Desde Mar del Plata
Presente y pasado, realidades y ficciones, imágenes y textos. La visión en continuado de los cuatro largometrajes presentados ayer en la Competencia Internacional y la Latinoamericana del Festival de Mar del Plata permitieron viajar de una Europa sacudida por las luchas intestinas entre los adherentes al obispo de Trento y sus enemigos jurados a los conflictos personales de un artista plástico en plena crisis de los 40, en la ciudad de Montevideo. Y de la vida privada y pública de una performer y activista por los derechos LGBTIQ brasileña a los múltiples relatos posibilitados por varios centenares de dibujos... pero no animados.
A portuguesa es el título del nuevo largometraje de la también lusa Rita Azevedo Gomes, que se presenta en la principal sección competitiva marplatense en calidad de estreno mundial. La filmografía de Azevedo Gomes no es nada secreta para los espectadores locales: todas sus películas han sido exhibidas o bien aquí, cerca de la Playa Bristol, o en el Bafici. Basada en un cuento de Robert Musil, uno de los más importantes escritores alemanes del siglo XX, el film parece un nuevo desvío en la carrera de la realizadora, que hace dos años embrujó a la cinefilia más dura con sus Correspondencias.
Dejando en un fuera de campo casi total las formas del mundo de los hombres –y, por lo tanto, las de la guerra–, A portuguesa se centra en la reclusión de la esposa del noble Herren von Ketten en un resquebrajado castello del norte de Italia, en algún momento del Medioevo tardío. Embarazada de su primer hijo, esta mujer portuguesa (la furiosamente pelirroja Clara Riedenstein) deja trascurrir siete años de su vida entre criados, lecturas, juegos con un cachorro de lobo y el aprendizaje de algunos oficios manuales. Es un universo pautado por el ritmo masculino y las mujeres deben parir, criar y esperar. El tedio y las insatisfacción, desde luego, pueden llegar a transformarse en aborrecimiento. Azevedo Gomes logra transmitir todo eso y varias cosas más sin énfasis, insinuando causas y consecuencias a partir de una puesta en escena que prioriza los planos generales, con composiciones muchas veces pictóricas, y un trabajo de reencuadre tan elegante como clásico. En ese sentido, la dirección de fotografía digital del experimentado Acácio de Almeida logra obtener de las imágenes reales una condición diáfana, casi hiperrealista, que, paradójicamente, la acerca a cierta pintura de los siglos XVII y XVIII.
El resultado final podría estar a mitad de camino entre los telefilms históricos de Rossellini y el Rivette revisionista. No faltan tampoco algunos juegos con la teatralidad y la presencia intermitente de una suerte de coro griego, cortesía de la cantante y actriz alemana Ingrid Caven. Pero la directora de A portuguesa tiene la suficiente personalidad para reconviertir el cuento original en un delicado pero potente relato feminista.
Si la mujer es el punto de partida y de llegada de la película portuguesa, la mirada sobre una masculinidad dañada es justamente el componente esencial del cuarto largometraje del uruguayo Federico “Cote” Veiroj (El apóstata, La vida útil, Acné). Belmonte es el nombre de la película y también el de su protagonista, un cuarentón separado de su mujer que alterna sus días en el atelier (es un pintor profesional reconocido y, por ende, disfruta de cierta cotización en el mercado) con las horas diurnas y nocturnas reservadas para los encuentros con su hija, una niña de unos diez u once años.
No se trata, de ninguna manera, de una comedia, pero Veiroj hace gala de ese humor (no tan) oculto que es su marca de estilo: ya en la primera escena, la posición en el cuadro del actor Gonzalo Delgado pone de relieve el pene erecto de una de sus pinturas como si formara parte de su cuerpo. La masculinidad como sátira de sí misma, la energía viril transformada en ironía burlona. Javier Belmonte está en crisis y se nota. La relación de su ex con una nueva pareja, un embarazo, el descubrimiento de aristas totalmente desconocidas de su padre, las señales de que su hija tal vez ya no lo necesite tanto como antes, se asemejan a un terremoto que todo lo sacude, al punto de que el hombre parece ir por la vida a la deriva, enojado con todo y con todos. Tal vez Belmonte no tenga la energía o la potencia de sus dos films anteriores, pero en los recovecos de este micro relato –que, de todas formas, vuelve a recorrer las texturas de la desestabilizada identidad masculina– es posible hallar más de un espejo donde el espectador se ve reflejado en toda su humanidad. Y, por qué no, en su estupenda ridiculez.
Las dos películas exhibidas ayer como parte de la Competencia Latinoamericana no podrían ser más disímiles. Bixa Travesty (algo así como “travesti maricona”), dirigida por Cláudia Priscilla y Kiko Goifman, sigue a la cantante, artista conceptual y militante paulista Linn da Quebrada tanto arriba como debajo de los escenarios, ya sea poniéndole garra a las poderosas letras de sus canciones (el funk de favela se pone de relieve) o conversando con su madre y algunos de sus colaboradores y amigos. Más allá de las particularidades de su historia, que incluyen diversas etapas de una búsqueda identitaria y la lucha en el pasado reciente contra un cáncer, lo que el documental (con pizcas de recreaciones performáticas) logra transmitir con fuerza es el concepto rector de la vida y la obra de da Quebrada: el binarismo de género es una idea absurda, caduca, y ni siquiera la categorización de travesti responde a las morfologías descriptivas que intentan cristalizar formas, modos y conductas. Bien lejos de la solemnidad, Bixa Travesty –que tuvo su premiere mundial en la Berlinale– es una película efervescente, juguetona y política en un sentido profundo, y vale la pena preguntarse si, de aquí en más, los organismos estatales brasileños dedicados a los subsidios cinematográficos ofrecerán ayuda para proyectos con temáticas similares.
En su debut en el largometraje, Una vez la noche, la chilena Antonia Rossi se entrega al placer de contar historias a partir de un trabajo visual centrado en la ilustración. No se trata de una película de animación: los dibujos son estáticos y, como en el poco visto largometraje de Nagisa Oshima Band of Ninja, el resultado se parece bastante a la idea de una historieta filmada. Las voces en off –a veces de estilo literario, otras más casual– cruzan realidades con recuerdos y fantasías y en pantalla los seres humanos conviven con animales antropomorfizados, con un énfasis notorio en las relaciones padre-hijo, casi siempre truncas o heridas. Los cambios de estilo en los trazos, tonalidades y formatos de los dibujos aportan el necesario grado de diversidad que impiden que Una vez la noche se estanque en la repetición, al tiempo que refuerzan una de sus posibles ideas motoras: la imaginación sin ataduras como fuente inagotable para la experimentación narrativa.
* Belmonte va hoy a las 12 horas en el Ambassador 1. A portuguesa a las 14 en el Auditorium. Bixa Travesty a las 16.20 en el Cinema 1. Y Una vez la noche a las 17 en el Cinema 2.