En 1968 el mundo no sabía qué esperar de The Beatles. Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band y “All You Need is Love” ya habían sonado en sincro por todo el planeta. El grupo había encontrado al Maharishi y había perdido a Brian Epstein. Un noticiero cinematográfico de la francesa Pathé los mostraba con túnicas blancas en Rishikesh y afirmaba que, hartos de la sobreexposición, se habían retirado a una vida en reclusión. Solo los trabajadores de los estudios EMI en Abbey Road tenían una idea de lo que estaba sucediendo. Y lo que estaba sucediendo era grande.
El 22 de noviembre apareció un mapa de rutas del futuro llamado The Beatles. Habían pasado 16 meses desde el larguísimo último acorde de “A Day in the Life”, la más larga pausa entre discos del cuarteto; Magical Mystery Tour había sido apenas un doble EP recopilatorio para acompañar la película. Y no podía haber nada más diferente a Sgt. Pepper que ese disco, desde la minimalista tapa blanca que llevó a que popularmente se lo rebautizara The White Album. Y lo de “popular” no es un eufemismo: llegó al número 1 en Estados Unidos y Gran Bretaña, se mantuvo en los charts durante muchas semanas pero, sobre todo, hizo historia. En su sonido más crudo, en su variedad estilística y en una lista de temas con varias gemas que se volvieron eternas, The Beatles fue otro paso inesperado para un grupo siempre impredecible.
En la grabación del Album Blanco hay algunas verdades y muchos mitos. Es cierto que las relaciones de Paul, John, George y Ringo entraban en una fase complicada que terminaría con la separación y los abogados, pero insiders como los ingenieros Geoff Emerick, Chris Thomas y Ken Scott afirmaron más de una vez que el proceso de grabación no fue el tormento intolerable que a veces se dibuja en las páginas de historia. Que había fricciones y discusiones, pero también un espíritu creativo y colaborativo que desmiente la mirada del disco como una suma de cuatro solistas más que un esfuerzo grupal. En todo caso, lo preocupante fue el desquiciante ritmo de trabajo que hacía que a veces se desarrollaran sesiones en dos estudios a la vez (a menudo en altas horas de la noche), y que hizo que George Martin no pudiera estar en buena parte del proceso y el mismo Emerick se tomara un descanso tras registrar nueve canciones. El resultado, hay que ser marciano para no saberlo, es un disco que va de la delicadeza de “Blackbird” y “Julia” a la furia de “Helter Skelter” y “Why Don’t We Do It in the Road?” o la experimentación de “Revolution 9”: The Beatles dando cuenta de lo que vendría en la música popular del siglo XX.
Habrá que repetirlo otra vez: sigue asombrando que aún haya cosas para extraer del archivo Beatle. No es de extrañar que la edición 50 Aniversario del White Album que acaba de aparecer ponga en escena una nueva operación de limpieza y calafateado que sube otro escalón en la calidad de sonido de grabaciones con tantos años (cortesía de Giles Martin). Pero además, la versión Deluxe presenta cuatro CD con contenido alternativo y un Blu–Ray con todas las mezclas del álbum: la mirada cínica no deja de advertir este nuevo exprimido a una fuente de jugo al parecer inagotable, el fan de la música se regodea en la visita a la cocina de semejante banda. Como sea, la edición que se comercializa en la Argentina es la de tres CD: los dos originales y un disco que es puro disfrute, que precisamente viene a relativizar esa presunción de que en esa época los Fab Four vivían ladrándose.
Aunque el volumen 3 del Anthology (1996) ya había incluido algunos títulos, es la primera vez que los “Demos de Esher” llegan al público de manera integral, y con un sonido sorprendente. A mediados del caliente mayo del 68, tras la aventura en India y poco antes de comenzar la grabación en el estudio, los cuatro Beatles se reunieron en la casa de George en Esher, en los suburbios de Londres. No era un encuentro casual: había muchas canciones para considerar, y Harrison tenía en su casa una consola de cuatro canales de la misma calidad que las de Abbey Road. En el lugar solo había instrumentos acústicos: mucho antes de MTV, el grupo puso en cinta un Unplugged que da otra identidad a las canciones del White Album. Los “desenchufados” se construyen desvistiendo a los temas ya grabados; aquí la operación es inversa, lo que se escucha es el esqueleto original, y habilita la apreciación de cuánto hacían crecer The Beatles su material en el estudio... pero también cuán sólidas eran esas ideas base.
Sí, quizás Lennon y McCartney empezaban a trabajar mejor solos que a dúo, y Harrison empezaba a hartarse de la pasión de Macca por controlarlo todo y Ringo estaba con la cabeza en otra cosa, pero lo que transmiten los Esher Demos es puro disfrute. El CD 3 ofrece 19 work in progress de las 30 canciones del White Album, junto a primeras versiones de “Junk” (grabada por Paul en su debut como solista), “Child of Nature” –que Lennon finalmente registraría como “Jealous Guy”–, temas que aparecerían recién en Abbey Road como “Polythene Pam” y “Mean Mr. Mustard” y páginas que quedaron fuera de la historia, como “Circles”, “Sour Milk Sea”, “Not Guilty” y “What’s The New Mary Jane”: solo una banda como The Beatles podía darse el lujo de no grabar esas perlitas que cierran este disco extra.
Entonces: ¿Otra vez a escuchar estas canciones, otra vez a prestarle atención a estos tipos? Qué duda cabe. El feliz jolgorio de “The Continuing Story of Bungalow Bill”; la descarnada belleza con la voz doblada en “Dear Prudence”; la aspereza de “Glass Onion” y el contrapunto de guitarras en “While My Guitar Gently Weeps”; la versión inacabada de “Happiness is a Warm Gun”, sin siquiera su característico estribillo; el demoledor combo de John entonando “I’m So Tired” y Paul con esa “Blackbird” que sigue emocionando cada vez que se queda solo en el escenario en este siglo; el primer y crudo esquema de “Yer Blues” y el surgimiento de “Sexy Sadie” con la decepción por el Maharishi aún caliente en tres cuartas partes del grupo...
Sí, son The Beatles otra vez, y no hacen falta dotes de adivinación para avizorar lo que sucederá cuando se cumplan 50 años de Abbey Road y Let It Be, ediciones ya en marcha. Es una cuestión de marketing, sin dudas. Pero también sucede que, medio siglo después, a las canciones de The Beatles les sucede lo contrario que a Dorian Gray: esos retratos musicales nunca perderán la juventud.