La campaña de Jair Bolsonaro fue brutal en simpleza y violencia: responsabilizó por el mal de los muchos a las minorías “privilegiadas”, resumidas en “Lula y el PT”. Así, el mensaje anti-PT condensó el resentimiento general de la población contra “todo lo que está ahí”, una versión brasileña del “que se vayan todos”, y del que Bolsonaro se convirtió en portavoz. Esto fue posible porque habiendo sido gobierno entre 2003-16 y oposición en las dos décadas anteriores, el PT fue parte central del sistema político del país.
Pero esto no significa que haya sido el único ni, mucho menos, el principal componente de lo que enojaba a la sociedad brasileña. Bolsonaro basó su campaña prometiendo enfrentar “todo lo que está ahí”. Al darle un solo nombre, lo convirtió en un furioso “antipetismo”. Esto no ha sido accidental porque gran parte de su electorado se definía de esa manera.
Como presidente, Bolsonaro se enfrentará a la realidad. No tendría problema alguno si, efectivamente, “las minorías privilegiadas” estuvieran constituidas solo por el PT y demás sectores que atacó. Pero si la realidad no terminase siendo tan simple, la luna de miel con gran parte de sus votantes dependerá de los hechos. No es futurología: a poco de haber vencido, el presidente electo afronta sus primeras dificultades.
Dos sectores claves del ‘viejo orden’, el Poder Judicial y el Senado, ya se manifestaron. El Senado aprobó un reajuste del 16 por ciento para el Poder Judicial, elevando sus haberes de 33.700 reales (8.900 dólares) a 39.200 (10.500 dólares). En diciembre pasado, la remuneración promedio de los más de 18 mil jueces fue de 48.500 reales (13 mil dólares), sin contar numerosas ventajas y beneficios que muchos acumulan. Un gasto total que representa 1,4 por ciento del PBI. Por ejemplo, en promedio, los países de la OCDE no superan 0,4 por ciento del PBI.
El Senado, así, envió su mensaje al futuro presidente. Las medidas fuertes que Bolsonaro ya pretende implementar, como del sistema jubilatorio, no tendrán así nomás apoyo parlamentario. Es como si hubieran dicho: “Hace falta negociar con nosotros”. Los militares, que también gozan de importantes beneficios económicos y que fueron claves para su triunfo electoral, igualmente manifestaron que lejos de reducción y pérdida de beneficios, pretenden mejoras.
Bolsonaro obtuvo su apoyo en sectores que pretenden que efectúe un duro ajuste fiscal, inclusive para recrear la escala social como entienden que debe ser en Brasil y que según ellos el PT es responsable de haber destruido. Así, un ajuste fiscal liberal sería el método de “purificación social” que estaría necesitando la sociedad brasileña. La infección –argumentan– fue el gasto público generado por la ideología del PT. Por eso, todo apunta a que este ajuste caería sobre los que fueron señalados en la campaña como miembros de “minorías privilegiadas”.
Pero a la hora de aplicar el lápiz rojo, por más fuerte que sea el tamaño del corte sobre estas “minorías privilegiadas” que los bolsonaristas asociaban al PT, se estaría ante una solución muy lejana de la cuestión fiscal. No sólo porque esos supuestos privilegios no tienen suficiente peso en el gasto público sino porque básicamente se trató de la satisfacción de derechos. En cambio, las históricas minorías privilegiadas que votaron por Bolsonaro aspiran ahora a llevarse una parte mayor del presupuesto.
Frente a esta realidad, surge el fuego amigo. El discurso liberal que justificó el ataque al “zurdaje petista” genera grietas entre sus exponentes. Bolsonaro optó por hacerlo valer y habilitó al Chicago boy hiperneoliberal Paulo Guedes para avanzar en una agenda de privatizaciones a gran escala, incluyendo los grandes bancos públicos, y de apertura y desregulación de sectores productivos. Contra la industria y el mercado nacional, optó por el capital financiero y los grandes agronegocios. Pero éstos últimos ven cómo sus principales compradores de soja, proteína animal y minerales amenazan boicotearlos si la política externa se subordina a Estados Unidos y a sus capitales.
En una sociedad que sufre un desempleo que llega al 12 por ciento e innumerables carencias sociales y de infraestructura, la desarticulación del aparato estatal y la liquidación del mercado interno –base de esta radicalizada agenda liberal– más la persistencia de “minorías privilegiadas”, pueden erosionar rápidamente el apoyo social del nuevo presidente.
Algunos íconos del pensamiento liberal brasileño, fuertemente contrarios al izquierdismo petista, se muestran aprehensivos frente a esta radicalidad liberal. Es notorio el caso de Eduardo Gianetti. Escribió en el diario Estado de Sao Paulo: “Temo que esta aventura neoliberal radical, si no tiene el mínimo de sensibilidad social, pueda arruinar la reputación del liberalismo en Brasil”.
* Profesores de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, Brasil. @Argentreotros