Algunas obras trascienden épocas: interpelan y conmueven tanto o más que cuando se presentaron por primera vez. Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova, es una de esas pinturas emblemáticas. A 150 años del nacimiento del artista, el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) presenta Ernesto de la Cárcova, que, con curaduría de Laura Malosetti Costa, recrea la exposición organizada en Amigos del Arte en 1928. La pieza clave es Sin pan y sin trabajo, exhibida ahora junto a obras de otros artistas que reversionan, se apropian y problematizan esta pintura clave del arte argentino. Figuran, entre otros, Tomás Espina, Carlos Alonso, Gustavo López Armentía, Jorge Pérez, y el Grupo de Arte Callejero (GAC). 

Sin pan y sin trabajo es la pintura más recreada en la historia del arte argentino. En la muestra se incluyen pinturas, esculturas, videos y hasta memes y filmaciones rastreadas en la Web que tienen como protagonista a esta obra que condensa la lucha contra la injusticia social. 

Sería una pena dejar de ver el video de Jorge Pérez, que realizó una acción estética política conjunta con los piqueteros de su barrio, en San Fernando. En 2001, Pérez hizo una xilografía con la imagen de Sin pan y sin trabajo y les consultó a los miembros de esa organización piquetera si les gustaría tener esa imagen como emblema. A ellos, que hasta ese momento no conocían la obra ni habían pisado el MNBA, les encantó la idea. Pérez les propuso hacer una acción conjunta en la que los integrantes del movimiento donaron una serie de afiches al MNBA (ahora, en sala, el público puede llevarse uno similar a esos). El video captura el momento en que visitan el museo por primera vez y ven Sin pan y sin trabajo: las interpretaciones frente a la obra estremecen. Que una pintura logre meterse en la piel del espectador con tal intensidad, y genere empatía en quienes sufren la pobreza, no es frecuente.   

Del corpus de obras que Malosetti Costa seleccionó, algunas no lograron incluirse en la muestra ya que una importante colección se negó a prestarlas. “Las mejores obras fuera del museo están en esa colección: hubiera sido otra muestra”, se lamenta la curadora, que estudia la obra del artista desde hace dos décadas.  

La exposición se complementa con la muestra del Museo de Calcos y Escultura Comparada Ernesto de la Cárcova que evoca los primeros años de esa institución que el artista fundó y dirigió, y además con la exposición en la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), que incluye un mural realizado por chicos que viven en la villa La Cárcova, en José León Suárez. 

“Dandy socialista”. Así definió Rubén Darío a este artista de familia noble, masón, que a los veintiocho años pintó Sin pan y sin trabajo. Hizo retratos de la alta sociedad, entre quienes estaban, claro, sus familiares. Por dar un ejemplo, en el retrato de María de la Cárcova de Ferrari, su hermana, las luces y sombras, y el fabuloso trabajo de los pliegues de las telas evidencian su destreza pictórica.  

Pero, ¿cómo fue el derrotero hasta llegar a su gran obra? ¿Qué proceso interno provocó ese viraje? Malosetti Costa cuenta que es poca la correspondencia que se conoce del artista. Se encontró sólo una carta que, conmovido, le mandó a su familia cuando el rey Umberto I le compró una pintura de un anciano miserable a punto de morir. Se trata de una imagen vinculada al primer personaje que hizo en Sin pan y sin trabajo (que puede verse en sala a partir de un estudio radiográfico exhaustivo). El joven de la Cárcova estaba emocionado: le habían comprado su primera pintura con sello social. El hallazgo de esa obra, que se encuentra en Italia, y la carta resultaron claves para comprender ese camino hacia su pintura más famosa. 

Sin anclaje en un acontecimiento histórico específico, el artista empezó a pintar Sin pan y sin trabajo cuando aún estaba becado en Roma. La terminó en Buenos Aires y la expuso en el Segundo Salón del Ateneo (1894), donde también otros artistas presentaron obras con temática social. Imperaba la línea naturalista con eje en la pobreza a modo de denuncia: pescadores pobres, campesinos sin alimento en sus platos, mujeres viudas.  

De la Cárcova no sólo modificó varias veces el boceto inicial, sino que también hizo cambios una vez que llevó la escena al lienzo. Se exhiben los estudios radiográficos realizados por el equipo del MNBA y TAREA-IIPC (Instituto de Investigaciones sobre el Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional de San Martín) que permiten observar cómo fue el proceso creativo; las idas y venidas hasta llegar a la pintura final. 

Los primeros personajes tenían rasgos bien definidos: incluso al bebé se le veían el rostro y las manos. Hasta llegar a la mujer atontada, de la Cárcova hizo muchas versiones. Al principio, la cabeza de ella tapaba parte de la ventana, y el hombre, de rasgos fuertes y rústicos, era anciano. La mano del hombre primero exhibía el puño en alto del gesto socialista; en la versión definitiva el puño, ya sobre la mesa, condensa impotencia. Modificó los personajes hasta ocultar las miradas y quitarles todo detalle anecdótico que hiciera foco en ellos. La atención del espectador va directo al exterior. De la Cárcova dejó de lado la escena de familia miserable –acaso una imagen telúrica más– para desatar un cuadro de conflicto social único. 

Cuando la obra se expuso por primera vez produjo gran impacto: la crítica fue híper elogiosa, excepto el periódico del centro socialista al cual de la Cárcova se había afiliado. En La Vanguardia, el primer diario del centro socialista obrero (aún no se había conformado el partido socialista), puede leerse una crítica lapidaria: “¡Gracias a Dios que hay huelgas! Así encuentran los pintores escenas de dolor en que inspirarse, y pueden distraernos con impresiones nuevas, ha de pensar más de un elegante amateur, ante la dramática obra del pintor de la Cárcova”. 

“Creo que ahí está la clave por la que de la Cárcova no siguió con ese estilo de pintura”, dice Malosetti Costa. “Al interior del movimiento socialista se discutía cómo representar la pobreza. En esa polémica estética imperaba la idea de evitar las escenas melodramática o de vida miserable. La idea era no representar sino crear un hombre nuevo: un arte que potenciara una  posibilidad distinta para la disposición a la lucha, para la liberación individual”. 

Viajero de clases sociales, de la Cárcova devino socialista y masón, pasó de los retratos protocolares de la aristocracia porteña a la gran obra de su vida. Lo golpeó aquella crítica publicada en La Vanguardia. Y por más que el periódico luego se disculpó –con un texto que aunque no estaba firmado se atribuye a Juan B. Justo–, el daño ya estaba hecho. La producción del artista luego fue escasa: de ese período son sus desnudos simbolistas, joyitas que no pudieron incluirse en la muestra. Se dedicó a la docencia y a la gestión cultural: seleccionó y compró monumentos en Europa para el espacio público. Creó la Escuela Superior de Bellas Arte Ernesto de la Cárcova donde fue un docente muy respetado y querido por sus alumnos. Con Eduardo Schiaffino, eligió calcos para esa institución, entre muchas otras actividades de gestión.

Cuando Sin pan y sin trabajo se expuso en la sección argentina de la galería de Bellas Artes en Louisiana Purchase Exposition (1904), Samuel Gorse publicó un artículo en la revista dominical de St. Louis Post-Dispatch que se tradujo en el completísimo catálogo que acompaña la muestra. Con un impresionante grabado especialmente realizado por el ilustrador del periódico y reproducido a media página (que se exhibe en una de las vitrinas de sala), el texto analiza el encuadre político de la obra. 

Es curioso: cuando la pintura se expuso por primera vez aquí, la mayoría de las críticas se centraron en aspectos estéticos de la obra y en la destreza pictórica del autor. Pocos se metieron a analizar el tema central. “Creo que el ámbito de exposición fue importante. Al salón del Ateneo iba la clase alta de Buenos Aires y la elite intelectual de literatos y poetas. En cambio, la exposición universal, antecedente de las ferias de diversiones, era un lugar que unía arte e industria. Visitado por millones de familias durante meses: fue el primer evento turístico de la historia”, señala Malosetti Costa.  

“Pinta cuadros que narran historias. La mera belleza, el preciosismo meticuloso y la armonía pura no son los dioses de su estudio. Es esencialmente un pintor dramaturgo”, dice Gorse del artista. En su artículo ficcionalizado, narra la impresión que produce en un trabajador el encuentro con la obra en la gran exposición. Los retratos y las ninfas no le llaman la atención. Es más: aparta la mirada de las ninfas por pudor y por temor a que las mujeres que acompaña piensen que espía a otras damas. Pero todo cambia cuando se topa con Sin pan y sin trabajo. Son imperdibles las reflexiones del corpulento trabajador, en un ambiente de camaradería, frente al cuadro. “No ha llevado un bocado a la casa para comer y el pobre pequeño está medio muerto de hambre porque esa madre atontada no ha tenido una comida adecuada durante meses, y él mira a través de la ventana y ve a los soldados custodiando a los rompehuelgas que han venido a despojarlo de su última esperanza”. 

El trabajador considera que el cuadro debería colgarse en uno de esos “estupendos clubes donde suelen reunirse los hombres que dejan sin trabajo a otros hombres, hacen listas negras y bajan los salarios. Ellos piensan en el trabajador como un número más en la lista de pagos y no como un hombre”.

“Lo primero que pensé –dice– cuando lo vi es que había estado tomando lo que no es suyo y tenía miedo de que lo persiguiera la policía, pero me parece recordar haber visto esa mirada en las caras de hombres tan hambrientos que han caído en la desesperación”.

Ernesto de la Cárcova podrá visitarse en las salas 29 y 30 del primer piso del MNBA, hasta el 26 de febrero, de martes a viernes, de 11 a 20; sábados y domingos, de 10 a 20. Gratis.