A las 20.25 del 26 de julio de 1952, a los 33 años, murió Eva Perón. Las crónicas de la época dan cuenta de las procesiones y las vigilias populares de los días previos cuando era conocida la gravedad de su estado de salud. Tiempo después, y partiendo de esa coyuntura, la dramaturga Patricia Suárez se aventuró a pensar en una visión más allá de ese ojo histórico que mira los acontecimientos públicos, para reconstruir desde la ficción los últimos días de Evita entre las paredes del Palacio Unzué.
Así, trasladando la óptica a la atmósfera de lo privado y lo desconocido, la también narradora y periodista escribió Las 20 y 25, una obra teatral de carácter intimista que habla de la líder política no a través de su figura, sino a través del servicio doméstico que trabajaba para ella en la residencia presidencial. Con una primera versión estrenada en 2005, en el Teatro Payró, y dirigida por Helena Tritek, la puesta vuelve a presentarse con la dirección de Roberto Vallejos, quien debuta en ese rol, para poner en escena nuevamente el vínculo entre Berta (Inge Martín), Márgara (Melody Llarens), Cayetana (Agustina Peres) y Pedro (Alejandro Botto), los leales empleados de Evita que la ayudan a transitar su enfermedad días antes de su muerte. “El pasado mítico de nuestra actualidad para los argentinos y las argentinas que votan, y que tienen entre 16 y 70 años, tiene que ver con haber conocido a una Evita folklórica y santa, pero también defenestrada. Por otro lado, nosotros nos definimos a través del peronismo y del antiperonismo, entonces ¿cómo no va ser el teatro un espacio para debatir la figura de Eva y su muerte?”, reflexiona Suárez.
Con este material, y luego de una larga carrera como intérprete en cine, teatro y televisión, Vallejos se lanzó a dar los primeros pasos como director. “Me pareció atractivo el hecho de que no se viera un personaje hablando de sí mismo, sino que se mostrara lo que generó esa persona en su entorno. Los personajes de esta obra aman a Evita, pero también la critican, y eso es algo que ha manejado muy bien Patricia, porque muestra a una Evita sumamente humana, con sus méritos pero también con críticas desde la óptica de la gente que estaba involucrada con ella”, explica el actor, que sigue ajustando detalles de la puesta mientras divide sus horas de trabajo entre las grabaciones de Apache, miniserie sobre la vida de Carlos Tevez, dirigida por Adrián Caetano, y de Gaucho Gil, la película de Fernando Del Castillo que lo pondrá en la piel del hombre que, al igual que Evita, se transformó en mito popular.
--¿Por qué eligió este texto para su primer trabajo de dirección?
Roberto Vallejos: --Me resultó muy interesante la mirada que Patricia tiene sobre ese momento histórico y cómo lo cuenta. Ella pone un humor sutil en el drama que vive cada personaje frente al desamparo real en el cual vivían. Con Eva hay un antes y un después en la historia de la Argentina y me gustaba la idea de contar eso pero desde un lugar de cotidianidad.
--¿Y cómo evalúa esta experiencia?
R.V.: --Dirigir es un aprendizaje, más allá de los resultados. Siempre existe el pudor a dirigir, y aún lo tengo. Es un rol hermoso y difícil, pero me sentí confiado y con las ganas como para transitar el camino, sabiendo todas las falencias que puede tener una ópera prima. Estoy muy feliz de haber podido concretar el proyecto, y de lograr hacer teatro independiente, que es algo muy complicado, más aún en la situación en la que estamos.
--Decidió hablar sobre Evita, pero a través de otros personajes. ¿A qué se debe esa decisión?
Patricia Suárez: --Evita fue un personaje muy controversial. Por un lado, tenemos la versión de Copi (Eva Perón), y por otro la versión idolatrada de Cristina Escofet (Bastarda sin nombre), y me parece que contar la historia desde sus sirvientes le da a la obra una neutralidad donde se puede ver a Evita al menos como la veo yo, como esa figura que cambió la historia de las mujeres en la Argentina, algo que no puede discutirse seas del partido que seas. Si ella hubiera aparecido en la puesta, el espectador se habría visto obligado a tomar posición y habría marcado una distancia, pero al no aparecer lo que se ve es la percepción de las trabajadoras que vivían en ese mundo y se encontraban con el hecho de que podían votar, pero también con la crueldad de la gente que la odiaba y hasta con el desamparo de que su propia patrona no había puesto por escrito lo que les dejaba luego de su muerte. Que Evita no esté le permite al público poder mirar la obra de una manera más humana.
--La figura de Evita sigue despertando, muchos años después, sentimientos encontrados.
P.S.: --Sí. Están quienes la cuestionan por sus modos virulentos, y eso me lleva a pensar también en las críticas que recibe el feminismo cuando se señala que es un movimiento virulento, y se le reclama que sea más abierto y más racional. ¿Podría haber sido Evita una mujer más racional en su tiempo? ¿Hubiera podido conseguir el voto siendo más diplomática? Su virulencia no era algo constitutivo de ella, sino una estrategia de poder en un mundo de hombres.
* Las 20 y 25 puede verse en El Tinglado (Mario Bravo 948), los sábados a las 22.30.