búlgaros y agrandados después de primarias en las que han dejado por el camino a los clásicos encorbatados con billeteras llenas de dólares de Wall Street o Silicon Valley llegarán cantando “Bella ciao!”

 La primera batalla tal vez no sea contra Trump. Será una guerra civil por el sillón de la presidencia de la Cámara de Representantes. Munida de sus carteras Gucci y su aire atildado e impecable, la californiana Nancy Pelosi prevalecerá no sin que la izquierda le raye la pintura.

 En la Casa Blanca, en tanto, todo indica que la preocupación estará más centrada en los avances de la investigación del fiscal Robert Müller. Con un Congreso más opositor, descabezarlo se volverá casi imposible: ¿será esa la única preocupación que le quede a Trump de ahora en más?

* Coordinador, Programa de Política Internacional, Laboratorio de Políticas Públicas.