“Anoche tuve un sueño”, dice Emily Watson. “Soñé que estaba por salir al escenario y no sabía mis líneas, ni siquiera sabía qué obra era la que se supone que debía representar... corría alrededor del teatro subrepticiamente, buscando una copia del guión para poder descubrir exactamente qué estábamos haciendo”, dice. “Y cada vez que caminaba por un pasillo del backstage se convertía en un bosque, y me desperté a las dos de la mañana y pensé ‘Ufff... ¡gracias a Dios que fue un sueño!’. ¡Y entonces me dormí de vuelta y caí directamente en el mismo sueño! Es un sueño que los actores tenemos todo el tiempo, que se apoya en un miedo muy básico a quedar demasiado expuestos”.
Esta inesperada excursión a las pesadillas de Watson se produce a causa de una conversación sobre su más reciente papel. La actriz encarna a la doctora Yvonne Carmichael, una eminente científica “patológicamente aferrada a la ley”, esposa y madre que se ve envuelta en un caso en los tribunales de Old Bailey en Apple Tree Yard, adaptación ganadora del Bafta realizada por Amanda Coe para la BBC, sobre una exitosa novela de la escritora Louise Doughty. Carmichael es una genetista que, en el comienzo de la serie, se dirige al Parlamento londinense para una presentación ante un comité del gobierno en la que debe recomendar una serie de limitaciones sobre la tecnología de clonación. “Es el mismo debate que hemos tenido durante años”, dice, con algo de sorna que alude a las limitaciones de los parlamentarios en su conocimiento de esa especialidad.
Lo que esta mujer con una alta capacidad de autocontrol no sabe es que, antes de terminar la mañana, estará disfrutando de una sesión de sexo por demás caliente, casi animal, con un misterioso desconocido en la capilla de St. Mary Undercroft, debajo del Palacio de Westminster: un acto tan poco característico de su persona que Carmichael retorna al hogar y se queda observando con incredulidad su propia imagen en el espejo. El amante cuyo nombre ni siquiera preguntará hasta más tarde (en el diario que escribe tarde en la noche, mientras su marido duerme en la planta baja, se refiere al hombre como “X”, como el cromosoma X “o el más inocente de los besos”) es Mark Costley. Es un hombre con una ocupación opaca (¿Un empleado público? ¿Un espía?), interpretado con un adecuado encanto astuto por Ben Chaplin. Sea como sea, este acto frívolo y compulsivo llevará a Carmichael a involucrarse en un juicio por asesinato, sobre el cual será mejor no revelar demasiado aquí. “Es particularmente importante que sea alguien que viene del mundo de la ciencia, porque ha pasado toda su vida siendo racional”, dice Doughty. “Y ahora, a través de un acto intempestivo, su vida está girando fuera de control”.
Pero hay que volver a la pesadilla de Watson y su “terror a quedar tan expuesta”, porque –no por primera vez en su carrera– el personaje requiere lo que los responsable de realizar advertencias en productos televisivos suelen llamar “escenas de naturaleza sexual”. “Cuando leí el guión por primera vez pensé ‘¿En serio?’. Me puse muy nerviosa”, dice la actriz, que acaba de cumplir 50 años. “Pero luego fui a una reunión con Jess (la directora Jessica Hobbs) y ella hizo que cambiara completamente de ánimo. Siento que algo como esto llega en un momento de mi carrera en la que los roles para mujeres de mi edad, en películas de cine y en televisión, son cada vez más y más pequeños. Y este personaje presenta a una mujer madura que es sexualmente potente y tiene una vida compleja. Esa clase de mujeres no está realmente representada en la pantalla”.
Aun así, Watson fue muy clara para fijar ciertos límites. “Lo primero que le dije a Jess es que no iba a hacer ningún tipo de desnudo”, dice. “No es que sea mojigata o vanidosa, es solo que soy demasiado vieja para estar desnuda en pantalla”. Y lo que podría haber sido una filmación muy demandante, difícil, se hizo mucho más sencilla al seleccionar a su viejo amigo Ben Chaplin (a quien se vio recientemente en Snowden) como Costley. “Algo que sentí que Ben hizo con su interpretación de Costley es que le quitó toda sensación de ser algo sórdido”, dice Watson. “Así que espero que el público sienta lo mismo, se sienta encantado con él del mismo modo que Yvonne. Así que, a medida que las cosas se van torciendo, se convierte en un shock para el público tanto como para ella”.
“Cuando te piden que hagas esa clase de escenas y tenés 22 años es todo un revoltijo en el que estás esperando, deseando que digan ‘corten’. Pero cuando tenés dos actores que ya llevan un tiempo en el barrio, simplemente nos sentamos, lo discutimos punto por punto y diseñamos un plan. Porque los dos queríamos que pareciera real, y que se viera como una progresión. Conozco a Ben desde hace mucho tiempo y fuimos muy honestos sobre eso... sin retorcimiento alguno. Y fue divertido”.
Watson menciona tener 22, pero fue a los 28 años que esta actriz nacida en Londres, por entonces una virtual desconocida por fuera del National Theatre y la Royal Shakespeare Company donde trabajaba, consiguió su primer protagónico (luego de que Helena Bonham–Carter se acobardara a último momento) en una de las películas más controversiales de los años 90, Contra viento y marea, dirigida en 1996 por el danés Lars von Trier. La película que precedió al célebre movimiento cinematográfico Dogma 95 le dio a Watson una nominación al Oscar por su primera aparición en pantalla. Allí interpretaba a una joven mujer en una remota comunidad escocesa que se somete a una degradación sexual causada por su amor por un esposo paralizado, y porque cree en el poder de Dios. Un rol que requería desnudez y escenas sexuales muy gráficas. “No me sentí cómoda, pero lo hice porque quería entregarme por completo al personaje”, dice. “Era muy ingenua. Nunca había hecho una película, así que no sabía por qué esta era diferente a otras cosas, pero evidentemente lo era. Me puso en el mapa. Después de eso me convertí en una actriz muy demandada”.
Después de muchos llamados del tipo “vení a Hollywood y ganá un montón de dinero”, Watson fue consiguiendo personajes interesantes (junto a Daniel Day–Lewis en Golpe a la vida, como la cellista Jacqueline du Pré en Hilary y Jackie, y en Gosford Park de Robert Altman), a la vez que rechazó el papel de Amélie (que había sido escrito pensando específicamente en ella, y terminó protagonizando Audrey Taotou). “No hablo francés”, dice. “Y tenía un sentimiento instintivo de que haría una caricatura de mí misma”. Después llegó un Premio Olivier por su performance en una puesta teatral de Tío Vania y un premio Bafta por Appropiate Adult, donde interpreta a una inexperta trabajadora de caridad empleada para acompañar al asesino Fred West durante sus entrevistas con la policía. En 2013, The Politician’s Husband (junto a David Tennant) mostró que aún podía asumir escenas sexualmente explícitas.
“Esos personajes simplemente aparecieron en el camino, no es que salí a buscarlos”, dice ella. “Una vez que hacés algo, la gente tiende a pensar ‘Oh, quizá lo haga de nuevo’. Y creo que si hacés eso tenés que ser un poquito idiota, realmente. Meterte de lleno y lamentarte después, y desear tener la habilidad de poder olvidarlo”. De cualquier manera, Watson cree que este papel permite hacer un apunte polítivo. “Yo creo que en este momento hay muchos debates alrededor de la presencia de las mujeres en las películas y en la televisión, y producciones como Apple Tree Yard se están volviendo más y más comunes”, argumenta. “La audiencia más fiel en la televisión está compuesta por mujeres, y las mujeres actualmente están realmente interesadas en ver personajes femeninos como este en la pantalla. El tópico cultural de las mujeres de cincuenta años sexualmente potentes está ahora abierto para el negocio”.