Jon Lindsay Miles nació en Inglaterra, pero vive hace años en España, en un pueblito andaluz llamado Úbeda, y adora lo hispanoamericano, por ejemplo en literatura. En especial, la colombiana y la argentina. Y es fan, como una legión no tan chica de personas, de Haroldo Conti. Ha venido algunas veces a Buenos Aires, al Tigre y a Chacabuco para juntar datos e historias con las cuales realizar una biografía del autor de cuentos como “Las doce a Bragado”, “Con otra gente” o “Como un león”, o de novelas como Mascaró, el cazador americano. Pero también para respirar estos aires y saber calibrar, así, cómo encarar mejor la tarea de traducirlo al inglés, una lengua que había sido esquiva hasta ahora al escritor asesinado por la dictadura cívico militar apenas instalada en 1976, sin embargo ya traducido al francés, al italiano, al ruso y a otros idiomas.
“El mercado anglosajón apenas traduce 3 a 4% de autores hispanoamericanos, no así el mercado europeo en general, que multiplica por diez esa cantidad”, explica Jon. El traductor ya puso en el mercado South-East y In life (o sea, bien directo, Sudeste y En Vida, la primera y la tercera de las cuatro novelas contianas) a través de un trabajo artesanal, con el sello editorial Immigrant Press. La primera incluye en su edición una preciosa colección de fotos del mismo traductor, tomadas en el Delta.
Sudeste fue la primera novela de Conti, publicada en 1962 y ganadora del Premio Fabril. Aunque había escrito algunas cosas antes, con ella entró a la literatura argentina por la puerta grande y se consagró como uno de los mayores escritores de la época. Alguna vez Lilia Ferreyra, compañera de Rodolfo Walsh, contó para la biografía que hicimos con Camilo Sánchez sobre Haroldo (Con vida, de 1986, luego reeditada como Haroldo Conti. Biografía de un cazador, en 1999) sobre la breve pero intensa relación entre ambos escritores, apenas dos cruces: un encuentro entre “dos lobos de río”, dijo, en el Tigre y navegando por el arroyo Gambados; otro para un Festival Literario en Casa de las Américas, en La Habana. Lilia también habló de la admiración de Walsh por Sudeste. “Decía que esa historia debió haber sido de él, pero que Haroldo le ganó de mano”, contó.
Le pregunté a Jon cómo encaró sendas traducciones. Dijo: “Con Sudeste, la dificultad radicaba en el lenguaje, rico y rítmico, y que se basa mucho en imágenes impresionistas. Desde el inicio, desde la lectura del primer párrafo tuve la impresión de que la novela había sido escrita con un ritmo cíclico, tanto en las frases como en el tiempo en que existe el entorno del Delta y el protagonista, el Boga. Busqué, por lo tanto, plasmar ese clima rítmico en cada frase del inglés, en un lenguaje poético, pero a la vez sencillo”.
Y sobre En vida (publicada en 1971 y ganadora del Premio Barral de España, en un jurado que integraron Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Juan García Hortelano) Jon Lindsay Miles señaló: “Lo sorprendente, y al principio algo desalentador, al leer por primera vez ese texto, fue la ausencia de la belleza de entorno que encontré en Sudeste, aunque sí encontré la misma manera cíclica de ver la vida del hombre –esta vez en forma del protagonista Oreste– en cuanto sus trayectorias y rutinas. Al terminar la lectura, todo llegó a tener su razón y, para mí, a tener una forma aún más lograda en tanto novela que la de Sudeste, por muy bella que sea esta última”. El traductor debió enfocarse entonces “en la intensidad de experiencia que se narra de los días de Oreste, y en expresarla en inglés”. Dijo también: “No es posible ser ‘fiel’ a todos los variados elementos que se presentan en una novela –si se pueda definir lo que significa semejante ‘fidelidad’ a que se suelen referirse los traductores–; por consiguiente, mis traducciones de la obra de Conti radican en el clima y las atmósferas que llegan a centrar la lectura, que se presentan con más intensidad o me mueven más en la lectura”.
El mismo Conti señaló alguna vez que, como decía uno de sus admirados, Cesare Pavese, cada vez más la literatura se le antojaba climas y atmósferas antes que el propio relato al que mecen.
¿Qué sentiste al traducir Sudeste?
–Me dio mucho placer entrar días tras días al mundo del Boga, entré en una intensidad expresiva tanto de la naturaleza del Delta como del interior de un hombre que buscaba la verdad de su ser.
¿Y con En vida?
–El final es tan conmovedor que me dejó claro la lucha de Conti para encontrar en el personaje de Oreste –si no en él mismo– una solución de la problemática libertad–responsabilidad en un mundo que poco satisface sus necesidades.
Por cierto, para Haroldo esa novela cerraba un ciclo de su escritura. Uno que lo llevaba a “un callejón sin salida”, como respondió en una de las últimas entrevistas que se le publicaron cuando, a fines de 1975, Argentina era una pesadilla para los intelectuales y militantes como él, que adhería al frente cultural del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Luego de esa publicación, sus cuentos de La Balada del álamo carolina y la novela Mascaró evidenciaron, viaje a Cuba mediante, una expectativa diferente tanto en su vida como en sus libros o en sus maravillosos artículos para la revista Crisis que preanunciaban, acaso, un porvenir también ligado a la crónica y al documental, abortado por los represores del 76.
Jon, como se dijo, encara ahora una biografía del escritor de Chacabuco. Acaso traducirá algunos cuentos también, aunque no sus otras dos novelas, Alrededor de la jaula (1966, Premio Universidad de Veracruz, México, llevada al cine por Sergio Renán como Crecer de golpe) y Mascaró (1975, Premio Casa de las América, también con versión cinematográfica hecha en Cuba por Constante Diego en 1992, al igual que la propia Sudeste en la dirección del argentino Sergio Bellotti, en 2002). Jon Lindsay Miles no encontró en esas dos novelas el fueguito íntimo que sí vio en las otras y que lo llevó a pasarlas para el lector anglosajón. “Tendrán que esperar otro traductor”, dijo a modo de despedida.