Minutos antes de que iniciara el superclásico del siglo en la Bombonera, muy cerca del Monumental, en el Club Ciudad de Buenos Aires, Mercury Rev jugaba su propio partido ante más de 15 mil asistentes. Y tuvo suerte de hacerlo porque estuvo a un tris de no llevarse adelante, a causa de la tormenta que el sábado desbordó a la capital. Eso obligó a la cancelación de la primera fecha del Personal Fest más generacional y accidentado de todos. Hasta el ocaso de la tarde de ese día, luego de que la lluvia dejara de arreciar, estuvo en vilo la realización de la fecha, que tenía a Robbie Williams como acto central. Evocando el fantasma de la tercera jornada del último Lollapalooza local, que padeció también de ese factor visceral, el carismático showman inglés se quedó con las ganas de presentar el espectáculo de su álbum The Heavy Entertainment Show (2016). Desde la organización del evento anunciaron que harán magia para reprogramarlo.
Así que la banda de Buffalo, uno de los actos foráneos de la primera fecha (junto con el ex Take That y los mexicanos Zoé), corrió con mejor suerte, y consiguió debutar en Buenos Aires. De la mano, además, de la celebración de los 20 años de su disco más emblemático: Deserter’s Songs. Pero el haber zafado tuvo su precio, pues a causa de la improvisación, el grupo liderado por Jonathan Donahue (voz y guitarra) y Grasshopper (guitarra), que invitó al músico argentino Pol Medina en teclados, sólo contó con tiempo para revisitar cinco de las once canciones de ese álbum. A esas se sumaron “Central Park East”, incluida en su último álbum The Light in You (2015). Pero volviendo a su trabajo fundamental, el cierre de su actuación con “Opus 40”, con su frontman cayendo de rodillas al piso, fue la posta de esa condición épica que la convirtió de una de las agrupaciones de culto del rock estadounidense post ochenta.
El pésimo estado en el que quedó el predio después de la tormenta obligó a la producción a hacer uso solo de dos de los tres escenarios dispuestos para la decimocuarta edición. El más chico de todos, el Isla, cuya denominación grafica el lugar en el que fue erigido, quedó bajo el agua. Así, la artística local de la segunda fecha, de relevancia importante, debió ser recortada a su mínima expresión. Ibiza Pareo estrenó el Escenario Huawei, mientras que los cordobeses Valdés ocuparon el Escenario Personal Fest. Después fue el turno de Mercury Rev y luego su compatriota Gus Patterson, donde el Personal Fest 2018 comenzaba a alinearse con su propuesta de este año, en la que la dialogaba e intentaba captar a sus públicos: los millennials y centennials. Eso supo sintetizar este novel icono del indie pop, de 21 años, que basó su repertorio en sus dos EPs.
Si bien todo indicaba que iba a ser la consagración de Louta, el joven performer que tenía dos shows y su fiesta (la Bresh) como parte del programa, se tuvo que conformar con una participación y la invitación de Juan Ingaramo a cantar en el tema para el que prestó su voz, “Ladran”, en su disco Best Sellers. Fue el artista cordobés la gran figura nacional del festival, a partir de una actuación en la que supo leer la oportunidad que tenía. Apeló a un cancionero que hizo hincapié en su flamante álbum, y en el que también mechó sus temas más cancheros y bailables, por lo que la balanza se inclinó más hacia la música urbana que al pop: el cantante, multiinstrumentista y productor aprovechó el pasillo del Huawei para acercarse musical y físicamente al público. Y no sólo lo consiguió, sino que también le legó ese pedacito de sol que exorcizó, antes de que cayera la noche y el cielo amenazara nuevamente con caerse, a una de las figuras más esperadas del domingo: Connan Mockasin.
Si algo maravilloso tienen los festivales son las casualidades, aunque algunas de ellas no salten a la vista. Y es que este Fest logró reunir a los artistas neozelandeses más famosos de lo que va de siglo: Lorde y Connan Mockasin. La primera desde un plano más mainstream y pop, y el segundo en el indie. Aunque si algo los aúna, más allá del terruño, es el desconcierto. De eso dio fe el artífice parido en Te Awanga y establecido en Tokio a través de un show corto, como él mismo manifestó, pero lo suficientemente biográfico para entender cuáles son sus argumentos artísticos: el surrealismo musical en forma de R&B. Pese a que lo trajo por primera vez al país su nuevo álbum, Jassbusters, no dejó de hacer sus hits: “Forever Doplhine Love” y “I’m The Man That Will Find You”. Tanto él como Zoé y Warpaint (hoy), que en su participación del domingo construyó un set que fue desmarañando hasta coquetear con la pista de baile, fueron los únicos actos que brindaron sideshows.
Después del estoicismo indie de los Death Cab for Cutie, MGMT salió a escena apoyado en lo que mejor sabe hacer: divertirse. Más allá de que se encuentra presentando el precioso Little Dark Age, la dupla armó un show que aunó en una misma línea de tiempo su pasado y presente. Envuelta en psicodelia, una capaz de hurgar en los Beach Boys y The Zombies para poner un pie en la pista de baile y otra en el pop. En el medio de su clásico “Kids”, con Connan Mockasin como invitado, mecharon el one hit wonder de Limahl “The Never Ending Story” como si se trata de un tema de hoy. Lorde, en tanto, mostró su propia versión del mundo: uno en el que pop no es un objeto de banalización, sino más bien de espacio creativo fértil. Por momentos su propuesta recordaba a la de Björk, una más EDM o quizá más onírica, en la que la performance contemporánea está al servicio de lo popular. Y es que con apenas dos álbumes, y un puñado de hits, entre los que destacaron “Hard Feelings”, “Ribs” y “Louvre”, esta neozelandesa sentenció el empoderamiento de la juventud.