Por Nora Veiras
Rosario. En la terminal de ómnibus los micros se iban acomodando en las dársenas pero el Chevallier no aparecía. Tenía que partir a las 18.45. Con más de media hora de retraso, sin que nadie explicara nada, llegó. Venía desde Capilla del Monte, Córdoba. Empezó el ritual habitual de pasajeros que bajan, otros que se amontonan para subir, apurados como si los asientos no estuvieran asignados. Todo en los parámetros esperables.
Tomó la ruta y, de inmediato, los tiros empezaron a ensordecer desde la pantalla ¿Quién programará las películas y el aire acondicionado de los micros de larga distancia? Parecen tener un coucheo tan efectivo como el de los funcionarios de Cambiemos: todos dicen/hacen lo mismo.
Poco antes de las 21, ya casi en la mitad del recorrido, entre San Pedro y Baradero, el vetusto dinosaurio de dos pisos se paró en seco. Apagó las luces y quedó inerme en la banquina. Al rato, uno de los choferes dijo, enigmático, que se había cortado una correa, que pararían otro micro para trasladar a los pasajeros que tuvieran otra conexión y que ya se había pedido otro coche.
Al rato llegó el auxilio de la autopista. A las tres horas o un poco más apareció el otro micro vacío donde pensábamos que nos tendríamos que ir ubicando. No fue así.
Empezaron a llenar el tanque del Chevallier. Se habían quedado sin combustible. Los bidones de decenas de litros fueron bajando del Chevallier muleto y chupados unos tras otros. Atorado, a regañadientes arrancó después de más de cuatro horas en medio de la nada.
"Fue un imprevisto" -- se atrevió a decir uno de los choferes que ya había mentido sobre el motivo del colapso.
Retiro a las 3.30 de la madrugada es el destino deseado como muchos sabrán.
Me consolé pensando: Menos mal que no era un avión.
El aumento del 30 por ciento de la tarifa ¿convencerá a la empresa --que, a la sazón tiene la tarifa más cara-- de invertir en combustible?