¿Por qué no es aconsejable atender el teléfono cuando suena en la casa de alguien con más de 70 años? Porque el único objetivo posible de una llamada por línea fija es para avisar de un funeral. El chiste no pertenece a El método Kominsky (que Netflix estrenará el próximo viernes) sino a Grace & Frankie, pero tranquilamente podría haber sido de este otro flamante producto de ocho episodios de la plataforma on demand. Aquí Michael Douglas y Alan Arkin andan tirotéandose de lo lindo sobre los achaques de su edad, como en aquella Jane Fonda y Lily Tomlin debían reorganizar su vida tras ser abandonadas por sus esposos. Y mientras el estilo en la del dúo femenino se destacaba el toque perspicaz de Martha Kauffman (creadora de Friends), en este caso lleva el sello sardónico propio de Chuck Lorre (Two and a Half Men, Mom). “¿Tu barco es lento? Yo soy como el Titanic ya inclinado”, se escuchará en uno de esos diálogos de ida y vuelta.
La serie gira en torno a Sandy Kominsky (Douglas), un intérprete que tuvo su one hit wonder actoral, alguien con un Tony en su haber, y que ahora dirige con más resignación que esfuerzo un estudio para actores que quieren triunfar en Hollywood. Norman (Arkin) es su agente de toda la vida, un tipo con la frase justa a cada momento y con una esposa en la última fase de un cáncer. En medio de ese trance, Eilleen le pide a al coach que cuando ella no esté se haga cargo de su marido. Antes de que eso realmente suceda, la pareja despareja va a desplegar sus raids por Los Angeles, una ciudad obsesionada por la juventud, navegando la vejez, la mortalidad y los temitas paternos irresolutos (Sarah Baker y Lisa Edelstein de House interpretan a sus respectivas hijas).
¿Cómo salir del rejunte de chistes sobre cuestiones urinarias, la esperanza de vida en cuenta regresiva y sexo a base de Viagra? La respuesta de Lorre es simple: usándolos. Aquí muestra su estilo corrosivo pero con cierto blend en reflexiones sobre el paso del tiempo. No faltan los estiletazos, al estilo Barry, sobre lo frustrante que puede ser un curso de actuación y la industria audiovisual. Es cierto que la dupla recuerda a la de Jack Lemmon y Walter Matthau en Dos viejos gruñones. Posiblemente, la película dirigida por Donald Petrie sea la mejor geronto-comedia de todos los tiempos y por algo su director aparece aquí detrás de cámara en varios episodios. Sin embargo, las encarnaciones de Douglas y Arkin recuerdan a sus mejores versiones. Hay algo del papel que el primero tuviera en Fin de semana de locos como una vieja gloria que debe volver a encontrar su eje. Arkin reluce su medalla en remates y la cara de pocos amigos que lo catapultara en Pequeña Miss Sunshine. Si uno le cuenta que terminó una relación porque la chica era muy joven, el otro le dirá “la mitad de tu edad sigue siendo una anciana”. O cuando Sandy le cuenta que un “hombrecito le metió el dedo en el culo”, el otro le dirá que siente celos de esa visita al urólogo. Pequeño detalle: el médico es interpretado por Danny DeVito, un usual colaborador de Douglas en los 80 (La Guerra de los Rose y La joya del Nilo, entre otras).
Pero además del embate cáustico de dos sujetos que siempre tienen sus punchlines preparados, la serie también tiene su sinceridad agridulce. Como cuando Sandy se abre emocionalmente con Lisa (Nancy Travis) –quizá el personaje más sensato de la ficción–, una actriz amateur con quien comienza una relación. O en los momentos en los que Norman se muestra reflexivo sobre la existencia ya que “ser humano y estar herido son la misma cosa”. Se trata, entonces, de una particular incursión de la comedia senior que tuvo sus versiones en películas más o menos recientes como Antes de partir y algo más lejos en el tiempo Cocoon. De hecho, esta última es citada por Norman, quien al ver la comedia sobre aquel grupo de ancianos de un geriátrico que se enfrentaban a la fuente de la eterna juventud, finalmente la entiende. “Es muy diferente cuando sos parte de esa demografía”, concluye.