Desde Ciudad de México
Siete hombres con uniformes obscuros lo rodean mientras avanza por los pasillos del penal de Ciudad Juárez. Las manos esposadas y sobre la cabeza. Dos de sus custodios lo toman de los brazos y le obligan a caminar encorvado, la mirada al piso. Va encadenado. Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, da un centenar de atropellados pasos hasta una camioneta negra. Sube a empellones. El vehículo traslada al más célebre narcotraficante mexicano aborda un helicóptero de la Fuerza Aérea Mexicana, en medio de un fuerte dispositivo de seguridad.
Son los últimos minutos en su país, justo en la ciudad que le ayudó a consolidarse gracias a su alianza con el cártel de Juárez en los 90. El helicóptero despega. Minutos más tarde, en el aeropuerto internacional de Ciudad Juárez, un hombre cada vez más empequeñecido y vulnerable sube a un avión Bombardier Challenger 300 propiedad del gobierno estadunidense.
La era de El Chapo ha terminado.
Atrás quedaron los días de gloria, fama y poder casi absoluto; de control de gobiernos y comunidades enteras; de guerras contra bandas rivales; de huir y esconderse. También habrá de olvidarse de cualquier cosa que él entienda por amor y que le llevó a ser padre de al menos 17 hijos.
La noche del mismo jueves, Guzmán llegó el Aeropuerto MacArthur en Long Island, Nueva York. Un convoy de agentes de la DEA le esperaba para trasladarlo a una cárcel federal.
El viernes, mientras Donald Trump asumía en Washington como presidente de Estados Unidos, El Chapo compareció durante cuatro horas ante un juez en un tribunal de Brooklyn y se declaró inocente de 17 cargos imputados en ese país, como introducir unas 200 toneladas de cocaína valuadas en 14 mil millones de dólares, tan sólo entre 1990 y 2005. La fiscalía pidió que el reo permanezca en custodia debido a su capacidad de violencia, su riqueza… y su costumbre de escapar de prisión.
En realidad sólo fueron dos fugas, una más espectacular que la otra, pero ambas ideales para la ficción, sobre todo si se combinan detalles de sus tres capturas.
El Chapo fue detenido por primera vez en Guatemala, donde estaba escondido tras la cacería para dar con su paradero, acusado de asesinar al cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, acribillado en el aeropuerto internacional de Guadalajara, Jalisco, en mayo de 1993. El narcotraficante no fue procesado por ese crimen, pero fue sentenciado a más de 20 años de prisión por tráfico de drogas y otros delitos. Permaneció recluido poco más de seis años, primero en el penal de Almoloya de Juárez, en el Estado de México, y luego en el penal de Puente Grande, Jalisco. Con el tiempo lo convirtió en su resort particular y se daba el lujo de salir a cenar o a participar en alguna fiesta, para luego volver a su celda. En enero de 2001 decidió no volver. Una hipótesis de la fuga es que se disfrazó de mujer y salió por el área de visitas. Otra, oculto en un carro de ropa sucia. La más probable lo hace salir por su propio pie, por la puerta principal, como acostumbraba a hacerlo.
Durante los siguientes 13 años, El Chapo consolidó su imperio y le dio una dimensión trasnacional, al extender las operaciones del cártel de Sinaloa a por lo menos 54 países en cinco continentes. La estructura de la organización criminal dejó de lado los esquemas tradicionales de las bandas locales mexicanas y adquirió la estructura organizacional de cualquier corporación multinacional a través de franquicias y células especializadas en otros delitos, ya no sólo el tráfico de cocaína.
En ese tiempo, Guzmán se convirtió en un mito y hasta llegó a formar parte de la lista de Forbes durante cuatro años seguidos como una de las personas más ricas del mundo, una clasificación encabezada en esos años por el también mexicano Carlos Slim. Entre 2009 y 2012, el narcotraficante nacido el 4 de abril de 1957 en el pueblo de Badiraguato, Sinaloa, con una fortuna no menor de mil millones de dólares.
Su suerte terminó en febrero de 2014, al ser capturado por segunda vez en Mazatlán, Sinaloa, en un operativo de la Armada de México coordinado con la DEA, la agencia antidrogas estadunidense. Celebrado como un triunfo por el presidente Enrique Peña Nieto, el gusto le duró poco a la administración priista. Recluido en el penal de máxima seguridad del Altiplano, en el Estado de México, El Chapo se escabulló el 11 de julio del año pasado, a través de un impresionante túnel de kilómetro y medio. La huida ocurrió en las narices de sus custodios, mientras era vigilado por cámaras de seguridad.
La última detención de El Chapo fue el 8 de enero en Los Mochis, Sinaloa, luego de permanecer prófugo esta vez durante poco menos de seis meses. Volvió al penal del Altiplano y en mayo fue trasladado a una prisión en las afueras de la fronteriza Ciudad Juárez, como antesala de su extradición a Estados Unidos, ocurrida el jueves.
Ahora es responsabilidad de la administración de Donald Trump.
Las autoridades estadunidenses recluyeron a Guzmán en el Centro Correccional Metropolitano en el bajo Manhattan, una de las prisiones más seguras de ese país. En el área de máxima seguridad no hay más de una decena de reos; uno de ellos es Ramzi Yousef, autor intelectual del bombazo en el World Trade Center en 1992. Alguna vez esperaron ahí su juicio John Gotti, uno de los más célebres capos de la mafia estadunidense, y varios cómplices de Osama bin Laden.
Además del proceso en una corte federal estadunidense en Nueva York, El Chapo enfrenta cargos en Arizona, Florida, New Hampshire e Illinois. Al mismo tiempo será procesado en cortes federales para el Distrito Oeste de Texas y para el Distrito Sur de California por asociación delictuosa para importar y poseer con la intención de distribuir cocaína, y homicidio.
Pero la extradición, procesamiento y eventual condena de Joaquín Guzmán Loera en Estados Unidos sólo representa un golpe anímico para el cártel de Sinaloa. Su estructura financiera se mantiene intacta, manejada por El Mayo Zambada, principal socio de El Chapo. Su otro gran aliado es Juan José Esparragoza, “El Azul”, el capo más discreto de todos, quien fuera heredero de Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”, en el cártel de Ciudad Juárez. Ambos siguen libres.
Estados Unidos pretende encarcelar a Joaquín Guzmán Loera durante el resto de su vida, y ha garantizado no escapará de sistema penal. Ángel Meléndez, el agente especial encargado de las investigaciones de Seguridad Nacional en Nueva York, empeñó su palabra: “Puedo asegurarles que no se podrá construir ningún túnel en el baño de su celda”.