Desde Mar del Plata
Cada uno de los realizadores que participan de las competencias oficiales del 33 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata recibió una invitación para escribir un breve texto en el catálogo. En esas páginas, el iraquí Abbas Fahdel afirma que su objetivo es lograr un cine “pobre de medios pero rico en su poder de revelar la belleza de las cosas y la verdad de los seres”. Un cine que elimine “la frontera entre el documental y la ficción, para fundirlos mejor en la vida. CineVida”. El texto no podría expresar mejor las intenciones y alcances de Yara, su nuevo largometraje luego del magnífico documental Homeland (Iraq Year Zero), que registraba dolorosamente el antes y el después de la ocupación de su país natal por las fuerzas de la coalición occidental. Quizás por la envergadura de aquel proyecto y la fuerza de sus imágenes reales, Yara fue recibida con algo de tibieza durante su estreno mundial en el Festival de Locarno, hace algunos meses. Parece algo (bastante) injusto: quizá su sencillez de orfebre haya sido confundida con ligereza y la falta de un conflicto tan rotundo y destructivo como la guerra permitió que los prejuicios les ganasen a las bondades que la película definitivamente tiene para ofrecer.
Rodada en el Valle de Qadisha, en el norte de Líbano, un lugar tan rústico como bello, la historia compete apenas a un puñado de personajes, básicamente a Yara, una adolescente cuyos padres han fallecido; su simpática abuela, y un joven de la ciudad llamado Elias, que un día pasa por allí y deja olvidada su gorra. Lo que sigue es una simple historia de enamoramiento pautada por una serie de encuentros entre los jóvenes, en las montañas y edificios abandonados que se hallan desperdigados entre las montañas (“El que no ha muerto se ha exiliado”, dirá Yara ante la pregunta del visitante). Fahdel se encargó de escribir, producir, filmar, registrar el sonido, editar y dirigir a los actores no profesionales que llevan adelante la historia delante de cámara, una forma de producción que se intuye como necesidad y, al mismo tiempo, toma de posición ética y estética: otro sería el film si el aporte de una decena de instituciones hubiera apoyado su realización. La observación de los ritmos cotidianos de ese lugar con algo de paradisíaco, pero también marcado por su rutinaria inmutabilidad, la delicadeza y falta absoluta de malicia a la hora de describir a los personajes, la negativa a inyectar conflictos innecesarios, todo ello acerca a Yara a las aspiraciones del mayor impulsor y exégeta del neorrealismo, Cesare Zavattini. En Yara, como deseaba el italiano, todo artificio o costura melodramática ha sido eliminada en pos de una descripción de vidas comunes, en busca una verdad oculta detrás de las imágenes y sonidos de la realidad.
Cassandro The Exotic!, de la francesa Marie Losier, está centrada en un personaje tan fuera de lo común que bien podría ser la creación de un cineasta dispuesto a los excesos. Pero la carne y los huesos de Cassandro no son producto de la imaginación de nadie, como lo confirman las decenas de cicatrices desperdigadas en su cuerpo. Nacido en El Paso, Texas, de padres mexicanos, el protagonista del film ha dedicado casi tres décadas de su vida a una actividad muy popular que aúna el deporte con el espectáculo guionado: la lucha libre o catch, que en México es una institución con una extensa tradición y enorme penetración cultural. Cassandro es un titán del ring muy particular, sin máscara que oculte su identidad, el rostro engalanado con delineador, rubor, rouge, pestañas largas y purpurina. En otras palabras, un “exótico”, expresión que tiene su propia entrada en Wikipedia. Que los hay y siempre existieron, desde los años 40, como afirma el homenajeado en un momento del relato, “aunque en esa época eran los payasos, estaban ahí para que la gente se riera”. Las imágenes de su plenitud física en el ring, en los años 80 y 90, demuestran que los exóticos también pueden “patear culos” (Cassandro dixit).
Losier, que siete años atrás dirigió el hit festivalero The Ballad of Genesis and Lady Jane, decidió seguir a su protagonista a través de los últimos años de actividad profesional, poco antes de que un mal golpe en el escenario le impidiera continuar con sus actividades como luchador. Como si se tratara de un viejo álbum de fotografías que recorriera una parte sustancial de la vida de una persona (el rodaje en 8mm y 16mm no hace más que apoyar esa sensación de pasado analógico), la cámara sigue a Cassandro en el detrás de escena de las peleas, en la intimidad de su hogar, en alguna fiesta familiar, recorriendo las calles y edificios que marcaron los inicios de su actividad, confesando algún período del pasado algo oscuro. El resultado es un retrato humano que va perdiendo sus cualidades extravagantes a medida que la humanidad comienza a hacerse más evidente, más cercana. Sin dejar nunca de lado, desde luego, los placeres de la lucha, sus coreografías, su arte y su magia.
La música es lo más parecido al paraíso perdido para Guille, como afirma sin dudarlo durante una entrevista con un joven periodista de rock: nada podrá superar esa época, a los veintipico, cuando junto a su mejor amigo y al resto de la banda crearon algo que nunca podrá ser superado. El argentino Ezequiel Acuña filma en Perú una secuela no tanto literal como espiritual de La vida de alguien, su película previa, y lo hace con los ingredientes que forman parte de su cine desde siempre: un sentido del humor ligero e imprevisto y una sensación de melancolía que aquí se ve potenciada, quizás por las lejanías geográficas, sin dudas por la sensación de pérdida. En La migración, el protagonista (ese ex músico en potencia interpretado, nuevamente, por Santiago Pedrero) viaja a Lima con la intención de encontrarse con su amigo Nico, a quien no ve desde hace muchos años, topándose en el camino con un puñado de personajes. En particular, la relación con una adolescente inteligente e inquieta –que recuerda, en cierta medida, al dúo de La mujer del aviador, de Eric Rohmer– marca la posibilidad de cambios inminentes, de esos que no se esperan antes de hacer valer el pasaje de avión. Dividido en capítulos, a la manera de una pequeña novela, el relato va edificándose a partir de una serie de encuentros y desencuentros casuales que parecen, irónicamente, predestinados. En los mejores momentos, Acuña logra construir sutilmente el difícil entramado de la emoción.
* Yara se exhibe hoy a las 14.45 horas en Ambassador 1. Cassandro The Exotic! se exhibe hoy a las 15 horas en Auditorium. La migración se exhibe hoy a las 17 en Cinema 2.