Es un partido enorme, gigantesco. El más grande de la historia del fútbol argentino a nivel de clubes. Si casi siempre Boca y River conmovieron el pulso del país, si cada episodio de una rivalidad ancestral, marca de identidad de una sociedad convulsa, ha dejado una huella emotiva honda e indeleble, mucho más lo hará este que empezará a definir la Copa Libertadores. El máximo torneo continental a nivel de clubes y para boquenses y riverplatenses, el sueño mayor, la máxima obsesión. El deseo más febril de sus dirigentes, sus jugadores y sus millones de hinchas.

Desde las 17, con el arbitraje del chileno Roberto Tobar, el Boca que inspira Guillermo Barros Schelotto y el River que teledirigirá desde las entrañas del Monumental Marcelo Gallardo, impedido de llegar a la Bombonera por la sanción que le impuso la Conmebol, jugarán la primera de las dos finales coperas. La segunda, la decisiva, tendrá lugar dentro de dos semanas, exactas, el sábado 24 en el viejo estadio “millonario”. Y es tan fuerte todo lo que va a pasar y todo lo que está pasando que hasta el propio presidente Mauricio Macri salió a la cancha para jugar a su manera.

En contra de la opinión de la mayoría de sus ministros y asesores, Macri primero pidió unilateralmente que puedan ir los visitantes. Después, dejó librada la decisión a los dos clubes cuando se dio cuentas que Daniel Angelici y Rodolfo D’Onofrio, los titulares de ambas instituciones, no estaban dispuestos a que sus deseos se convirtieran en una orden. Y por último, dio un paso al costado y terminó aceptando que sólo haya hinchas locales en las dos finalísimas. No contento con su desacertada intervención, luego calificó de “culón” a Gallardo. Las chicanas futboleras no son su fuerte. Como tantas otras cosas.

“El fútbol lo ciega” dicen quienes rodean y presumen de conocer al presidente. Lo ciega a Macri y ciega también a muchos que creen suponer que después de la final, el ganador subirá a la cima más alta del mundo y el perdedor caerá dentro del cráter más profundo que se haya abierto sobre la Tierra. Es un partido importantísimo, una finalísima, hay mucho en juego, como nunca antes. La alegría del campeón será inmensa. Tanto como la pena del perdedor. Pero no es más que un partido de fútbol, que nunca se pierda esto de vista.

EFE

La historia está a 180 minutos de distancia. Y hoy se consumirán los primeros 90. Boca no tiene alternativa. Debe ganar para ir con chances a la definición del sábado 24 de noviembre en el Monumental. No es negocio el 0-0. En cambio, River regresará muy satisfecho con un empate con el marcador en blanco y ni que hablar, si se lleva algunos goles a favor. El triunfo sería una gloria. Lo acercaría a ganar la cuarta Copa Libertadores de la historia (Boca va por la séptima para igualar la línea de Independiente), pero de ningún modo le aseguraría el destino. Partidos son partidos y finales son finales. Mucho más esta.

Ganar o ganar es la consigna boquense. Pero los mellizos Guillermo y Gustavo Barros Schelotto no se inmolarán por la causa. No desequilibrarán ni desorganizarán a su equipo para forzar la diferencia. Por eso, le ratificaron la confianza a la formación que eliminó con autoridad y solidez al Palmeiras en la semifinal. Gallardo tampoco mandará a River a quemar las naves. Y a diferencia de los Mellizos, todavía tiene una duda: Bruno Zuculini o “Nacho” Fernández para reemplazar al lesionado Leonardo Ponzio. No es menor la incógnita: con Zuculini, su equipo tendrá más marca en el medio. Con Fernández, mejor salida y mayor juego en el medio.

Posiblemente, la idea de Gallardo sea la misma que aplicó cuando River le ganó 2-0 el último partido en la Bombonera (también lo venció por el mismo marcador en la final de la Supercopa Argentina, el 10 de marzo en Mendoza): meter mucha presión entre el borde del área grande y la mitad de cancha, recuperar rápido y meter ataques cortos y contundentes. Aunque también podría esperar en la mitad de cancha y replicar desde ahí, como hizo en Avellaneda ante Racing e Independiente por la Copa.

Pero ninguna especulación tendrá validez cuando a las 5 de la tarde, el chileno Tobar haga sonar su primer pitazo. Ya no hay tiempo para las previas interminables (y a veces insoportables). Todo lo que tenía que decirse ya se ha dicho. Se acabó el tiempo de las palabras y llegó la hora de la pelota y los jugadores. Arranca el espectáculo más grande del mundo: Boca y River por la final de la Copa Libertadores. Nunca se vio ni se vivió nada igual.