Donald Trump esperó a que terminara la campaña y se votara en sus primeras legislativas para darse un gusto y crear un temblor político. Ayer, a horas de conocidos los resultados, le aceptó la renuncia a su fiscal general, el más que conservador Jeff Sessions. Que el presidente se quisiera librar de esta mano segura, un pilar de la derecha republicana con contactos orgánicos en todo el mundo político de Estados Unidos, se debía a un “acto de deslealtad” que Trump nunca perdonó. El pecado de Sessions fue excusarse de supervisar la investigación federal sobre la interferencia rusa en las elecciones de 2016, una que toca directamente al presidente y su familia. Trump esperaba que Sessions la contuviera, como jefe de los fiscales investigadores, pero el veterano político mostró un nivel de ética inesperado que resultó imperdonable.
Sessions fue el primer senador en pronunciarse a favor de Trump a principios de 2016, cuando el empresario inmobiliario era todavía una curiosidad en el partido republicano. Que un veterano de la política, un sureño con una clara historia de votar contra los derechos civiles, contra el aborto y toda medida de inclusión social y racial, fue una señal que Trump podía ser un candidato viable para el establishment conservador del país. Sessions se integró a la campaña electoral asesorando en temas de seguridad nacional y aportando su vasta agenda de contactos. La recompensa fue el mayor cargo judicial en el poder ejecutivo.
Pero apenas tomó el cargo, el ex senador se encontró enredado en el caso de las interferencias rusas en las elecciones de 2016 a favor de Trump. En marzo del año pasado, Sessions terminó recusándose en la investigación del caso, que realiza el Departamento de Justicia que él dirige, cuando se reveló que durante la campaña se había encontrado varias veces con el embajador ruso Serguei Kislyak. El fiscal general juró que no hubo nada “ilegal” en estos encuentros, pero admitió su error de haber negado varias veces haberse encontrado con algún funcionario ruso, y se recusó del caso.
Esto fue vivido como una traición personal por Trump, que suele exigir en público una lealtad total de sus funcionarios. El presidente logró la renuncia del primer equipo investigador, pero no logró frenar al siguiente fiscal, Robert Mueller, que recientemente pidió judicialmente una gran cantidad de documentos de las empresas del grupo Trump.
Sessions, justamente, tenía que supervisar a Mueller y su presidente esperaba que además lo controlara. La furia de Trump hacia su fiscal general terminó aflorando en julio del año pasado y nada menos que en el diario The New York Times, sistemáticamente criticado por el presidente. En un inesperado reportaje, Trump dijo que “nunca debería haberse recusado y si pensaba hacerlo me lo debería haber dicho antes de aceptar el puesto, y yo hubiera elegido a alguien más”. La hostilidad presidencial fue creciendo y haciéndose pública por Twitter, con frases como “una desgracia”, “qué tipo débil” y “contra las cuerdas”. Trump empezó a llamar a Sessions, en privado, “Mr Magoo”.
El sureño duró en el puesto hasta las elecciones del martes por un simple cálculo electoral, ya que varios candidatos republicanos en dificultades le rogaron al presidente que no generara actos de alto perfil que los expusieran. La carta de renuncia de ayer fue de una exactitud completa al empezar diciendo “Estimado Sr. Presidente, a su pedido le entrego mi renuncia”. Trump ni siquiera lo llamó y le encargó a su jefe de Gabinete John Kelly que le pidiera la renuncia. En la conferencia de prensa de la mañana, en la que comentó los resultados electorales –ver página 17– el presidente evitó las preguntas sobre Sessions.
Para que las cosas queden más claras, Trump también se saltó al segundo del renunciado, el fiscal asistente Rod Rosenstein, que supervisaba personalmente la investigación de Mueller. El presidente nombró como Fiscal General provisional al jefe de gabinete de Sessions, Matthew Whittaker, un hombre que hizo lo posible para que se conociera su lealtad completa a Trump. Por ejemplo, en un columna que escribió para la página web de CNN, el medio más odiado por el presidente, Whittaker criticó a Mueller por exigir los documentos de las empresas del grupo Trump. “Esto crea serias preocupaciones sobre el carácter de la investigación, que puede ser una simple caza de brujas”, escribió el funcionario. Y eso es exactamente lo que el presidente dice y repite sobre el caso que maneja Mueller.